Era otra época, claro. No existía Internet y uno aprovechaba sus tardes en la Nacional para rebuscar, para echarle un vistazo a manuscritos, para comerse en fin la crónica de Lope de Ayala. Pero nunca había nada.
Ahora, por fin lo sé.
Men Rodríguez. El legendario Men Rodríguez de Sanabria, en cuya compañía eché tantas tardes agradables de tertulia con Manolito y con Mile. Aquel Men cuyo palacio, sueños de adolescente, había estado en el Pinar de Vigo. Aquel Men que forma parte de las preguntas de mi infancia, junto a las tropas napoleónicas a las afueras de mi pueblo, junto a la Ermita de San Pelayo en San Juan y junto a los zoelas, aparece ahora por fin desvelado.
Le perdí la pista poco después de la muerte, en marzo de 1369, de su Rey, D. Pedro I de Castilla, el Justiciero, por más que los nobles y sus enemigos lo tacharan de cruel. Ya saben que la historia la escriben siempre los vencedores. El caso es que Enrique de Trastamara, bastardo al que no quiero llamar rey, lo mató, e hizo prisioneros a sus capitanes. Y allí estaba un Men al que Menéndez Pidal mostraba pocos años después levantando la bandera del rey muerto en la zona limítrofe entre Castilla, Galicia y Portugal. Y luego el silencio.
Ahora se me aclara todo. Fernando I los acogió en Portugal. Y desde allí los utilizó en sus (desastrosas) guerra contra el bastardo. Al menos en las dos primeras. Cuando el Tratado de Santarem ponga fin a la segunda de las guerras,y el rey se vea obligado a expulsar a los petristas a Inglaterra, Men permanecerá en Portugal. En 1372 Fernando el monarca portugués, le regaló la Vila da Feira. Fue bueno, claro que lo fue. Como su señor, D. Pedro, fue amigo de los judíos: gracias a él, el monarca concedió a los zapateros judíos de Lisboa la exención de tener que llevar un distintivo de su condicion. Fundó mayorazgo, en beneficio de su hijo, Rui de Sousa, al que tampoco conocía. Todo me hace sospechar que descansó para siempre en Portugal, lejos pero a la vez cerca de la su tierra sanabresa que poco después, Juan I, hijo del bastardo, le regaló a los Losada en pago por sus servicios.
Descansa en paz, Men Rodríguez, aguilucho…
Coda: Cuando repasa o escucha hablar de su vida pasada, cree ver en un mar desierto la estela de un barco que ha desaparecido; cree oír los tañidos fúnebres de una campana cuya vieja torre no se acierta ya a ver.
Chateaubriand, François de: Memorias de ultratumba (Libros XXV-XXXIII). Tomo III. Página 1.569.