Viajamos
al sur. Ese sur extraño, lleno de sol. Otro país, tan mediterráneo, en el que
sentirse ajeno cuando uno viene de las tierras del norte. A mayores, el sur
oriental. Almería; una de las dos provincias españolas en las que aún no había
puesto un pie en mi vida. Ya me vale. Aquel lugar al
que llegaron los fenicios cuando en la mi tierra no había más que gañanes luchando contra
el frío.
Viajábamos
al sur, digo, con varios libros bajo el brazo, un bañador y ganas de paseo. “Tenías que haber ido hace quince años, aquello
está devastado por la urbanización”, me dice un amigo el día antes de partir. Pero cuando arribo, le contesto: no, no lo está. Lo único que se puede hacer en esta parte de la costa de
Almería es construir. Su valor añadido está por encima (el sol) y por delante
(el mar) del terreno. Un terreno feo. Árido. Un terreno sin más valor que el de servir de base a una mirada de frente hacia el mar.
El mar. Una de mis cuentas pendientes.
Viajábamos
al sur, digo, y aun sí vi varias cosas que me sorprendieron…
Si le gusta el mar, no dude usted en visitar el Parque natural que se extiende desde el Cabo San Vicente a Vila Nova de Mil fontes en Portugal.
ResponderEliminarEso sí, no son de playas plácidas de arena como mi querida La Antilla o las mediterráneas, son costas rocosas y de aguas bravas.