A vueltas con el libro de la Monmany, sobre la literatura de la Europa central. Más autores. Seguimos con el bosnio Faruk Sehic, “soy
cronista de una era perdida, hundida, de un tiempo calcinado. Hablando de su
ciudad, Bihac, y de la armonía religiosa de su infancia señala que “hubo un
tiempo en que eras diferente […] Nadie prestó atención a eso porque entonces
aquella armonía parecía un regalo de antepasado olvidados, aquello se daba por
sentado. La gente vivía sin historia y fuera de la historia. Pero ahora eres una
ciudad fantasma. Su intento de luchar contra la “erosión del tiempo”. Se declara harto de
la guerra y proclama “quiero huir al mundo idílico de mi infancia en el río Una".
Maja Haderlap, de la Carintia austriaca poblada por eslovenos,
hablando de un mundo de “sociedades rurales, de férreas identidades y de
devociones y costumbres propias, encerradas en sí mismas, que marcarían desde
muy pequeños, con sus relatos, con sus historias oídas, sus fantasmas de la guerra
y sus obstinadas fidelidad a los suyos, a los nacidos en esas zonas.
El bosnio Velibor Ćolic y la importancia de
poner nombre a los muertos, a todos los que murieron siendo ciudadanos
anónimos. Contando la historia de “sitios con demasiada Historia, que nunca
serán un lugar tranquilo y anónimo como Liechtenstein."
Danilo Kis y la tumba para BorisDavidovich hijo de un padre ausente, Eduard, deportado a Auschwitz en 1944 de
donde nunca regresó. Cita al húngaro Horváth que en 1934 escribió “soy la
típica mezcla de la monarquía austrohúngara, que en paz descanse: al mismo
tiempo húngaro, croata, eslovaco, alemán, checo y si empezara a husmear entre
mis antepasados y a someter mi sangre al análisis -una ciencia muy de moda hoy
en día entre los nacionalistas- encontraría allí como en el cauce de un río,
rastros de sangre rumana, armenia y quizá gitana y judía. Yo, sien embargo, no
reconozco esta ciencia del análisis espectral de la sangre […] un análisis que
se lleva a cabo preferiblemente de forma especular y primitiva, con cuchillo y
pistola".
A Márkov lo asesina la
inteligencia búlgara el 7 de septiembre de 1978, el día del cumpleaños
del dictador Zivkhov. Putin tuvo buenos maestros...
El húngaro Borbély, que dejó escrito que "tanto en Polonia, como
en Hungría, y en ambas importantes literaturas del dominio centro europeo, los
poetas a menudo adquirirían el estatuto de héroes populares. La gente se sabía
de memoria, y lo repetiría en cualquier ocasión, los más famosos versos de
grandes poetas de la historia, con los que se identificaba el sentimiento
colectivo, Sándor Petőfi, en el caso húngaro Adam Mickiewitz, en el caso polaco..."
Sus reflexiones sobre aquel mundo de campesinos en la Europa central que "Consideran judío a todo aquel que
usa su cabeza. Quien es más inteligente que ellos es judío. En cuanto se
percaten de que un niño es listo, enseguida le dan pan con aguardiente. Le dan
vino con azúcar para atontarlo. Para que no abandone a sus padres cuando estos
envejezcan. [...] Los campesinos mueren donde
nacen. Son como las plantas. No saben qué hacer con ellos mismos, para ellos
judíos es todo aquel que no muere donde nace. [...]Los campesinos aman la vida,
inmóvil, a la que están pegados, aborrecen los sueños, la esperanza de una vida
mejor.
Y en fin, hablando del gran Andrujovic, cuenta
Milosz al comienzo de su libro Mi Europa, que "viniendo de aquella regiones nebulosas,
de las que claramente hablan los manuales y los libros, cada vez tenía que
volver a empezar desde el principio; aunque sea difícil o doloroso, explicar
quién soy, hay que intentarlo."