Leo.
Y escribo.
Es agosto y aún puedo permitírmelo.
También me escapo, de vez en cuando, a algún acto cultural. Como aún no soy sectario (quizá lo vaya siendo con los años, pero confío en que no) me importa más el contenido que quien lo haya organizado. Hace unos días fui a uno en la Playa Grande del Lago. El marco es impresionante y no se me ocurre nada mejor para organizar un evento, no sé cómo no se me había ocurrido antes. Un homenaje a Unamuno. Al Unamuno que estuvo aquí y que aquí se inspiró para inscribir ese homenaje a las dudas del hombre que es San Manuel Bueno, mártir. La novela que leíamos en COU y que nos acercaba a todos a nuestra tierra. La novela que reflejaba los conflictos sobre la superficie límpida del Lago-mar y que hacía rebotar la falta de fe del hombre moderno hacia las montañas. Ahí empezaron a hablarme de los judíos.
Volví a otro que organizaban en Ilanes, en y ahí volvieron a salirme, de nuevo, los judíos. La conferencia giraba sobre los que se quedaron. Los que engañaban. Algunas pistas fascinantes: aquí hubo judíos. Y muchos. Parece ya fuera de toda duda, porque era este era un punto de salida aquel año de 1492. Quizá los hubo desde antes, no en vano un señor de la zona era “amigo de los judíos”. Hubo durante siglos cuartos tapiados en algunas casas. La higiene como delatora. En mi pueblo, en la fiesta de San Antón, todo el mundo llevaba a la Iglesia partes del cerdo. Una forma de mantener la cohesión interna. Los apellidos también nos delatan. Los apodos. Quizá los oficios. Quizá los pueblos de los herreros, de los cobreros, eran pueblos puestos en pie por judíos. Sólo quizá. Pero también hubo protección. Muy pocos expedientes del Santo Oficio hablan de esta zona. Uno, extrañamente, sobre un Arias, abogado. ¿Quizá el abuelo del moro? También ese carácter emprendedor. También esas críticas de los vecinos. Quizá, también, ese respeto por la letra escrita.
Descansa el cuerpo, pero no ha de descansar la mente. Nos hacemos mayores, envejeceremos, el día que perdamos las inquietudes. El día que asumamos, al fin, que no nos apetece transcribir esos documentos, por cansancio, por dolor, o por miedo. Mientras estas cosas nos emocionen, seguiremos vivos…