21.8.07

Día 6. Un alto en nuestra ruta hacia el oeste

Partimos hacia el oeste. La primera sorpresa llega la dejar el hotel. Las llamadas entre Estados son a doce dólares el minuto. Toma ya. Se nos salen los ojos de las órbitas. Pagamos, qué remedio, y nos ponemos en ruta. Varios de los coches que adelantamos llevan una pegatina en forma de lazo, con los colores de la bandera de los EEUU y en la que se puede leer: “support our troops”. Si la encuentro la compraré. Estas cosas no salen nunca en las infantiles crónicas que nos endilgan a diario los socialistas de todas las televisiones españolas cuando hablan de los Estados Unidos. Paramos en un Área de Servicio. El concepto es tan diferente al de España que asusta. Para empezar, la gasolinera está separada del resto de negocios. Cuando has repostado, entras en el área en sí, y allí no fallan el McDonalds, la pizza y todas las guarrerías de chocolate que se le puedan ocurrir, desocupado lector.


El viaje, pese a las horas de coche, no se hace largo. Los bosques son interminables. Atravesamos quilómetros y quilómetros en los que no se ve otra cosa. Tienen, los bosques, algo de inquietantes. Por fin, nos acercamos a Amsterdam, donde nos alojamos en un motel de carretera. Es casi la hora de comer. Tras registrarnos, entramos en el pueblo. Son casi las dos y media y ya apenas hay ningún bar abierto para comer. Vemos un cajero al que se accede desde el coche. También un buzón de correos para coche. Las calles están relativamente sucias. En el casco vive una clase media relativamente depauperada. En el porche de una casa ondea una bandera del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Alguien descubre un McDonalds. Será nuestra salvación. Antes de entrar, vamos a la pharmacy a hacer unas compras. ¿Sois de por aquí? Nos pregunta la dependienta. El concepto de la community. Tras el almuerzo, nos ponemos en ruta hacia el Lago Sacandaga, que cierra por el sur un enorme Parque Natural. Bordeamos durante algunos quilómetros el lago. No se ve demasiada infraestructura turística. Si se lo dejaran un par de años a lo de marinador, se iban a enterar de lo que vale un peine. Hacemos un alto en Northville. Esto empieza a parecerse a lo que uno imagina de la America profunda. Un Instituto con un enorme campo de soccer. Niños jugando, uno con la camiseta del Madrid. Quizá algún día el fútbol europeo acabe arraigando en los EEUU, y veamos una NBA llena de europeos y unas ligas europeas llenas de jugadores yanquis.


Cae la tarde. Tornamos a Ámsterdam. Recorremos en coche la zona deprimida del pueblo. Población negra en casas pobres. También algo de lo que se ha dado en llamar white trash. Entramos en un bar. Como en las películas. Una barra, una mesa de billar y una máquina para poner discos. “¿Qué cerveza bebe aquí la gente” le pregunto al camarero; unos cincuenta años, delgado para los estándares de la zona. “Bud”, me contesta. Empezamos a beber. Chorch pone algo de música. Los del billar siguen a lo suyo. Charlamos. Ahora Carles toma un güisquito. Cenamos en el bar, un sándwich y alguna hamburguesa. Jimena ríe. Se nos hace tarde y estamos cansados. Directos al motel.


Ahora la recepcionista ha cambiado. Unos cuarenta y cinco. Desaliñada. Sus gafas proceden de una película de los setenta. Le pedimos que nos reserve habitación en el Super 8 de Niágara, nuestro destino de mañana. Reacciona de manera extraña: hace aspavientos, señala el teléfono, se levanta, habla con alguien, gruñe. Quizá white trash. Al final, nos dice que ok, que ha reservado. Nos vamos a dormir. La habitación, como todas, tiene una pequeña máquina para hacer café. Pero es un café malo, dice Jimena. Los cafeteros lo pasan mal aquí. Incluso a mí, que en España siempre tomo “café americano”, el de aquí me parece demasiado aguado.


Tiempo de dormir, pues.

2 comentarios:

Clausius dijo...

Las aventuras en coche por los Estados Unidos son de las mejores vacaciones que puedes tener, combinando carretera y moteles. Además, conducir los coches americanos da gusto, con sus cambios automáticos y su control también automático de velocidad, que es algo muy útil en las largas rectas de las autopistas, bien en el desierto, bien en plenos bosques. Y el precio de la gasolina... otra razón.

También es digno de elogio la forma en la que cuidan sus espacios naturales, eso tampoco aparece en los USA vistos por los medios de comunicación europeos.

Disfruten de lo que queda del viaje y no olvides visitar California en otra ocasión.

Fernando A. Ramírez Martínez dijo...

Me encantan tus narraciones de viajes. Lo de hacer un road trip por los Estados Unidos es algo que desde siempre me ha llamado mucho la atención, a ver si algún año de estos...