29.11.11

Una historia fascinante, un país desconocido...

Cuando buceamos en la historia, entramos en otras vidas. En otras personas. Nos damos cuenta de lo poco que sabemos de casi nada. Cuando hacemos historia local, me refiero. Hace años me crucé con un Francisco Arias, abogado de la Puebla de Sanabria, que se había enfrentado con los curas en la su tierra natal. Los párrocos se quedan con las herencias de muchos de los que morían sin testar, causando, de acuerdo con el Dictamen realizado por el Consejo de Castilla tras su denuncia “la despoblación de aquel país fronterizo a Portugal, en notorio perjuicio del Estado”. La Corona, hablo del último tercio del XVIII, se puso de su lado y lo revistió de poder. Tanto, que por un Auto de diciembre de 1782 lo nombró Promotor-Fiscal y Defensor General “en la citada Villa de la Puebla de Sanabria y Lugares de su tierra”.

La Iglesia nunca se lo perdonó. Fue delatado apenas cuatro años después. El Santo Oficio le abrió un proceso de fe. Lo acusó un franciscano, quizá amigo suyo, Francisco García Navarro, y lo acusó de “retener” es la hermosa palabra que usa el fiscal, la obra de Hobbes. En el juicio, me da la sensación, declararon las fuerzas vivas de la Puebla. Alonso González, que llegaría a ser elegido diputado en las Cortes de Cádiz y que años después probó la vacuna contra la viruela en Trefacio, aseguró al fiscal que recuerda haber visto libros en francés de su casa, aunque no podía recordar si eran de Voltaire, como le pedía el acusador. Los papeles son confusos, pero también aparece envuelto en la trama el capitán Manuel de Olaso, probablemente un vasco que desde 1781 era Sargento Mayor de la guarnición de la Puebla de Sanabria. Aparecen más personajes, y la acción se extiende también a Valladolid, ciudad en la que Arias debió de residir mientras estudiaba leyes. En el proceso declararon también “los hombres de juicio y cristiandad de la Puebla”, como los llama el fiscal, quien asegura que estos “no forman el mejor concepto” de Arias, “porque no le ven concurrir a las funciones de la Iglesia y demás actos de Religión”, “conformándose sólo con oír una misa particular los días festivos, que es hombre muy recogido en su casa”. Un hombre que leía libros, y que no iba a misa, y que se atrevió a atacar a unos curas que se quedaban con los bienes de los moribundos que fallecían sin testar. Un personaje fascinante.

No sé cómo acabó todo. No conozco más datos de Arias y su memoria, desde luego, se perdió. Quizá fuera judío y quizá por eso no fue condenado, porque de la lectura del alegato del fiscal no parece deducirse que pidiera pena alguna. Digo por eso porque, Lauru lo deslizó un día, quizá se protegían todos entre ellos. O quizá simplemente decidió poner tierra de por medio y refugiarse en su tierra natal. Quizá. Y quizá entonces sea el abuelo del Moro. Son sólo intuiciones.

Hombres en Sanabria que leían a Hobbes y a Voltaire, que ensayaban vacunas pocos años después que Jenner. Para que luego vengan diciendo los lanas que aquí no hubo nada parecido a la Ilustración y que este era un país medieval en pleno siglo XVIII.

Lo que pasa es que hay que leer más, listillos.



PS: “Este es un punto esencial en el que hay que insistir: absolutismo no quiere decir arbitrariedad. Muy al contrario. El monarca absoluto, cuya marca legitimatoria es la soberanía, es precisamente lo contrario al déspota o al tirano”

Iglesias, Carmen: No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre historia de España. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2009. Página 118

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