Más allá de aquellos “a paseo”,
similares a los señalamientos que hacía el vocero etarra Egin en los años ochenta en el
País Vasco, la sección muestra en qué medida la guerra fracturó, a veces por
azar, a una generación de señoritos dispuestos a que otros murieran por ellos: muchos
de los señalados habían sido amigos de los señaladores pocos meses antes: Sánchez Mazas lo fue de Bergamín; tan amigos
que se iban a hacer una casa pareada. Como María Zambrano lo
fue del falangista Alfonso
García Valdecasas.
Vidas
cruzadas antes de la guerra.
Vidas
derrotadas tras el conflicto.
Todos
perdieron.
PS: “Entre
agosto y noviembre de 1936, se habla de entre ocho y diez mil paseados en
Madrid. Pongamos de ochenta a cien diarios. Eso debería hacernos recordar la
seriedad de un asunto porque la izquierda siempre ha pasado de puntillas,
desviando las responsabilidades hacia los “incontrolados”. Pero lo cierto es
que cien muertos diarios no son posibles sin un “control” férreo de la
situación, del presidente del gobierno al último mono (azul)”.
Trapiello,
Andrés: Las
armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939). Círculo de
lectores, Barcelona, 2011. Página 84
Conforme más leo sus comentarios sobre este libro, más me pica la curiosidad por leerlo.
ResponderEliminarNo le engaño, a mi todo el tema de la Guerra Civil me queda lejos, y quizás por lo que conozco de historiad e España - quizás no mucho - , la composición de lugar que me hago, dado los mimbres que había durante el primer tercio del siglo XX es que íbamos a acabar así.
Aunque también se que en el siglo XIX hubo unas pocas guerras civiles más (las tres guerras carlistas), parece que para gran parte de los que se llaman intelectuales de este país, no hay más historia que la que empieza con la II República en los años 30 del siglo pasado.
Sin embargo, reconozco que me pone los pelos de punta una afirmación que hacía usted en una entrada de la serie: La de aquellos que agitaron el polvorín, porque sabían que llegado el momento, con ellos no iría el asunto.