Viajar nos hace más libres. Siempre lo he pensado. Pero viajar no es sólo una cuestión física, no es sólo ir de un sitio para otro como un pollo sin cabeza. Viajar no es sólo moverse por el espacio. Uno viaja leyendo. Y a veces lo hace mucho mejor desde su casa que recorriendo el sitio al que va. Lo descubrí hacer años con Magris y lo confirmé con Kaplan. Cavafis sólo fue, a este respecto, la constatación de una evidencia.
Aunque nunca estuve en Cuba, como si fuera un personaje de Borges, soy capaz de tocar los territorios con las manos a través de las hojas de un libro. Fui a Santiago, que ahora sé que queda en el oriente. Ya sé quien fue Compay Segundo y qué relación tuvo con aquella ciudad. He caminado con Pascual Cervera y desde lo alto de la sierra he visto a los barbudos verlo partir hacia el desastre. He visto a un hermano rencoroso esperar durante medio siglo heredar el poder de un dictador. He visto a Diego Velázquez fundar un país donde no había escritura. He visto a Magdalena Rovenskaya mostrarme, desde el Hotel La Rusa, la consagración de la primavera. Me detuve en Baracoa a conocer la historia de Reinaldo Arenas, lo que le permite a uno toparse de bruces con el papel que la dictadura cubana asigna a los homosexuales. A través de él conocí a las temibles UMAP. Cuando llegué a Dos Ríos y conocí a Martí. Aprendí de donde procede la palabra Mambí, que tanto aterró a la generación de mis bisabuelos. Fui a la Cuba de los cincuenta, un burdel dicen, y en parte es cierto, pero también un país más adelantado, en algunas cosas, que la España de la época. He conocido el papel que Matthews, el legendario Matthews de mi adolescencia, jugó en la creación de la imagen mediática del enloquecido hijo de un emigrante gallego. Conocí por fin la historia de Cienfuegos y de Huber Matos en Camagüey, que ahora sé que anda por el centro del país. No borrará la historia ni Castro ni sus corifeos. O lo que ocurre cuando uno ve la crueldad y no se enciende.
He olido también la cuba mestiza. La cuba negra. La cuba brutalmente racista. He sentido el sexo que recorre la vida de la isla. El sexo como escapatoria no sólo a la dictadura, sino quizá también al clima y al vacío. He sentido el hambre, el ingenio que todo lo agudiza ante la miseria. El fracaso, en suma, de lo que pomposamente, asumiendo el vocabulario del verdugo, todos llaman Revolución.
He conocido la Cuba de los ingenios. la cuba europea de finales del XIX. He conocido Cienfuegos, la perla del sur, y he entrado en el Teatro Tomas Terry, en el que Sara Bernhardt, la mujer que dormía en un féretro, conquistó a Mazzantini. Al salir del teatro me topé con Benny Moré, el hombre que se bebió la vida, trago a trago, con apenas cuarenta años. Llegué a Santa Clara por la infectas carreteras de la Revolución y encontré a un psicópata argentino que jugó a ser dios antes de morir, traicionado, en Bolivia. El hombre que creó campos de trabajo para recluir a los homosexuales (¿qué les pasa a todos los tiranos con los maricones?).
Seguí hacia el occidente, Y conversé con Marita Lorenz. Me detuve a ver a D. Ernesto, el botarate que nunca soportó el éxito profesional de su tercera esposa, la periodista Martha Gellhorn, sobre la que llegó a decir que "lo que yo quería era una esposa en la cama por las noches, no una mujer que anduviera por ahí viviendo interesantes aventuras por unos miles de dólares". Hay muchos hombres así, y lo más curioso es que a muchas mujeres les gustan. Con su pan se lo coman. Ellos y ella.
Antes de llegar a La Habana comprobé que en Cuba se publica el periódico más aburrido del mundo. Y llegué a la capital, y me hablaron de los CDR, esos siniestros organismos que los turistas no ven. Y he recordado a Weyler el hombre que estuvo a punto de ganar una guerra que ya no se podía ganar. Subí al castillo de la Real Fuerza y entendí que para los cubanos, los de Pinar del Río son como los de Lepe aquí. Reservé mis últimas horas para ver a Leonardo Padura, qué hermoso su libro, y para despedirme de la isla. Cuando montaba en el avión, un cubano le dijo a Moreta, ¡cuenta lo que fuimos!, y vaya que si lo hizo. Y gracias a esa petición he viajado a Cuba sin moverme del metro de Madrid.
Y todo esto, oiga, por apenas quince euros.
Y luego dicen que los libros son caros.
No sé a qué espera, desocupado lector, para sumergirse en la lectura de Cuba, más allá de Fidel. No se arrepentirá.
PS: "Todos los dictadores, independientemente de la época y del país, tienen un rasgo común: lo saben todo y son expertos en todo. “Pensamientos de Juan Perón”, Pensamientos del Presidente Mao”, pensamientos de Gadafi y de Ceaucescu, de Idi Amin y de Alfredo Stroessner. Stalin era experto en historia, economía, poesía y lingüística".
Kapuscinski, R.: El Imperio, Barcelona, Anagrama, 2007. Página 102