Hay
algo mágico en esta parte de La Raya. O quizá no sea que mi forma de verlo. A veces
pienso que el paisaje lo llevamos en la vista. Una tierra pobre. Hermosa.
Abandonada. No hay en mis palabras ninguna pulsión identitaria. Una tierra como
cualquier otra. Ni mejor ni peor. Un mundo configurado por décadas de
aislamiento. Y aún así… sale uno a la calle y parece que le está hablando
Claudio Rodríguez (Como por estas tierras tan sano aire no hay….). Uno no
viene aquí a curarse de nada. Es cierto. Pero cuando uno sube a Los Peces un día
como hoy, una mañana serena, de invierno puro, con el sol alumbrando la nieve;
uno no puede dejar de pensar que la paz
que uno busca fuera hay que construirla dentro de uno mismo. Y que para ello
hay pocos entornos, desolados, solitarios, más hermosos que este. Tenía razón Miguel Torga. Y
quizá nosotros, todos estábamos equivocados, ¿verdad hermanu?
Decía el gran Camús que ya no quedaban islas ni desiertos a los que escapar; que sólo quedaban las grandes ciudades como refugio... Después de leer tu escrito, "hermanu" y darte la razón cogido por la morriña y esa "memoria de la nieve", es cierto: nos queda la tierra y todos los "nuestros" que en ella descansan, aunque en realidad estén pastoreando sueños y nubes en el Septentrión... ¿O no? Entrañable ésta página,entrañable!!!
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