El
libro de De la Fuente Monge, sobre los revolucionarios de 1868. Ahí ando, viendo llegar la revolución
del sesenta y ocho, cómodamente sentado en el Casino de la Puebla. Es verano y
todos saben que esto no da más de sí; la monarquía isabelina ha ido cavando,
poco a poco, su tumba, con la ayuda inestimable de los decadentes moderados, los
neocatólicos y de los inexpertos progresistas. El libro
hace hincapié en la imbricación de los militares,
especialmente los unionistas, con los progresistas para dar el golpe de
mano. El papel de los demócratas y sus alocadas alusiones al pueblo fue siempre
menor. Las acciones civiles se subordinaron, en casi todos los casos, a las
militares. También llama la atención el
carácter de guante blanco de la revolución; frente a lo que pasó sesenta años
después, el cambio de poder se hizo de manera razonablemente pacífica… nadie
entró en los despachos a fusilar a nadie. Ni siquiera lo de Alcolea fue, en sentido estricto, una batalla. Era septiembre y la
revolución gloriosa había triunfado. Desde mi ventana se veía ya que los días
eran más cortos y al serano, después de la fiesta, nos quedábamos ya fríos. Vendrían cambios, aunque ninguno
sustancial, en realidad. A mí me fueron
naciendo los hijos, mataron
a Prim, Serrano intentó una dictadura a lo MacMahon y Cánovas vino a poner orden a los pocos años. Una década
después, seguí(an) (amos) mandando los mismos. Ya sabe, desocupado lector, que de
obispo pa´rriba…
No hay comentarios:
Publicar un comentario