A veces, la historia se comprende mejor a ras de suelo que desde el púlpito de las explicaciones científicas. Acabo de terminar El maestro Juan Martínez, que estaba allí, de Chaves Nogales. Una prosa seca, certera. Juan Martínez era un maestro flamenco, de cante, guitarra y castañuelas, al que la Gran Guerra (para lectores de la logse, me refiero a la primera guerra mundial) pilla en Constantinopla y que, tras varios avatares, acaba en Rusia. Y allí le sorprende tanto la revolución de febrero como el golpe de estado bolchevique de octubre. San Petersburgo, Moscú y Kiev son los tres destinos que recorre durante años. Va y viene, con Sole, su pareja. Son artistas. Feriantes. Desgraciados. Y conocerán de primera mano lo que supone estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Un fantasma recorre todo el libro: el hambre. A cada momento, tanto con los rojos como con los blancos. Las bestialidades parecen no acabar nunca, y las cometen todos. Las cometen los rojos, las cometen los polacos que invaden Ucrania y las cometen los blancos cuando recuperan alguna población. La civilización parece evaporarse a cada paso; el dinero no vale, y por un mendrugo de pan pueden matarte al doblar una esquina. Ya digo que el libro explica bien el ambiente ruso en la guerra civil. La brutal ineficacia bolchivique, cuyo acceso al poder no se explica sin el terror y sin las checas. La decadencia del mundo aristrático ruso, que será exterminado por los comunistas. La indiferencia de los obreros y campesinos ante la propaganda bolchevique. El factor hambre como expliación del desenlace de la guerra. La pugna de los nacionalistas ucranianos. Los salteadores de caminos. La terrible odisea, en fin, de Juan Martínez, que estaba allí, por conseguir no sólo que no los maten, sino por conseguir huir de aquel infierno. Recordaba, mientras leía el libro, una frase profética escrita por Ramiro de Maeztu unas semanas antes de su asesinato al inicio de la terrible guerra civil española: “La civilización no hay que darla nunca por supuesta; siempre está amenazada”.
PS: Si Kámenev, Bujarin, Zinóviev y muchos otros hicieron causa común con Stalin en 1923, fue principalmente porque temían a Trotski y sus ambiciones. Si por un accidente histórico se hubiese visto dueño del poder en la Unión Soviética, su régimen habría sido dictatorial y duro, de acuerdo con la tradición jacobina leninista.
Laqueur, W: Stalin. La estrategia del terror. Ediciones B, Barcelona, 2003. Página 70.
PS: Si Kámenev, Bujarin, Zinóviev y muchos otros hicieron causa común con Stalin en 1923, fue principalmente porque temían a Trotski y sus ambiciones. Si por un accidente histórico se hubiese visto dueño del poder en la Unión Soviética, su régimen habría sido dictatorial y duro, de acuerdo con la tradición jacobina leninista.
Laqueur, W: Stalin. La estrategia del terror. Ediciones B, Barcelona, 2003. Página 70.