31.5.11

El cisne y la fortuna

El libro de Taleb. Cuántas pistas. Cuántas reflexiones para una tarde como esta de lluvia en la Sanabria. Una diferenciación, entre lo que el autor llama “trabajos escalables” y los “trabajos sometidos a la ley de la gravedad”. El objetivo es conseguir uno de los primeros. Y en eso estoy, aunque los que me conocen no me crean. Un trabajo escalable es el de un autor. Un cantante. Un escritor. El mismo trabajo, por ejemplo un libro, un artículo, evoluciona y da frutos más allá de su autor. Hay que escribirlo una vez pero puede estar dando dinero durante años. No hay que volver a escribirlo cada vez que un lector quiera leerlo. En los trabajos sometidos a la ley de la gravedad, el esfuerzo tiene un recompensa tasada: ser peluquero. Uno puede cortar el pelo en sesiones de una hora. No hay más. Si el día laboral tiene ocho horas, son ocho pelos los que puedes cortar. La diferencia, en fin, entre un cantante del XIX (puedes dar estos conciertos y se acabó) y un cantante cuando se descubre el fonógrafo y tu voz puede sonar en miles de sitios diferentes. O la diferencia, en fin, entre ser un especulador profesional y ser una prostituta.

Pero hay un riesgo. Como siempre en la vida, las cosas buenas vienen acompañadas por la incertidumbre. Alguna vez hay que saltar sin red. Los trabajos sometidos a la ley de la gravedad son más numerosos. Mucho más. Y más estables. Y más seguros. Hay pocos trabajos escalables y no es fácil llegar a consolidarse en alguno de ellos. Sólo son buenas cuando uno tiene éxito. Y el éxito, como tantas otras cosas, no sólo hay que trabajarlo. También hay que merecerlo.

La fortuna, ya saben, sólo suele sonreír a los audaces. Y audaz es, también, quien saber reconocer sus errores y mirarlos de frente…

PS: el placer de una conversación entre eruditos. En el abecé del otro día. No se la pierdan.

PD: Lúcido Rogelio, como siempre.

30.5.11

El cisne y lo aleatorio...

Ese libro luminoso de Taleb. Esa forma de aprender a enfrentarnos a la vida. A la vida moderna, al menos. Asumir algunas cosas. La primera de ellas, qué importante, que la vida es rara. Y que es inusual. Las cosas no siguen un orden lógico, aunque nuestro cerebro intente buscárselo. Lo aleatorio preside nuestras vidas, hasta un extremo que no somos capaces siquiera de concebir. Y eso no es bueno ni malo en sí mismo. Es lo que hay.
Es libro luminoso, para leer cuando cae la tarde, subrayando página a página. Un libro para compartir, a la sombra del relente sanabrés. Asumir que hay una cosa que se llama, en términos de Eco, la antibilioteca. La que conforman todos los libros no leídos. Ese espacio que nunca tenemos en cuenta. Esa biblioteca de Babel que es el universo, está llena de conocimientos que nunca tendremos. Que nunca poseeremos. Pero nunca nos damos cuenta de ello. Hay miles de páginas sensatas, coherentes, que nunca alcanzaremos a abrir y cuyas reflexiones nunca llegaremos a rebatir.

Más reflexiones. Asumir la historia como algo opaco. Siempre he pensado que es la ciencia más compleja. Quizá la más ilusa. Quizá la historia será sólo un relato de Borges. Un cuento lleno de ruido y furia narrado por un idiota. Y sin embargo, nos enfrentamos a ella con la ilusión, nos recuerda Taleb, de creer comprender: de pensar que las cosas han ocurrido por algo, de que hay menos aleatoriedad de la que hay en realidad. Nos enfrentamos a la historia con lo que el autor denomina, de manera brillante, la distorsión retrospectiva: las cosas aparecen muy ordenadas en los libros de historia, y aparecen estructuradas, con causas y respuestas. Es mentira. Y mucha ciencia social, sobre todo la morralla marxista de la segunda mitad del XX, se nutre de esa ilusión. No hay causas. No hay motores. No hay nada. No hay nada que sea “clase obrera”, como no hay “españoles” ni la “revolución burguesa”.

Pero estamos hechos para categorizar. De hecho, no podemos vivir sin hacer categorías. Es tanta la información que nos rodea que nos volveríamos locos sin ellas. Necesitamos categorizar, está claro. El problema es que pensamos que las categorías acaban teniendo vida propia. No es fácil, en fin, enfrentarse a los hechos de manera honrada. Hay que ser muy liberal, en el mejor sentido de la palabra, para asumir esta dura realidad.

La vida, en fin, como un relato de Borges. Hay que volver a él. Siempre. Aunque lo lea zapatero. Uno de los grandes privilegios de tener el castellano como lengua materna: poder leer a Borges sin traducciones.

PS: Borges nos describió Tlön y nos dijo: "Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente. Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable […]"

28.5.11

Fue buen cine

Me senté a descansar un poco y me puse, por fin, a ver una peli. A veces pienso que sólo soy alguien que escribe solo. Tenía ganas de verla. Cuando el cine te lleva a otros mundos, a otras épocas. No todo el mundo lo entiende y, por eso, no todo el mundo lo valora. Los años setenta. La contrarrevolución cultural y todas esas bobadas de la izquierda. Era África. Y era un futuro. Un país rico, recién descolonizado. Un presidente que cae. Llega uno nuevo, todo son promesas. Y esperanzas. Un médico escocés, cansado de la rutina que le espera, decide ir a África. El camino de ambos se cruza. Y en el medio, la historia. La historia de un territorio, Uganda, devastado por políticos enloquecidos. En la película, la mirada de unos europeos sobre un país lejano: unos misioneros, los servicios de inteligencia y ese médico joven que llega a un mundo demasiado complejo para él. La película es buena y Whitaker se sale en su papel de Amín. De fondo, una muestra de que las cosas, como siempre en la vida, pudieron haber sido de otra manera; se podía no haber robado, se podían haber construido carreteras y hospitales, hacer crecer el país. Ahora, en perspectiva, sabemos que nada de eso ocurrió. Un mal sitio para nacer, Uganda. Un mal sitio para vivir. Pero no toda la culpa es del occidente devastador. Como no toda la culpa es del entorno. A veces, también nosotros colaboramos en los desastres que nos ocurren...

Una buena película, en suma, esta que trata de las andanzas del que se hizo llamar a sí mismo el último rey de Escocia. No dejen de verla.

27.5.11

Ayer en Sevilla, mañana con el amigo Jorge en la Puebla

Estábamos en Sevilla. El clima me respetaba. La ciudad. Su río. Una parte de mi memoria de juventud. Aquella Expo. Aquella victoria de Blair. Aquella botellona. La ciudad que sí me dejó. Esta vez había un hueco. Y un funcionario erudito. Gracias a Dios, queda alguno. Así que por fin pude entrar en el Palacio de San Telmo.

Una metáfora en sí mismo de una ciudad que pasó del poder de los comerciantes al de los aristócratas y de ahí al de los funcionarios. El paso de la libertad a la decadencia. Creado como Universidad de Mercaderes, qué hermoso nombre, vive Dios, para una Universidad. Cuando Sevilla era comercio y desde allí se gobernaba el orbe. A mediados del XIX fue adquirido por aquel conspirado irredento que, casado con Luisa Fernanda de Borbón, hija de Rey y hermana de Reina, siempre soñó con el trono español. Aquel conspirador del que Galdós decía que fue “un político de talento”. El hombre con el que había que haber casado a Isabel, la de los tristes destinos. El hombre que pudo haberlo cambiado todo. El hombre que era recto administrador. El hombre que financió la conspiración para echar del trono a sus cuñados. El hombre que arruinó sus posibilidades, reales, de ascender al trono tras la revolución del sesenta y ocho por matar en duelo al hermano del rey depuesto, Francisco de Asís. Un duelo, en aquella España de 1870, entre un francés casado con española y un español educado en la Francia. El hombre que quizá ordenó la muerte de Prim, quien sabe. Aquel gran magnicidio, aún sin aclarar. El hombre desterrado de nuevo por negarse a jurar lealtad al nuevo rey, un Saboya, un advenedizo italiano. El hombre, en fin, que fue padre de María de las Mercedes, aquel loco amor de un Rey que acabó en tragedia.

Aquel hombre, digo, fue Antonio de Orleans, el Duque de Montpensier. Su palacio, el de San Telmo. El placer de pasear por casi cincuenta años de la apasionante historia de España. Aquel Palacio cuyos jardines privados eran lo que hoy es el Parque de María Luisa. Después no hubo mucho. Seminario durante gran parte del XX; el Palacio fue cedido en 1989 a la Junta y hoy es la sede de la presidencia del cacicato autonómico.

De Universidad de Mercaderes a sede de un gobierno autonómico. Una metáfora de lo que Sevilla fue. Y de lo que nunca será ya.

PS: el amigo Jorge, seguidor de esta bitácora, presenta mañana en el Parador de la Puebla de Sanabria, sabiamente dirigido por Juanjo Asensio, su libro Cuba más allá de Fidel, del que ya tuvimos ocasión de hablar aquí… Si están por la mi tierra senabresa, no dejen de acercarse.

26.5.11

Los cisnes desde el AVE

Vuelvo del sur. El tren atraviesa a estas horas la llanura manchega y el pincho tresgé me permite conectarme. Acabo de terminar un libro magnífico. De los que lee uno cada año o cada dos años. Una reflexión sobre cosas que había intuido de manera oscura y que por primera vez he leído negro sobre blanco. Un libro que me ha traído de vuelta a Popper, a Hayek y a tantos otros que me hicieron, en parte, como soy. Un libro, por cierto, regalo de Oscarnello eta Sara, porque los amigos son también aquellos que nos hacen crecer con sus recomendaciones, por si el desocupado lector no ha caído aún en la cuenta a estas alturas.

Los cisnes negros. Verán, en Europa, todo el mundo pensaba que todos los cisnes eran blancos, hasta que en Australia se descubrió que había cisnes negros. El autor usa el concepto para describir una serie de acontecimientos que categoriza como tal y que reúnen tres condiciones: ser absolutamente inesperados, tener un impacto tremendo y ser cosas a las que, a posteriori, se les intenta buscar una explicación. Los cisnes negros. El once ese. Google. Internet. La propia existencia del ser humano. Nuestra vida, dice el autor, está llena de cisnes negros, y sin embargo nos agarramos a herramientas de conocimiento que no sirven ni para preverlos ni para gestionarlos.

Es una reflexión irónica, desenfadada y mordaz. Y sólo podría estar escrita por alguien que viva en los Estados Unidos. Nuestra mentalidad no está preparada para los cisnes negros: vivimos a gusto con lo predecible, pero ese no es el escenario del mundo moderno. Nos empeñamos en prever la evolución del paro a los próximos quince años y no sabemos ni cuántos parados habrá en seis meses.

También nos empeñamos en pensar que en nuestra vida personal las cosas están controladas y, sin embargo, los cisnes negros nos asaltan por doquier. ¿Quién no ha vivido alguna situación no prevista, de impacto demoledor y a la que ha intentado encontrar explicación a posteriori? Es nuestra vida. Esa vida en la que todo lo sólido se desvanece en el aire y en ocasiones intentamos encontrarle explicación a lo que, simplemente, no lo tiene. Asumir la incertidumbre como parte de nuestra vida. Asumir que las narrativas clásicas (nacer, ir la uni, casarse, tener hijos, envejecer…) son, en gran parte, producto de la imaginación y de la ficción.

Y nuestra vida, empero, tiene muy poco que ver con la ficción
Hacerse mayor es, también, darse cuenta de eso.

25.5.11

Nuestra socialdemocracia y sus derrotas

El pueblo habló. El pueblo de verdad, no los quinquis de Sol. Algunas reflexiones. La debacle, nuevamente, de la socialdemocracia en Madrid. Para ellos es inexplicable, ¿cómo sigue habiendo tanto tonto de los cojones que no les vota en una Comunidad que fue dique contra el fascismo y vanguardia obrera en la transición?

Yo tengo mi teoría. Creo que la socialdemocracia de Madrid, tan soberbia, tan refugiada en su atalaya, no se ha enterado de los cambios que aquí han ocurrido. Y, como buenos castellanos, desprecian cuanto ignoran. Las razones de su fracaso, estrepitoso, están recogidas, una por una, en un Manifiesto que la prensa de progreso publicó el viernes. La crema de la intelectualidad “profesores, científi­cos, médicos, técnicos, economistas, ingenieros, juristas, escritores, actores, profesionales”, al servicio de un proyecto de progreso, el del tal Gómez, el que quería para Madrid lo que el simplón había hecho en España

Y creo que no se han enterado de nada, y que piensan que siguen viviendo en 1978 porque el lenguaje que uno usa lo delata. Y lo muestra tal cuál es. Quien sólo tiene bilis no puede expulsar otra cosa. Así, no es normal que pidas el voto a una sociedad que vota de manera mayoritaria a “la derecha más radical de España”, una derecha que gobierna con “irresponsabilidad y desconsideración”, una derecha que sostiene “las opiniones más rancias”, un gobierno sustentado en el “sector más intransigente de la derecha española”, una “derecha reaccionaria” que aplica “el sectarismo de la derecha” y que es “insensible” y hasta ocho veces reaccionaria en sólo una página. Cuando todo esto ocurre, digo, es que no te has enterado de nada. Es que no tienes ni idea de lo que le preocupa a tus votantes. Además de ser bastante mal educado y ser capaz únicamente de insultar a tu adversario, no te das cuenta de que más de la mitad de los votantes se han decantado por esa opción. Insultar a tus potenciales votantes no es buena idea excepto que, claro, seas de Izquierda Unida y tengas un rapto de sinceridad: si has perdido, es que la gente se ha equivocado. Así, con dos cojones.

Es nuestra izquierda. No dan para más.


PS: Arcadi Espada escribió: "Algo desagradable asoma debajo de la semanita de festejos dedicados a la democracia real ya, ya. Las elecciones han interesado más a los ciudadanos que a los periódicos".

24.5.11

Al espacio a la carrera

Terminé “La Carrera Espacial”, una dramatización histórica realizada por la BBC sobre la lucha entablada por los Estados Unidos y la Unión Soviética por alcanzar el espacio durante la guerra fría. Cuatro fantásticos episodios que explican de manera didáctica qué ocurrió y cómo fuimos capaces, los seres humanos, de llegar al espacio. De fondo, la lucha de dos colosos por ganar no sólo la guerra de la propaganda, sino la guerra que podía librarse. De cerca, la lucha y la obsesión de dos hombres, un Von Braun que huyó y se dejó capturar a través de la legendaria Operación PaperClip, y un Korolev que fue recuperado del gulag para que dirigiera el programa militar soviético. En perspectiva, una metáfora de porqué el comunismo arruinó a su país y porque los Estados Unidos ganaron aquella batalla: frente a la sociedad abierta y la pugna por ser mejores, el secretismo y la dirección de la ciencia desde la política. Cuando los errores técnicos pueden pagarse con la vida, como era el caso de la Unión Soviética, es difícil pensar en hacer ciencia. Es difícil construir en libertad.

Dos hombres, Von Braum y Korolev, con un mismo sueño desde niños: llegar al espacio. Qué fácil nos parece ahora y qué complicado resultó. Y todo a la carrera, claro, para llegar antes que el enemigo.

Una serie muy recomendable. Didáctica. En la línea de lo que debería hacer con nuestros impuestos una televisión pública. Y una moraleja: sólo desde la libertad se progresa. Sólo en libertad se crece. Quién tiene miedo a ganar, es posible que nunca deje de perder…


PS: Don Miguel, el hombre que hablaba difícil, dejó escrito: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres".

22.5.11

De los zamoranos en el Nuevo Mundo

Era Castilla. La que face los omes e los gasta, ¿Verdad don Afonso?. Era Castilla al otro lado del mar. En el Nuevo Mundo, que tanto asombró aquí, como demostró Sir John Elliot en un delicioso opúsculo que pocos conocen. Era Castilla y allí se creaban ciudades, claro. Sin ciudades no hay civilización. El aire de la ciudad hace libre al hombre, y en América las utopías empezaron antes. A veces tendemos a pensar que la primera es la de una ciudad sobre la colina de los herejes del norte. No, empezó al sur. Construyendo la Jerusalén Celeste, sobre dameros que partían de una Plaza Mayor.

Era Castilla, allí lejos, pero era Castilla. Y quedaba un sitio aún por civilizar. La costa de Barlovento. La gobernación de la secundaria pero estratégica Venezuela. La Monarquía llevaba ya más de setenta años allí pero no cuajaban las ciudades. Hasta que llegó un carballés. Un Losada menor, expulsado por los Pimentel como antes ellos habían expulsado a Men Rodríguez. El amargo sabor de la traición. Era julio de 1567. Hacía calor. Tras varios días de viaje, se fundó la ciudad de Caracas. Poco después, el puerto de la Carballeda.

Era Castilla, y había que seguir asegurando el dominio sobre la costa. Mazariegos, un gobernador de origen zamorano hijo de D. Antonio de Guadalajara y de doña Guiomar de Mazariegos, que llegó a Cuba, soltero, en 1555. Mazariegos, el hombre al que la Corona envía a Venezuela en 1570. Mazariegos, el hombre que llegó al nuevo mundo con varios zamoranos tras de sí, zamoranos como Luis de Villafañe, como Juan Martín o Francisco de Vega, que hicieron el viaje con él. Es Mazariegos, el zamorano Mazariegos, el que comisiona a un salmantino, Maldonado, para que en nombre del rey funde por fin la ciudad de Maracaibo tras varios intentos fallidos. Y esta vez las cosas salen bien, ocurren y se funda la Nueva Zamora de Maracaibo.

Y uno se acerca y ve que antes estuvo Diego de Ordás, que murió loco buscando el Dorado, y que fue mucho más que una calle en Zamora. Y sigue mirando y ve que después de Mazariegos hubo un Pimentel gobernando la Venezuela. Un Pimentel… ¿Qué mejor forma de cerrar el bucle que poner a un Pimentel a gobernar lo que fundó un Losada?

Y termina la conferencia del Profesor Lucena y uno piensa. Qué poco sabemos de casi nada. Cuánta historia necesitamos aún conocer y comprender. Cuántas cosas que, como en un relato de Borges, no llegaremos siquiera nunca a imaginar...


PS: El profesor Lucena diserta de nuevo este próximo martes, en esta ocasión en el Círculo de Lectores de Madrid. Más información pinchando aquí. No se lo pierdan, que la entrada es libre hasta completar aforo

19.5.11

Homiliía electoral...

Vote desocupado lector, si le place. Vote en conciencia. Vote a quien quiera. Vote sin armaduras. Vote sin prejuicios. Si El Perdíu estuviera avecindado en la Imperial Tarraco, votaría a Alejandro Fernández como alcalde. Si estuviera avecindado en la Puebla, votaría a Pepe Fernández para que se mantuviera en el puesto. Como está avecindado en Madrid, es posible que esta vez ya no vote a Gallardón. Estoy cansado de él. De lo que ha costado el Capricho de Cibeles. De que las obras vayan para el sur. De que las bibliotecas municipales de mi distrito de vergüenza mirarlas. Que el voten en el sur, que es donde han de estarles agradecidos. Así que creo que esta vez votaré a UPyD en las locales; ya veremos a ver.

En cualquier caso, si tenía alguna duda, ahora tengo claro que iré a votar. No quiero que nadie me confunda con esa chusma de extrema izquierda que dice hablar en nombre del pueblo y que hace Asambleas y cosas de esas que le ponen a uno los pelos de punta. Cuanto más veo a esta tropa de quinquis, más aprecio le tengo a la democracia formal y representativa. Es la única que me defiende de gente como ellos y que garantiza mis derechos frente a sus locuras.


PS: Hablando de elecciones, es hora de recordar promesas pasadas. ¿Qué ha quedado de aquel fantasmagórico Plan Oeste del simplón y caldera? Es nuestra tierra, nada de nada…


PD: Mañana, Manuel Lucena en La Casa de Zamora. No se lo pierdan. Me lo agradecerán.

18.5.11

Museos necesarios

Hay museos necesarios. Necesarios para defender la libertad. Para entender lo que somos. Y lo que fuimos. Ya me topé con uno, hace muchos años; yo aún era un niño, pero ya entendía algunas cosas. Ahora se ha creado uno en la red. Para recordar a las víctimas del comunismo soviético. Un museo sobre la memoria del gulag. Aquella máquina que devora hombres a los que antes había convertido en esclavos. Aquel horror sin el cual no se puede entender el siglo XX. Aquel monstruoso silencio físico en Vorkutá e intelectual en Europa, un silencio que basta, por sí mismo, para enviar al basurero de la historia a gentuza como Sartre, a idiotas como Aragon y al comunismo internacional en su conjunto. El gulag. El silencio. El frío. La muerte. La esclavitud. El recuerdo en nombre de todos los que fueron devorados allí, casi un 85% de los cuáles por cierto, eran personas anónimas sin ninguna actividad política reconocida, y desde luego bastante alejados de poder ser considerados opositores a la dictadura comunista. Un museo en el que mirar de frente a esa superioridad moral tan cara a la izquierda en su conjunto. Un espacio para recordar que todas las utopías son un horror y que si el siglo XX nos enseñó algo es que nunca el fin justifica los medios sino que, más bien, son los medios los que explican la bondad del fin perseguido. También por eso desconfío, y mucho, de iniciativas como estas sentadas, qué casualidad, en la Puerta del Sol. Cuando desaparecen las instituciones, sólo queda el totalitarismo.

No dejen de visitar este museo virtual, que se irá ampliando, parece, con el tiempo. Y no dejen de visitar aquellos otros que recuerdan lo que ocurrió con el silencio cómplice, por cierto, de gran parte de la izquierda europea. Hay mucha memoria que rescatar. Aunque pocos volvieron para contarlo. Y menos aún tuvieron fuerzas para escribir lo que vieron. Recientemente, mi Coronel me hizo llegar Los que susurran, la obra definitiva de Figes sobre todas estas víctimas anónimas, basado en recuerdos orales de los supervivientes. Ya les iré contando.


PD: En un Estado totalitario y paranoico, nada estaba fuera del alcance de la política. El profesor Kalmonson, del zoo de Moscú, fue detenido por actividades “destructivas” cuando los monos del zoo murieron de tuberculosis […]. En diciembre de 1937, 53 miembros de una asociación de sordomudos fueron detenidos en Leningrado, y a 33 se los condenó a muerte por participar en “conspiraciones” en su lenguaje privado. Se detuvo a filatelistas y esperantistas por hacer tenido tratos con extranjeros […]

Tzouliadis, T.: Los olvidados. Una tragedia americana en la Rusia de Stalin. Debate, Barcelona, 2009. Página 106

16.5.11

Cena con sobremesa...

Hubo acto en la Zamorako Etxea y allí me acerqué. Fantástica conferencia del amigo John. Emotiva presentación del paisano Octavio. Luego llegó la cena. Pocas cosas enriquecen más que cenar con gente culta. Qué interesante conversación. Un mundo. El del exilio. Aquel drama. Aquella gente condenada a vivir lejos de su tierra. Méjico. Sus cafés. Sus leyendas. Octavio nos desgrana personas, y situaciones. Juan Larrea, el amigo de Vallejo, el mejor epistolario de España, nos cuenta. Los vascos que habían llegado a construir el metro y la ciudad universitaria. Vascos por leales a su Rey, cuando aquí aún había Rey. Chalecitos como en Guecho. Como había en Las Arenas. Aquellos hombres como Ramón de la Sota, sin el que el paleto de Sabino no hubiera podido ni comer a diario, que popularizaron luego durante la Gran Guerra lo que en toda España se llamaba el agua de Bilbao. La conversación nos lleva a los poetas. A Aleixandre, que vivía por allí y venía de aquel mundo. Y acabamos en Claudio Rodríguez. Claro. Con los que estábamos en la mesa, era difícil acabar en otro sitio. Y la conversación nos va dibujando la figura del poeta: generoso, hablador, bebedor… el hombre que no tenía reparos con nada ni con nadie. El hombre que fue capaz de escribir un poema al perro de Aleixandre, con el que jugaba cuando iba a ver al Nobel, ya enfermo. El hombre que fue capaz de sacarle vida a un ciruelo. A un cerro. El hombre al que no cambiaron los premios. Ni los honores. El hombre que nos explicó qué tiene la luz en Castilla y porqué es cómo es. La conversación va de un poeta a otro y pasa de vez en cuando, entre sonrisas que iluminan el alma, por Vallejo, el piscis del Perú. Así nos dan las tantas y llega la hora de irnos recogiendo. Nos emplazamos, eso sí, para el mes de junio y su lectura en el Ateneo. Nos hacemos personas cuando aprendemos a disfrutar de la cultura. Cuando asumimos, qué certero Gomá, que la vulgaridad es en nuestro tiempo un punto de partida, pero nunca puede ser una estación de llegada.

Y cuando estamos ya en la calle, cerca del parquin, miro en derredor y recuerdo aquella oda a la niñez con la que Claudio Rodríguez cerraba su libro Alianza y Condena, publicado en 1965: “Muchos hombres pasaron junto a nosotros, pero / no eran de nuestro pueblo. […] Miraron, y no vieron; ni verdad ni mentira / sino vacía bagatela / desearon, vivieron […]


PS: Arcadi Espada, al hilo de Montanelli, escribió: "Y confirma algunas verdades generales sobre el viejo periodismo, la primera y más inquietante, que la selección y escritura de los materiales de un periódico no siempre tenía al lector como destinatario. En ocasiones el articulista escribía sólo para uno […]"

15.5.11

De ruta por el oeste (y VI)

La Villa Romana se encuentra a medio camino entre los pueblos de Almenara y Puras, pero el viajero sabe, a estas alturas, que no va a volver a Madrid directamente una vez que deja la villa atrás. Este viaje comenzó con una llegada a los orígenes, los del Abad Martino y sus frates, saliendo hacia el monte Sospacio de madrugada, y termina con otra llegada en búsqueda de orígenes. Termina con otro viaje iniciático, como no puede ser de otra manera. El Coronel tuvo un abuelo que abandonó su pueblo, y que apenas volvió a él. Un abuelo que hizo la guerra, pero que nunca transmitió odio a sus nietos. Un abuelo que había nacido en la cerealística castilla del primer tercio del XX. Un abuelo nacido en Almenara. Así que ponemos el coche en dirección al pueblo, apenas a unos tres quilómetros de la villa romana. Un abuelo Hidalgo, eso seguro, de un pueblo al que el Coronel nunca había vuelto. Aparcamos el coche junto a la Iglesia. El pueblo es pequeño, se lo ve casi vacío. La Iglesia está desolada. Románico arcaico, sin restaurar. Un parte de la torre se ha desconchado y habitan en ella las palomas. Lo que debió de ser la escuela está ahora arreglada. Pocos coches, probablemente de hijos del pueblo que ahora viven en Valladolid, o en Madrid. Estepa del cereal. El Coronel, Oscarnelo y yo charlamos mientras paseamos y hacemos fotos. Conocer de dónde venimos no nos hace mejores, ni más fuertes, ni ha de darnos ningún motivo de orgullo. Nos ayuda, sólo eso, a comprender quiénes somos. Y quienes fueron los que estuvieron aquí antes que nosotros. Y porqué hicieron las cosas que hicieron. Sobre todo cuando uno ha nacido, como nosotros, después de tanto cambio; tanto, que uno no sería capaz de hablar con su abuelo si lo encontrara de joven porque no habría ningún tema de discusión posible. España es lo que hoy es porque pasó lo que pasó entre 1940 y 1970. Ahí se funda la España de hoy en día. Hacia atrás, todo es un arcano: la guerra, la restauración, la república, la monarquía liberal… son parecidos a nosotros, pero no somos nosotros.

Montamos en el coche. Es hora de volver. El Coronel sabe que tiene un encargo hecho por su abuelo, que sigue viviendo en el corazón de las personas que lo recuerdan. Y mientras nos alejamos, recuerdo aquel poema de Ángel González, publicado en su libro Áspero mundo con el que el poeta, de apenas treinta años, obtuvo un áccesit del premio Adonais. Un poema hermoso, que resume la perplejidad de estar vivos y que pone ante uno la cantidad de azares que nos han traído hasta aquí. Del terrible milagro de nacer. Un poema que empezaba así: “Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo: / hombres de todo mar y toda tierra, / fértiles vientres de mujer, y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo […]

14.5.11

De ruta por el oeste (V)

El viajero abandona Olmedo y coge la carretera de Madrid. Va cayendo la tarde. Nuestro penúltimo destino nos lleva a lo que un día fue una villa romana. Se estaba desintegrando un mundo, el de Roma, del que todos somos hijos, y estaban llegando (luego supimos que todo era mentira) los bárbaros. La villa, erigida en el siglo IV, se hizo sobre otra anterior. Aquel mundo. Nosotros. Un espejo. Cotarelo, magnífico profesor, lamentable polemista, nos lo dijo un día en quinto y yo ya no volví a ser el mismo: somos Nueva Roma. Nada más que eso. Dos mil años después, somos Roma, con su lengua evolucionada, su derecho, su modelo de familia… sólo cambió la moral, que se hizo cristiana.

Nueva Roma aquí, en Castilla. Como en Conímbriga, donde estaban las primeras villas que conocí, hace tantos años, una tarde de agosto, efectivamente, y Coímbra resplandecía. El Museo es interesante pero el viajero va buscando los restos. La excavación. Los mosaicos. De aquí venimos. Antes de Roma no hay nada. Ni siquiera los vascos, ya lo siento. Nada. Si el hombre entra en la historia con la escritura, la península entra en la historia con Roma. Lo que queda detrás es un arcano. La nada en sentido literal. Bobadas de druidas para jipis y cosas de esas. Esos mosaicos. Al lado, se recrea una villa romana. Ideal para que la visiten los niños, pienso mientras voy de una sala a otra. Somos nosotros. Roma se desmoronó, como todos los Imperios. En la periferia del Imperio debieron de ser años raros. Llegaron las bagaudas, bandas armadas de las que poco sabemos, pero que quizá aprovecharon la debilidad imperial para saquearlo todo. Quizá también esto. Llegaron años de miedo. Ahora pensamos que la gente tenía miedo a los bárbaros, pero desde Cavafis (siempre son los poetas los que nos lo explican todo, también nuestros miedos, nuestros deseos más ocultos…) sabemos que las cosas fueron diferentes. Los bárbaros no llegaron un día. Fueron viniendo. Y aquél mundo acabó.

Abandonamos la villa, pero el viaje aún deparará al viajero una última sorpresa. Relacionada con Mi Coronel. No sea impaciente, desocupado lector…


PS: Cavafis escribió: “-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto / y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!) / ¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían / y todos vuelven a casa compungidos? / Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron. / Algunos han venido de las fronteras / y contado que los bárbaros no existen. / ¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? / Esta gente, al fin y al cabo, era una cierta solución.


El poema entero de Cavafis, pinchando aquí. Si no lo conoce, no deje de leerlo, desocupado lector…

12.5.11

De ruta por el oeste (IV)

El viajero llega a Olmedo. Hace varios siglos, hubo un mundo y unas tierras que se dirigieron desde aquí. Cualquiera lo diría, viendo en lo que ha quedado todo esto: campos cercados por el abandono y pequeños burgos que atrapados en un mundo premoderno. Ciudades que llevan teniendo cinco mil habitantes desde hace quinientos años. Olmedo es una ciudad recoleta, bien cuidada, con sus soportales, tan castellanos. Un convento convertido en teatro. Lo escénico como sustituto de lo trascendente, lo sagrado como representación. Tan cercanos, en el fondo, uno de otro.

Oscarnelo, que ha preparado con mimo el viaje, nos acerca al Palacio del Caballero. La visita es fantástica, por fin veo la aplicación de lo que se llaman nuevas tecnologías aplicado en algo lúdico. Un paseo por la historia. Por el XVI castellano. Cuando aquí aún había Dios y aún había Rey. De fondo, Lope, y la rivalidad entre Góngora y Quevedo. Y también aquel hombre que hablaba raro y que siempre se preocupó de que nunca supiéramos quien era. Al trasluz, una vieja leyenda, explicada sala a sala. La de la muerte del caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo.

El viajero sale algo anonadado. Un corral de comedias. Todo es teatro. Llega la hora de reponer fuerzas. Esto es Castilla. Lechazo regado de un vino de la ribera occidental, es decir, de Toro. De don Manuel Fariña. Nos faltan los puros a los postres, pero este gobierno, el de las libertades civiles, nos prohíbe fumárnoslos.

Es domingo, pero aún queda finde, así que nos encaminamos a la búsqueda de las bagaudas que asolaron estas tierras hace más de catorce siglos...

11.5.11

Un día como ayer...

Fue también un diez de mayo. Un día para recordar. Un día como el de ayer. Era el año 1933. Lejano, dirán algunos. No tanto. Mi padre tenía un año y mucha gente que he ido conociendo en mi vida ya tenía uso de razón. Supongo que, como todo, las cosas empezaron con un rumor. Los cobardes, la mayoría, se iría poniendo de perfil para no tener que manifestarse. Algunos profesores fueron expulsados o invitados a irse de la Universidad. Los nacional-socialistas llevaban apenas unos meses en el poder. Había un trabajo que hacer, la patria lo demandaba y el futuro no podía esperar. Había que depurar el país. Volver a las esencias. Acabar con la degeneración de la raza y del país. Organizaciones supuestamente vinculadas a la sociedad civil, como la "Liga de Lucha contra el Espíritu No-Germano" o los Estudiantes Patriotas de la época (la "Liga de los Estudiantes Nazis" lanzaron la campaña. Todo alemán debía depurar su biblioteca de libros antialemanes, de libros contaminados por “la bacteria del espíritu judío". A finales de abril, u diario, siempre un diario, publicó la fecha adonde públicamente todos podrían expiar sus pecados: el 10 de mayo.

En Berlín la cita fue frente al edificio de la Ópera, a partir de las diez de la noche. Empezaron a apilarse los libros. Un grupo de bomberos los roció con material inflamable. Empezaron a arder. Un locutor iba animando a la gente a echar más libros al fuego. Al espectáculo purificador de la barbarie.

Ardieron, aquella noche y sólo en Berlín, más de 20.000 libros. Bradbury no había tenido que inventar demasiado para su legendario Farenheit. No fue la primera vez. Tampoco sería la última. Hace unos años, los estudiantes patriotas vascos, siempre los estudiantes, propusieron eliminar de las bibliotecas vascas (y vascos), todos los libros que negaran la existencia de la nación vasca. Un movimiento similar, por cierto, al que intentó poner en marcha el ayuntamiento de Fuenterrabía

No respetar los libros. No entenderlos. No comprenderlos. Reirse, en fin, de las lecturas de uno (y de una)

Allí donde arden los libros, escribió Heine, no tardará en arder el hombre…

No olvidar.

10.5.11

De ruta por el oeste (III)

Amanecemos en la ciudad de los iscariotes. La villa de Oscarnelo. Nos acercamos a ver el Castillo. Aquí hubo árabes, que nombraron la ciudad. Y luego hubo señores y luego reyes. Como en tantos otros lugares de Castilla, hasta aquí llegó también la traición. Sitio de realengo, tras la guerra que libraron Pedro I el Justiciero contra su hermano bastardo Enrique, éste regaló el señorío a uno de los traidores que lo acompañó en el desafío que acometió contra su legítimo rey. Ahora ya nadie lo recuerda, pero aquí hubo un mundo, y un momento, en el que las cosas pudieron haber sido diferentes. De un lado, las ciudades, los judíos, los mercaderes, la gente más brillante y más activa de su tiempo, arremolinados en torno a la figura de su Rey y Señor, Pedro I de Castilla. De otro, los nobles, los señoritos, los resentidos, agrupados en torno a un bastardo ambicioso y cruel, un tal Enrique. La guerra, como tantas otras veces, la ganaron los malos. Y sellaron quizá para siempre ya la historia de Castilla, la que face los omes e los gasta.

El castillo iscariote estuvo caído, nos cuenta Osquitar, que pasó aquí una parte de su infancia. Aquí venían de niños a jugar. Y a holgar. La guía nos ve interesados y se viene arriba. El castillo fue comprado hace unos años por el Ayuntamiento a los Alba, la Casa que lo acabó poseyendo después de varios cambios de dueño. Pero está mal asentado, sobre tierra arcillosa, y casi todo el dinero de la restauración se va en inyectar hormigón para fijarlo. Era un castillo defensivo, construido para que, en caso de asedio, las posibilidades de asalto fueran escasas. Rehabilitado poco a poco y año tras años, permite hacerse una imagen de lo que aquí hubo. A lo alto de la almena jugamos a disfrazarnos de señores, de reyes y de reinas. Jugar como niños. Pensar como niños. Nos lanzamos a soñar con aquel mundo, las ideas de los castillos que Ortega me metió en la cabeza hace años, cuando la Edad Media era un mundo de libertades en la que el ogro filantrópico aún no se había comido al ser humano por completo.

Paseamos por los adarves y vemos el mar de pinos que cubre estas tierras. Autóctonos varios de ellos, y no de repoblación, como yo falsamente imaginaba. Aquí hubo mucha riqueza, me dice nuestro Oskar Matzerath en un aparte. La madera dejó mucho dinero, en forma de tablas, de muebles y de resina. Pero todo eso ha ido pasando ya, como ha pasado el tiempo de Castilla, tierra periférica condenada a tractores silenciosos y tierras ya sin roturar, no por barbecho, sino por desidia.

El viajero monta en el coche. Es hora de partir. Dejando a su espalda la villa iscariota, la geografía de esta tierra de pinares le trae recuerdos de su infancia, aquella que pasó en la Peña más Fiel de Castilla. Esas Pedrajas de San Esteban, ¿do estará Risi ahora?, esa Cabezuela, ¿Qué habrá sido de Gartxi?, ese Campo Áspero, con el padre Eusebio partiendo para Panamá, ¿qué habrá sido de él?. La infancia nos marca, es cierto; pero sus recuerdos no pueden esclavizarnos de por vida. Uno se hace adulto, también, porque es capaz de pasar por encima de su infancia


PS: Antonio Machado dejó escrito: “La madre en otro tiempo fecunda en capitanes / madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes”.