Fue un magnífico ejemplo de la impostura de la izquierda. Aquel país partido. El azar de nacer en un lugar o en otro. Al poco de empezar la farsa, la gente se iba. A borbotones. Había que detener la sangría. Así que se levantó un muro. Hace ahora cincuenta años. Como la izquierda maneja el lenguaje como nadie, lo llamaron muro de protección antifascista. Nadie entre la supuesta izquierda democrática, y perdonen la antinomia, abrió la boca para protestar. La misma gentuza que luego ponía el grito en el cielo por el muro en Palestina, miró para otro lado con aquel horror. Fue una de las más hermosas, y trágicas, metáforas, del fracaso del socialismo real. Del comunismo. De la izquierda, en suma. Una avanzadilla del enorme fracaso que sufrirían cuarenta años después. Lo trágico es que mucha gente murió intentando saltarlo. Cuando pienso en el Muro, no puedo dejar de pensar en la música del tercer hombre, aquella novela de aquel misterioso escritor que nos habló luego de un americano impasible. Un muro en Europa. En pleno siglo XX. Como si con eso se pudiera detener la historia. Se cumplen ahora cincuenta años de aquel horror. Es momento por lo tanto de recordar a los muertos. Y de recordar que, como en el caso de la ETA, aquella batalla no acabó en tablas. Nosotros la ganamos. Y ellos la perdieron.
PS: El plan [quinquenal] preveía duplicar en cinco años la producción de carbón, de 35 a 70 millones de toneladas: Stalin apuntó 105, y así hizo con todo. Lanzó a la URSS a una improvisación a escala continental. A eso lo llamaron “socialismo”
PS: Meyer, Jean: Rusia y sus Imperios (1894-2005). Círculo de Lectores, Barcelona, 2007. Página 187