El
teatro. Siempre el teatro. Volver a la Tribueñe. Estuve en otra vida, viendo uno de los
mejores espectáculos de flamenco que he visto en mi vida. Yo era joven, me
había emancipado hacía poco y creía en las personas, perdonen la tristeza.
Pero los lugares no guardan memoria de nuestras visitas. Así que volví al teatro, a ver un mundo que ya se fue y fui a verlo por los ojos de Raquel Meller. Hay vidas que ya no conocemos porque la historia las olvidó. Me pasó con la de Sorolla. Me pasa con la de Blasco. Y me pasa con la Meller. Una calle por la que anduve cientos de veces en aquella otra vida…
Todos
ellos, Sorolla, la Meller, fueron triunfadores en un mundo que ellos nos sabían
que era el mundo de ayer o el mundo de entreguerras, y por eso quizá fueron luego
olvidados por todos. La miseria de una postguerra convierte en un estigma el
haber sido un triunfador. Y la vida no se lo perdonó. Algunas de las canciones
de la Meller, como aquel día de San Eugenio, yendo hacia el Pardo… forman parte
de mi memoria sin que yo supiera bien de dónde venían.
Y
al fondo, muy al fondo, canciones en el dulce catalán que puebla mi memoria Vull
pansas y figas y nous y olivas / vull
pansas y figas y mel y mató y que al
querido Hornuez le hubieran encantado, porque dejan entrever aquella ciudad que
fue la Rosa de fuego y en la que los dos hubiéramos sido orgullos piqueteros de
los Libres.
Pero
hay mucho más en esa obra. Está la voz, poderosa, de Maribel Per,
que todo lo llena. Está ese vestuario, que transporta a un mundo que ya no
conoceremos jamás y está, sobre todo, esa melancolía de quien como la Meller, tras conocer la
fama, murió en el más mísero de los olvidos… sic transit gloria mundi…
Buen
teatro. Ideal para recordar. Y para conocer.
Ara no es fa prô jo encara ho faria
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