El
invierno es época de magia en La Raya. Oscurece pronto y la vida se acorta. El agua baja fría, y el
viento silba hasta agostarse. Desde hace siglos, muchos antes de que aquí llegaran los cristianos,
los hombres expresaban su respeto y sus temores saliendo a las calles
disfrazados. Aquellas costumbres nunca se perdieron del todo; alguna ventaja
había de tener el que la modernidad pasara de largo por aquí.
Por eso, en mañanas como esta, mientras
camino pisando brezo, y paro a dormir en aquellos cotos comunales que Juan de
la Cuesta, impresor de halcón en puño me señaló con el dedo una tarde de
agosto, veo bajar de los sierros a todos aquellos personajes de leyenda que nos recuerdan la fugacidad de la vida. Unos personajes que enmascarados, guiaron a Jorge Dias cuando vino aquí a escribir lo que fuimos, aunque ya nunca entedamos los motivos.
Esas máscaras, ese Zangarrón, aquella Talanqueira, que a decir de mi abuela traían buen filandar son un patrimonio cultural. De todos nosotros.
Disfrútelo, que yo voy a tomar, con Juan de la Cuesta, con el amigo Joao y con nuestro Adolfo Correia, el Miguel Torga de San Martiño de Anta, unos vinos en la casa del tí Mariano mientras preparamos la lumbre...
Y nuestro hombre, el de San Martinho de Anta llegó a decir de los nuestros: "un pueblo que no roba, que no intriga... y que se emborracha no porque sea sábado, sino porque tiene un sentido equinoccial de la existencia". No creo, hermanu, que nadie pueda definir mejor a esa aldea (con mayúsculas) de las que usted y yo venimos. Por cierto, bellísima página en su blog (ésta, digo) y la Mari estará encantada...
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