Madrid,
capital del debate. En mi mundo, digo. Almuerzos estas últimas semanas. Con Arthur; cuando estamos los dos solos,
nos sale la vena gafapasta. El mundo como representación. ¿Existe un derecho
natural?, ¿tiene la historia un sentido que debamos entender? ¿Es el progreso
sólo una ilusión? Entre medias varios pacharanes, ninguna conclusión. El placer
de debatir, de ejercitar la mente. No conversamos para convencer, lo hacemos
para no enloquecer.
El
otro día con John the Minor. Un artículo
que nunca terminamos de elaborar. La
crisis europea es la manifestación más clara de la ausencia de un demos europeo: sin él, no hay
solidaridad. El proyecto europeo, creado para que Alemania dejara de humillar a
Francia cada
treinta años, es un proyecto de élites. Siempre lo fue. Y mi
conclusión es aún más dura: esta crisis es en lo económico lo que la
crisis de Suez fue en el cincuenta y seis: la constatación del
declive europeo. Aquella fue una constatación política y esta lo es económica;
pero las dos están relacionadas, al final, con el ocaso de un mundo y de un
poder. No deja de ser poético que ese relato, que es el nuestro, termine donde
empezó: en el Hélade.
Al final Toynbee
tendrá razón, y la historia sólo será círcular…
PS:
hablando del Hélade, hermosas las Historias
menores, que contaba el otro día Antonio Muñoz Molina. No dejen
de echarle un vistazo
Sí, tiene uno la sensación, como europeo, de haber llegado al límite. A partir de aquí, ¿qué?
ResponderEliminarA partir de aquí, ¿qué?
ResponderEliminarEl Ragnarok, el Crepusculo de los dioses. Y tras ese crepusculo aparce un nuevo hombre.
Fascinante
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