Hacía frío y el día venía gris. Así es el invierno
en la Sanabria. Con Nuestro Padre el Lago vigilándolo todo. Como la lumbre estaba encendida, las amigas estaban a la mesa.
Estaba la
nieta de Mercedes Casanellas, una catalana hermosa y dulce, a la que imagino siempre rodeada de libros en una biblioteca señorial del Madrid de la postguerra.
Estaban también la nieta y la bisnieta de la señora Marieta, aquella mahoreña de leyenda,
raptada una tarde de agosto, (y Lisboa resplandecía), por el que fue su marido. (Hay veces en la vida en las opciones en la vida se limitan al rapto o la huida).
Estaban también la
nieta las bisnietas y una tataranieta de Miguel, aquel carbajalino con alma de comerciante senabrés.
Estaban, en fin, la
nieta del tío José, hermanada con la nieta de Serafina, en la Santa Colomba de principios del siglo...
Faltaron
algunas. Claro. Faltó (faltaron) la nieta (las nietas) de Rosario Castro, acacireña de adopción, a la(s) que echamos de menos a cada rato; como faltó la nieta de Domingo, que traficaba con la miel, la hija de Jero, o la bisnieta de aquella que nunca se casó
con mi hijo Pedro. Faltó, en fin, la nieta de Abel, un hombre bueno de San Miguel, quizá porque los hombres buenos, como nos enseñó Prez, son aquellos que solo son recordados cuando ya no están...
En cualquier caso, un día memorable.
Así que gracias a todas.
gracias a ti, facedor de estos y otros lazos.
ResponderEliminarjoao
Que placer compartir con tan buena descendencia
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