No
creo que fuera nunca un político popular. Desde luego, no en la mi tierra. Me pasa con la lengua. El mío
es un país pobre y pequeño.
Si hubiera dinero, los locos del senabrés
en la escuela ya habrían conseguido poder. Y habrían ya empezado a
dividirnos entre buenos y malos senabreses. Qué orgullo, por un lado, ser considerado un mal senabrés por
considerar al pachuecu un objeto
de estudio pero nada más. Por impulsar que los niños que quedan, los pocos,
aprendan inglés o portugués antes que senabrés.
Lo
veo también con el rollo del carbón. La brutal insolidaridad de pedir que los ciudadanos
sigamos pagando entre todos la forma de vida de unos pocos. De mantener
abierto, a pérdidas, industrias que hace décadas que dejaron de ser rentables. En
el fondo, es también malo para ellos. Los
subsidios generan desesperación y alcoholismo, y no siempre por ese orden. Matan
la iniciativa. Yo mismo: ¿iba a levantarme cada mañana si alguien me pagara por
no hacerlo? Pero nadie es capaz de explicarlo con claridad. Todo el mundo se
sube al carro. Total, paga el contribuyente y a él no lo defiende nadie. Y
menos, unos
políticos o unos
vividores que también viven de manera cómoda del contribuyente.
Y
luego hay gente que se extrañe de que estemos como estamos.
PS:
García-Milà, que dejó la carrera
sin comunicárselo a sus padres para montar a escondidas su empresa, alertó
sobre la comodidad de esa generación juvenil, que aspira como mucho a terminar
su carrera, hacer un MBA y ascender como directivo en una gran empresa, sin
plantearse emprender su propio proyecto”.