Desayunamos con la fresca. Una nube de contaminación cubre Pequín. Nos encaminamos hacia lo que desde hace algunos siglos se conoce como la Gran Muralla. Por el camino, las obras de la zona olímpica. Soldados y obreros. En el paraíso socialista chino, los delegados sindicales son sustituidos por sargentos del ejército. Nos dirigimos hacia la zona de Badaling, el tramo amurallado más restaurado y más cercano a Pequín.
Hay varios equívocos en relación a la Gran Muralla china. Y casi todos ellos están relacionados con occidente. Y es que la Muralla, “Fortificación Larga” en chino, es, en gran medida, un invento occidental. No es extraño. A veces, los imaginarios colectivos se crean desde fuera. Los románticos franceses y británicos crearon la imagen de España durante el siglo XIX. Ferdinand Verbiest, un jesuita belga que vivió en el Imperio del Centro durante la segunda mitad del XVIII, visitó la muralla cerca de Pequín y quedó impresionado por lo que había visto. Por aquella época, otro jesuita llamado Martino Martini había publicado su Atlas Sinensis. En él, sentó las bases de gran parte de los mitos que, siglos después, siguen formando parte del imaginario colectivo: una muralla que atravesaba toda China, levantada en muy poco tiempo y construida antes de Cristo. Ni era una sola muralla (en realidad, son varios tramos dispersos y separados por cientos de quilómetros que nunca constituyeron una única muralla), ni se levantó en poco tiempo (el proceso de construcción abarca en realidad gran parte de la historia de China) ni era tan antigua (los tramos que los occidentales veían se edificaron en el XVII). Los frailes fueron los mejores propagandistas del mundo Chino en occidente durante el XVII y el XVIII. Un siglo después, en el verano de 1861 el doctor Fleming visitó la Fortificación Larga. Y hablaba de la misma como “la mundialmente famosa barrera cuyas maravillas han resonado durante siglos en occidente” en su Travels on a Horseback in Mantchu Tartary”. A nadie le resultaba extraño que los chinos, durante aquellos siglos mostraran tan poco interés por la “Fortificación Larga”. Para China, la Gran Muralla era el reflejo de un fracaso. Durante siglos, había sido incapaz de detener las invasiones extranjeras. Y había simbolizado el aislamiento de China. Un país que pudo haber dominado toda Asia se quedó encerrado dentro del perímetro, físico y mental, de una muralla.
Pero al final, los chinos transformaron su “Fortificación Larga” en la Gran Muralla. Llegó el siglo XX. Una China dividida y humillada encontró en la visión de los europeos un motivo de orgullo. Un país que había construido la “Gran Muralla” no era un país cualquiera. El incipiente nacionalismo chino se apropió de la Muralla. Años después, Mao la utilizó como imagen de la resistencia a los japoneses y terminó de colocarla en el imaginario colectivo chino. Como un espejo que en realidad crea la imagen que devuelve.
A pocos quilómetros de la Muralla, se adivinan los turistas. Autobuses y más autobuses. Durante el trayecto, Fernando, el guía, realiza nuevas loas al gobierno chino. Me pregunto si realmente se creerá todo lo que nos cuenta. Empezamos a caminar. La muralla está repleta de turista. Y cuando digo repleta, digo repleta. El paisaje es espectacular. Aunque está restaurada de una manera tosca, aunque a veces la subida se hace imposible por los desniveles que ha de salvar, la experiencia merece la pena. Vendedores de todo tipo están instalados en los torreones que comunican los tramos de muralla. Se vende de todo: camisetas, láminas, carretes. De pronto, suena una melodía. Quizá irlandesa. Pero extrañamente familiar para los españoles. Tarareo la letra mientras paso al lado del vendedor que la toca en su instrumento: “There’s a valley in Spain called Jarama / It’s a place that we all know so well / It was there that we fought against the Fascists / We saw a peacful valley turn to hell”.
Desde lo alto se observa la extensión de la Muralla como un hormigueo constante de gente. Bajamos. Nos espera un almuerzo en un entorno absolutamente espectacular. ¿Les he contado algún vez que soy un rendido admirador de la arquitectura de acero oxidado y hormigón?
Nos acercamos a la Ciudad Prohibida. Para ser más exactos, a la Ciudad Púrpura Prohibida. La ciudad fue inaugurada en febrero de 1421 por el emperador Yongle, hijo del fundador de la dinastía Ming. Procedente de una familia de campesinos, el Emperador quiso dar lustro a la capital que fundaba, a la que llamó capital del norte. La obra de la Ciudad Prohibida duró más de quince años y en ella trabajaron más de doscientos mil obreros. Yongle arrebató el trono a su hermano, y abandonó la capital del sur, Nanquín, para fundar una nueva en la que se sintiera rodeado de partidarios. Fue bajo su mandato cuando Zheng He recorrió el pacífico buscando países que reconocieran al monarca del Imperio del Centro y ejecutaran ante en la Corte el koutou, o sumisión ritual ante el Emperador.
La ciudad prohibida es en realidad un vasto recinto amurallado compuesto por varios palacios y recintos, en el que se alojaban no sólo el Emperador y su familia, sino también los altos funcionarios del Estado. Tiene 9.999 habitaciones. Los edificios son de madera. Pero no son hermosos. Su función es impresionar al visitante. Hacerle sentir el poderío de los Ming y del Imperio del Centro. La ciudad fue concebida para demostrar poder, un poco al estilo de lo que hizo el César Carlos con la Puerta de Bisagra en la Ciudad Imperial. Es fácil reconocer la dignidad de cada construcción, en función de la decoración externa de cada una de las gárgolas que poseen. A más figuras, más relevancia. Hay mucha gente, y el ambiente está realmente contaminado. Fernando, nuestro entrañable y sectario guía, nos lleva a ritmo militar por las plazas, palacios y callejuelas de la Ciudad. Hay mucha gente, pero en verano es peor, parece. La presencia constante de la madera, explica la existencia de grandes tinajas de cobre a cada paso, para poder hacer frente a los incendios. Encontramos a un chino con una camiseta de la selección española. Fotos de rigor. Nos habla de Raul. Vaya por dios.
Al abandonar por el norte la ciudad prohibida uno encuentra una colina. Fue construida con la tierra que se removió para hacer los palacios. Llega la hora del almuerzo. Hoy toca degustar, en toda su extensión, el pato laqueado, el plato pequinés por excelencia. Nos enseñan con paciencia como montarlo en el plato, pero las exquisiteces y paciencia confuciana chocan de frente con el catolicismo contrareformista zamorano y, aunque intentamos colaborar en la alianza de civilizaciones, optamos por comerlo a nuestra manera.
La tarde es para vivir uno de los espectáculos más fascinantes de Pequín. El mercado de la seda. Un edificio de siete plantas en el que se venden todo tipo de falsificaciones El ambiente y el juego es fascinante. Se vende de todo; desde Ipod hasta pañuelos de seda, pasando por maletas y bolsos de marca. Todo falso. El paraíso de la clase media. Empieza el juego. Las dependientas manejan, de manera rudimentaria, varios idiomas. Mezclan castellano e inglés. Te ofrecen un precio, te haces el ofendido y cuando haces ademán de irte, te ofrecen una calculadora para que pongas un precio. El que pones suele ser diez veces menor del que te piden. Se hacen las ofendidas: “I Kill you”, “tacaño”, y contraatacan sin perder la sonrisa. Otra opción puede ser que les pidas productos de mejor calidad. Entonces te miran con aire de confianza y abren un cajón y te ofrecen productos supuestamente mejores a más precio. En algunos casos salta a la vista que el producto es mejor, y también más caro. La tarde es agotadora y se nos va recorriendo las plantas del mercado.
La cena es en un restaurante uruguayo. La globalización es un señor que vino a China a importar productos para Uruguay y se acabó quedando tras poner en marcha un asador.
La globalización, ese hermoso perfume de la modernidad.
PS: “Todos los movimientos de las dos pasadas décadas (los movimientos consumista, ecológico, de protección a la tierra, hippie, de alimentación orgánica […]) han tenido un común denominador. Todos ellos han sido movimientos anticrecimiento. Se han opuesto a los nuevos desarrollos, a la innovación industrial […]". Friedman, Milton y Rose: Libertad de elegir (II). Folio, Barcelona, 1997. Página 268
Amanece Pequín. Corro la cortina de la habitación pero se sigue viendo el fondo blanco. Me acerco a la ventana, creyendo que debe haber alguna cortina más que no he corrido. Pero no hay más cortina. Hay contaminación. Es espectacular. Indescriptible. Una nube blanca cubre la ciudad. En el hotel nos dejan el China Daily. Basura gubernamental. Moralina comunista mezclada con caspa patriótica. Algunos artículos causan auténtico sonrojo: “nuestro ejército del pueblo ha dado un ejemplo de eficacia y organización en el rescate a las víctimas”, “en la escuela que se derrumbó los niños recibían una clase sobre la paz en el mundo”; “el presidente Wen dirige desde la zona las operaciones de rescate”. El Daily, es verdad, muestra también lo que pinta España para los chinos. Durante toda la semana, las únicas referencias a nuestro país están en las páginas de deporte. Menos es nada, pensaría un portugués.
Nos acercamos a la Plaza de Tian´anmen. Varias consideraciones. La Plaza es fea. Grande y fea, como corresponde a las obras de las dictaduras. Está alineada con la Ciudad Prohibida, a la que antecede. Dos edificios soviéticos a los lados. Aquí el Parlamento, allí el Museo de Historia. Fernando, el guía, insiste en que su parlamento es similar al nuestro. Pero ellos no quieren partidos que generan división, sino que eligen a sus representantes entre los obreros y los campesinos. La cortesía me impide discutir. A un español le van a contar payasadas de democracias orgánicas y cosas por el estilo. La plaza está presidida por el mausoleo del dictador. Algún día alguien estudiará la necrofilia de la izquierda, y su gusto por los muertos embalsamados. Al fondo de la plaza, un retrato de Mao, señalando la entrada a la ciudad prohibida.
La plaza fue famosa en China mucho antes de los sucesos de 1989. Setenta años antes, el 4 de mayo de 1919 estalló aquí la revuelta de los estudiantes chinos contra las humillaciones que les imponía el Tratado de Versalles, al otorgar a Japón las concesiones alemanas en Shandong.
Al llegar al poder, los comunistas derribaron una parte de los palacios al Sur de la Ciudad Prohibida y levantaron la enorme plaza que hoy conocemos, tan parecida, en ciertos aspectos, a la plaza Constituţiei que se levanta delante del Palacio del Parlamento de Bucarest.
A la plaza se accede por un subterráneo para esquivar el intenso tráfico que la rodea. Al salir del subterráneo, las fuerzas de seguridad chinas registran las pertenencias de los ciudadanos chinos. Las nuestras no. Fernando lo explica con naturalidad: “hay ciudadanos que aprovechan que la Plaza es un sitio con turistas para sacar pancartas con reivindicaciones de todo tipo, y eso está prohibido”. Y ya está. No hay más discusión ni mucho más argumento. La gente quiere protestar porque hay público y porque hay público el Estado prohíbe las protestas. Con naturalidad. Una humillación para los ciudadanos chinos.
La Plaza saltó a la fama en 1989. Aunque poca gente conoce que detrás de la revuelta hubo una serie de televisión. Se titulaba “Elegía de un río”. No busquen referencias en google en castellano porque no hay. Era un documental en seis capítulos que mantuvo en vilo al país durante el verano de 1988. Su tesis, que el aislamiento y el fracaso que representaba la “fortificación larga”, era la causa del presente chino; que su aislamiento y su falta de participación en las exploraciones habían marginado al país durante la modernidad. La muralla y el río amarillo como metáforas del atraso y la tiranía en la historia del país. El documental era en realidad un ataque poco disimulado al maoísmo y a la dictadura comunista que arrasaba y condenaba a la pobreza y al aislamiento al país. Los jóvenes chinos entendieron el mensaje y fue la filosofía del documental la que estalló en las revueltas que terminaron con la masacre de la Plaza un año después. Su autor, Su Xiaokang capitaneó la revuelta, escapó de milagro y desde entonces vive exiliado en los Estados Unidos.
La muerte de los estudiantes ha sido olvidada y borrada. Ahora la plaza está llena de vendedores ambulantes y soldados. Pienso en ello mientras observo volar hermosas cometas. Qué débil es la memoria de los hombres. Y qué solos se quedan los muertos. Empieza a lloviznar.
PD: "Si el estalinismo seducía, era en gran medida por el atractivo subliminal de su lenguaje táctico paramilitar […]. El totalitarismo de la izquierda, en buena parte de manera análoga a un anterior totalitarismo de la derecha, versaba sobre la violencia, el poder, el control, y resultaba atractivo precisamente por estos rasgos, no a pesar de ellos". Judt, Tony: “Pasado imperfecto. Los intelectuales franceses. 1944-1956”. Taurus, Madrid, 2007. Página 65
Amanece Xi´an. Desayuno frugal en un japonés. Empezar el día con maki es una delicia. De camino al aeropuerto nos vamos despidiendo de Tao. Ha escrito algunos libros en castellano sobre los guerreros. Pero deber ser duro vivir preso en un país en el que el gobierno se considera con derecho a decirte a qué países puedes viajar y a cuáles no.
El vuelo hasta Pequín es con China Eastern Airlines. Pequín, la capital del norte. Su importancia en la milenaria historia china es relativa y reciente, ya que data apenas del siglo XV. Durante el viaje aprovechamos para ver el sol por las ventanillas del aparato. Cuando aterricemos, sabremos que nos envolverá de nuevo la espantosa atmósfera de las ciudades chinas. Al llegar, es casi la hora de comer. Nuestra guía se presenta. Se llama Fernando y es quizá el más ideologizado de todos los chinos con los que hablo durante el viaje. No llega a los treinta años. Nos habla de su país con orgullo, y de su gobierno con respeto. Almorzamos en un selecto restaurante, al lado del Estadio de los Trabajadores. Aquí almuerzan los ricos de la ciudad, pero desde luego ningún obrero y ningún campesino, por más que ellos compongan la clase dirigente china según la inefable constitución de la República Popular.
Acaba el almuerzo. Vamos a ir a conocer una parte legendaria de la ciudad, pero que está desapareciendo deprisa. Vamos a conocer los Hutong, los callejones que conectan los barrios y las casas de la vieja Pequín. Son el Pequín legendario de las películas, el Pequín que todos tenemos en la imaginación. Pero los Hutong están desapareciendo deprisa. La ciudad crece y se necesita espacio. La desaparición de los Hutong es una buena muestra de porqué las dictaduras son malas, con independencia de su éxito económico. En un país libre, habría cierta prensa que protestaría contra la desaparición de estos barrios. Es más, los bloggers, las radios o incluso algún partido de izquierda, que ironía, llamaría la atención de los medios y se conseguiría al menos que el proceso fuera más racional, y que se conservaran algunas partes de interés. En la China de los obreros y los campesinos eso no es posible. Porque no hay prensa libre, lector; porque Internet está capado en determinadas páginas y porque las cadenas públicas son nada menos que siete. Propaganda basura a la mayor gloria del caudillo.
En los hutong están las siheyuan, casas cuadradas con un corredor en torno a un patio central. Las viejas viviendas de un Pequín ya espectral que se tragará el polvo de la historia. El viaje por los Huntog lo hacemos en Rickshaw, como corresponde al decadente turismo occidental. Va cayendo la tarde. Un mundo va desapareciendo. Las siheyuan están mal conservadas. La mansión del Príncipe Yixin es uno de los pocos edificios dignos que quedan en pie. Muchos turistas se afanan en grabar sus recuerdos. La pobreza es visible por doquier. Entramos en una “Casa de Té” a ver la ceremonia. El proceso es lento y milenario, pero el fin es claro y moderno; vender.
Acabado el paseo nos relajamos un poco viendo ejercitar el taichí a unas profesionales. Al segundo movimiento me retiro ante el temor de luxarme algún miembro. A unos metros, unos jóvenes juegan con unas chapas a mantener una figura en el aire como si fuera un balón de fútbol. Un Starbucks preside la plaza.
Marchamos al hotel. El magnífico China World. Al llegar al recibidor, un trío ejecuta música clásica. “Siempre que llego a un hotel nuevo en una ciudad desconocida pregunto en recepción el nombre de las doce mujeres más hermosas del lugar y el de los doce hombres que podrían matarme” escribió un clásico en algún sitio. El hotel es el lujo personificado. -Qué hace un sanabrés como tú en un sitio como este,- le pregunto a Angelito mientras nos sentamos a tomar un oporto en el bar del salón principal.
Tras una ducha, llega la hora de cenar. Como el estómago empieza a estar castigado, hoy toca europeo y cenamos en el Firstar. Hay una pianista en medio del restaurante. Suena una melodía familiar; As time goes by. La cena es magnífica.
A la vuelta, de nuevo gin tonic en el hotel. Agustín ofrece un purito.
Joao me decía cuando yo aún estudiaba la carrera: “maldita sea la miseria”.
Pues eso.
PS: "Una de las principales acusaciones contra Koltsov consistía en que su hermano, el profesor Friedlender, decano del Departamento de Historia de la Universidad Estatal de Moscú, había sido fusilado como enemigo del pueblo. Pronto se comprobó que Friedlender no era pariente de Koltsov, y que su verdadero hermano, Boris Yefímov, estaba en libertad. Pero eso no modificó en lo más mínimo el destino de Koltsov".Laqueur, W: Stalin. La estrategia del terror. Ediciones B, Barcelona, 2003. Página 123.
PD: empate a uno en el primer partido de la eliminatoria. A ver si hay suerte en la vuelta. Y chapó por las aficiones. De matrícula de honor.
Está cayendo la tarde cuando salimos de nuevo del hotel. Ahora nos dirigimos a la Muralla de Xi´An. La ciudad, más allá de la muralla, es fea y está muy contaminada, aunque esto tampoco es noticia. Pasamos junto al gobierno provincial, un edificio de estilo soviéiico que preside una gran plaza. Por fin, llegamos a una de las puertas de la muralla. Hay un espectáculo preparado para nosotros. El Emperador y la Emperatriz nos dan la bienvenida a la ciudad, y nos entregan la llave de la misma. El baile es hermoso; la muralla, la tarde y cuerpos en movimiento. Quizá el turismo de masas sea simplemente esto. Una muralla, una tarde, una farsa y unos cuerpos. Pero todos jugamos a lo mismo.
Me fijo en la muralla que vamos a atravesar. El adarve es imponente. El perímetro amurallado, también. Era el medio a las invasiones tártaras o mongolas lo que obligaba a las ciudades chinas a rodearse de estas defensas. No es casual que el pictograma para ciudad en chino recuerde a un recinto amurallado acosado por el sur: 京.
Acabado el espectáculo, atravesamos el foso por el puente levadizo y accedemos a la parte superior, Unos diez metros de ancho. La sorpresa es que vamos a cenar allí mismo, en pleno adarve. Casi es ya de noche, pero las luces de la ciudad y la densa contaminación dan al horizonte un aire irreal, como si nos hubiéramos trasladado de repente a Gotham.
La cena, asiática, es magnífica. Comento algo del día con Tao. Si esta mañana los guerreros me recordaban, no sé bien porque, la historia de El Inmortal, el magnífico relato de Borges que inspiró la película musicada por Queen, la tarde me recuerda a la ciudad de Batman. Quizá porque la distancia desde las tumbas hasta aquí sea, exactamente, la distancia desde la premodernidad hasta la posmodernidad. Y quizá, sólo quizá, líbreme dios de hablar como un sociólogo, el drama de China es que aquí, a Xi´an, nunca llegó la modernidad. Y pasar de los guerreros a Batman sin transición debe ser jodido.
Acaba la cena y volvemos al hotel. Hoy habrá una copa. O varias. Un magnífico gin tonic, de los mejores que he probado, refresca mi mano mientras charlamos de lo divino y lo humano.
Y de repente, lo imposible sucede.
En la pista de baile están cantando el chiqui chiqui. Acudo raudo con la copa en la mano. Eso no es lo más fascinante, lo más fascinante, joder, es que las chinas lo están bailando, y se saben los cuatro pasos. Oh tempora, oh mores, a la capital de la ruta de la seda llegó Rodolfo. Brindo por ti, tío, con dos cojones. Si has llegado hasta aquí, será por algo.
Acaba la música y el grupo que canta baja del escenario. El cantante es colombiano. Hablo con él. Llevan dieciocho meses de gira por China. ¿Qué tal al experiencia? “Fantástica”, me responde. Ahí va el Instituto Cervantes con patas, le comento a Mamerto mientras me vuelvo a hundir en mi sillón. Y para mí pienso. Ahí va la lengua, compañera del Imperio. Aunque en este caso la lengua sólo sea un concepto vago, lo “latino” y el Imperio sólo sea el de Ricky Martin y Juanes.
Es lo fantástico de no ser nacionalista. No hay problema en asumir que en Xi´an te confundan con lo latino. No hay altar sobre el que adorar a la lengua, no hay nada que salvar en realidad. La vida, como siempre, va por delante de nosotros. Y nuestros padres mintieron. Eso es todo.
PS: El Dr. Feelgood cantaba: It was a long time coming – but / I knew I'd see a day / When you and I could sit down / And have a drink of tanqueray
Una capital de provincia en la China interior. Una provincia, cosas que pasan, de casi cuarenta millones de habitantes. Una capital, Xi´An, de casi ocho millones. El aeropuerto tiene cierto aire marcial, soviético. A la China interior ha llegado el capital, pero menos. Nuestro guía se presenta. Se llama Tao. En seguida nos damos cuenta de que hemos tenido mucha suerte. Habla un español magnífico –estuve años viviendo en Méjico y en Cuba- me dirá luego. Es catedrático de historia. Y está directamente implicado en las labores de excavación. Nos habla de su provincia y de su ciudad con orgullo, pero sin exceso sinocéntricos. Es mayor, y quizá sea verdad que la experiencia lo relativiza casi todo. Nos habla de más de cuarenta universidades en la provincia, y de más de un millón de universitarios.
Desde los años setenta, en concreto desde marzo del setenta y cuatro Xi´An es mundialmente conocida por los guerreros de terracota. Pero había sido mucho más. Sede de la capital del Imperio del Centro durante un número importante de dinastías y varios siglos. Además, inicio, o final, según se mire, de la legendaria Ruta de la Seda, sobre la que tanto he pensado tras leer a Robert D. Kaplan. Así que, mientras el autobús nos lleva hacia las tumbas de los guerreros, pienso que estoy en el asia central. La plataforma que daría el dominio del mundo, según la geopolítica del XIX. Allá en un extrema Tartaria, acullá, la costa. Los rasgos físicos son más asiáticos que lo que habíamos visto en Shanghái. Es la estepa desolada lo que nos encontramos a cada paso. Hasta aquí, y no más allá, llegó el hombre occidental durante cientos de años. Y el sol. Un sol también estepario, que reseca el aire a cada paso. E imagino las caravanas, llegadas de Samarcanda. El comercio, el auténtico motor de la historia.
Llegamos a las tumbas. Antes hay que reponer fuerzas. El turismo interior es muy importante en esta zona. Almorzamos en un flojo restaurante que hay cerca del aparcamiento. Cientos de vendedores de suvernirs y recuerdos. Tao nos avisa, si queremos comprar recuerdos de guerreros, hagámoslo en la tienda oficial, es la única manera de estar seguros de que el barrio se coció de acuerdo a como se hicieron los guerreros. “Si los compráis fuera, os podéis quedar con ellos en la mano”.
La fascinante historia de los guerreros está ligada a la vida del tiránico emperador Qin Shi. El hombre que principió, allá por el siglo III antes de Cristo, la tarea de unificar china. Pero también un paranoico sin escrúpulos, que ordenó quemar los libros anteriores a él. Obsesionado por la inmortalidad, Qin quiso construir un ejército que lo acompañara y lo protegiera en el más allá. Ordenó construir varios fosos, con sus ejércitos perfectamente encuadrados en ellos, y más allá se construyó su propio catafalco. El trabajo, hecho por esclavos, duró años. Y cuando acabó, Qin se preocupo mucho de que no se conociera exactamente ni la ubicación ni los registros de su propia existencia, porque el complejo cayó en el olvido hasta que la casualidad lo sacó a la luz en marzo de 1974. Un día, unos campesinos de una comuna forzosa estaban buscando agua y encontraron “unos cacharros de barro”. La tumba era impresionante. Tenía suelo solado, y varias galerías para los soldados. Pero los más de dos mil años no habían pasado en vano. En casi todas las galerías el techo se había hundido, de ahí que únicamente se hayan rescatado intactos tres guerreros. Además, las tumbas habían sido profanadas, y por eso casi ningún guerrero tiene su lanza, que eran auténticas, ya que fueron robadas en diferentes momentos. Aún así, impresiona. Y mucho.
Volvemos al hotel, un magnífico sofitel ubicado en corazón de la ciudad. Descansamos un poco. En breve saldremos a conocer la muralla.
Amanece contaminación en Shanghái. El precio del progreso. Tras romper el ayuno, nos ponemos en marcha hacia el Templo del Buda de Jade. Construido a finales del XIX para albergar dos estatuas de Buda hechas de jade y traídas desde Birmania. El jade tiene un significado para los chinos desconocido para nosotros. El templo es un viejo caserón. Los turistas estamos por doquier. Hay un patio, y unos pasillos que llevan a donde están los dos budas. A las estatuas se las ve de lejos, se las reverencia, y tira pa´lante, como si estuvieras dándole el último adiós al caudillo. Hay un buda de jade falso que sí se puede fotografiar. En un momento salen al patio unos monjes vestidos de azafrán. Supongo que rezan, aunque las voces que pegan no invitan a la meditación. Hacen una hoguera con periódicos y se vuelven a sus cuartos. Quizá lo más interesante del templo, en realidad, sea que sobrevivió a aquella cosa que se llamó la Gran Revolución Cultural Proletaria. El guía nos cuenta. Lo que fue únicamente una lucha de poder en el entorno del partido único desembocó en una tragedia. Esta vez la víctima fue la clase intelectual del país. Se abolieron los exámenes de acceso a la Universidad (¿les suena esto de algo?). Se primaron las asignaturas ideológicas frente a la ciencia burguesa (esto también es familiar, ¿Verdad?). Una generación entera fue condenada a la ignorancia. Muchos intelectuales fueron enviados al campo ignoto a trabajar con las manos. Los guardias rojos, peleando por ver quien era más revolucionario, se lanzaron a destruir todo el patrimonio tradicional chino que encontraron a su paso. Empero, el Templo del Buda de Jade se salvó de la destrucción.
A occidente todo aquello llegó como farsa: las citas del libro rojo de Mao y un par de carteles. Lo que es sorprendente, al menos para la gente de mi generación, es que en España hubiera maoístas. Y que ahora den lecciones de casi nada. Por favor. La España de los años sesenta, estando sometida a una dictadura repugnante, comparada con la China de Mao era un paraíso en la tierra.
Salimos del templo para dirigirnos a los Jardines de Yuyuan. Echo un vistazo a las oficinas que están al lado de la puerta. Al fondo se ve a los monjes que hace unos minutos cantaban. Uno está haciendo cuentas con una calculadora, otros dos están navegando por algo parecido a Internet. Un cuarto ve la tele. Espiritualidad oriental al por mayor.
Llegamos a los jardines. Un funcionario los construyó en el XVI para que sus padres pudieran ver cómo eran los jardines imperiales. Están atestados. La restauración avanza lenta, pero el jardín no logra desprenderse de un cierto aire retro y, desde mi punto de vista, algo hortera, al menos para la estética occidental. Interesante el puente de entrada, Nine Curve Bridge, concebido en zigzag para ahuyentar a los malos espíritus. Almorzamos al lado, en el Restaurante Green Wave, que presume de ser uno de los mejores de la ciudad. Almorzamos. El restaurante promete más de lo que ofrece. Al acabar, un café en el Starbucks y paseo por los mercadillos de la plaza. Empieza el regateo. Uno no sabe bien qué comprar, ni sabe si lo que compra es útil o no. Nos escabullimos y encontramos, escondida en un segundo piso, una galería de arte. Vengo buscando pintura china, pero moderna. Un autor, con un cierto aire a Klimt, me seduce. Me tocar ir cargando con tres láminas el resto de la tarde.
Ducha en el hotel y cena. El restaurante me parece fantástico. El South Beauty 881, en la Middle Yan An Road, ubicado en la antigua casa de un nombre. El estilo es una interesante fusión oriental y occidental. La comida, china, magnífica. El servicio acogedor. Estamos reventados.
Mañana toca madrugar. Volamos a Xi´An.
PS: “Nuestro propósito es asegurar que la literatura y el arte encajen bien en el mecanismo general de la revolución, se conviertan en un arma poderosa para unir y educar al pueblo y para atacar y aniquilar al enemigo, y ayuden al pueblo a luchar con una misma voluntad contra el enemigo” Libro Rojo del Presidente Mao.
Tenemos un barco para nosotros y empezamos a navegar el HuangPu. Es sorprendente el tráfico marítimo que tiene Shanghái. Y no hablo sólo de inocentes barquitos de recreo para occidentales estresados. Hablo también de gabarras, de barcos de transporte y de patrulleras del ejército y de la policía. También, estos ya han llegado, barcos anuncio, sin más contenido que una pantalla gigante y que se giran cuando pasan barcos de pasajeros para que vean bien lo que prometen. Empezamos a descender hacia el mar. Recuerdo la Oda a Walt Whitman, de Lorca: "Por el East River y el Bronx / los muchachos cantaban enseñando sus cinturas, / con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo. / Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas / y los niños dibujaban escaleras y perspectivas".
La vista es, eso sí, magnífica. A hora podemos observar Pudong en perspectiva. Es aún más sobrecogedor que visto de cerca. Ahí la torre Jing Mao. Más allá la torre, aún inacabada, del SWFC. El guía nos desgrana los edificios. Habla español porque estuvo viviendo y estudiando en Venezuela.
Va oscureciendo. Y nos vamos acercando al Bund. El magnífico Bund. El edificio del HSBC. La Customs House. El paseo frente al río, todo ello indescriptible y, bajo mi punto de vista, la parte más fascinante de Shanghái.
Hubo una vez una China, podrían empezar los cuentos que se narran desde el río mirando al Bund, como hago yo ahora; hubo una vez una China digo, hace ahora cien años, que soñó con una monarquía constitucional, o con una República Democrática al estilo occidental. La semilla estaba ya plantada. Sun Yat Sen era el hombre. En realidad, y como hubiera dicho Umbral, Mao debería haber estado en la historia como Pilatos en el Credo. Pero no fue así. Porque la historia a veces es muy cabrona y gusta de gastar bromas pesadas a los hombres. No sabemos que hubiera supuesto Sun Yat Sen en la historia China, pero sí parece fácil aventurar que no hubiera habido más de veinte millones de chinos muertos a causa de su locura…
Desembarcamos por fin en el Bund. Cenamos en el CJW, el Cigars, Jazz and Wine de Shanghái. Interesante local con unas vistas magníficas sobre la ciudad, un poco en el esquema de la torre Sears de Chicago. Empieza el desfile de vinos. Esta vez un cabernet chileno. El gusto a pimiento no se le va a la uva, la cultives donde la cultives. Ángel y yo lo comentamos. Hay que decirle a Juanantonio que empiece a vender Liberalia aquí pero ya.
Es tarde y estoy reventado. Va siendo hora de hacer mutis por el foro. Mañana hay que madrugar, espera un día intenso, y no he dormido desde que salí de Madrid.
PS: Líbano, o el final del sueño de un país multiétnico.
Cogemos el Maglev, el tren de levitación magnética, para llegar a Shanghái. Alcanza, en su tramo punta, la velocidad de 431 quilómetros por hora. En siete minutos estamos en la ciudad. Shanghái son, en realidad, varias ciudades. Dos de ellas son fascinantes.
Por un lado Pudong, el distrito financiero. Un cierto deja vu de lo que debió de ser el crecimiento de Nueva York a finales del XIX. Los edificios se levantan sin tregua. Hay varios en obra. “En 1992 todo esto era un páramo”, nos cuenta el guía en un español confuso. Todos los rascacielos, en quince años. A ojo de buen cubero, como medimos las cosas los españoles, que para algo somos católicos y no luteranos, calculo que la extensión ha de ser en torno cinco o diez veces Manhattan. Pienso en Madrid. Para hacer las cuatro torres de la ciudad deportiva hubo que esperar a que el presidente de la entidad fuera un constructor bien relacionado con el poder político.
Enfrente, más allá allá de Huang Pu está el Bund, el decadente Bund. El barrio de las concesiones extranjeras, cuando en el XIX las potencias occidentales consiguieron arrancarle a China el permiso para establecer factorías comerciales. El compromiso abarcaba incluso la extraterritorialidad de las leyes, de manera que los ciudadanos franceses eran juzgados por franceses y conforme a las leyes galas. El Bund tiene ese aire decadente que, a los que estamos enamorados de finales del siglo XIX, nos deja sin habla. La arquitectura podría ser, perfectamente, la de cualquier ciudad portuaria europea.
Llegamos al hotel. Nos alojamos en el espectacular Pudong Shangri-La Hotel, con una habitación que da, de frente, con la Torre de la Perla Oriental, de manera que vemos, al fondo, el río. La tos se convierte en certeza desde la planta 18 del hotel, mientras miramos por el enorme ventanal. La ciudad está extraordinariamente contaminada. No digo contaminada, digo increiblemente contaminada. No hay nubes, el día es claro y, sin embargo, apenas se divisa el Bund. Una densa nube blanca cubre el cielo. Brutal.
Almorzamos en el “Yi Café”, un restaurante ubicado en el hotel. Una delicia reencontrarse con el sushi, el sashimi, los makis y las tempuras. Imagino a Jimena, o a Joxete, poniéndose ciegos con esta comida. Luego Te, porque aquí el café es exótico y caro. Primeras excursiones más allá del hotel. Un par de centros comerciales. Absolutamente occidentales, en cuanto a marcas y precios, una vuelta a la manzana. Lost in translation, la verdad. Como el cuerpo está molido y hay un rato hasta salir a navegar por el río, aprovecho la magnífica piscina cubierta del hotel para dar unos largos.
Jimena nos lleva, a primera hora, a Ángel y a mí al aeropuerto de Barajas. Volamos, vía Fráncfort hacia Shanghái. Algunas reflexiones sobre China y el mundo chino, tan desconocidos para mí.
Los primeros emperadores chinos gobernaban sobre “Tianxia”, que literalmente significa “todo lo que hay bajo el cielo”. El sinocentrimo, una característica clave de varios siglos de política en China, ahora y en el pasado. Un país que luego se reconocía a sí mismo como “El Imperio del Centro”. Un país capaz de producir, cuando en la península ibérica había gentes que no dejaron apenas nada escrito, un ejército de terracota como el de Xian. Un país con dos almas; una apegada a su mundo y otra que miraba de reojo al resto. Un país, en fin, que ni siquiera tuvo nombre con el que llamarse a sí mismo ya que, hasta hace pocos siglos, el país recibía el nombre de la dinastía reinante.
Conceptos que explican mentalidades: el koutou, una reverencia al Emperador que constaba de tres genuflexiones sucesivas en la última de las cuáles la frente tocaba el suelo. Si el visitante occidental que llegaba en el XVIII o en el XIX no la ejecutaba, China no quería tratos comerciales con nadie.
El mítico Emperador Amarillo, probablemente inventado por un grupo de nobles para afianzar su poder. El desprecio hacia los bárbaros, y un estado crónico de conflictos con los vecinos (existen hasta siete términos para hablar de “batidas fronterizas” en chino).
Un país condenado a sufrir, cíclicamente, invasiones de bárbaros del norte que enseguida sufrían un proceso de aculturación y asumían como propios los valores políticos, morales y culturales de los chinos. China, el país de los Han.
Aterrizamos por fin en el aeropuerto Pudong de Shanghái. En la ciudad son apenas las diez de la mañana. Para nuestro cuerpo, las cuatro de la madrugada. Pero no hay tiempo para ir a dormir. La megápolis del siglo XXI nos espera.
PD: Hablando de siglo XXI. ¿Saben lo que significan las siglas HRSTC? Pues pinchen aquí y luego preocúpense.
No hay mercado. Ni cultura de mercado. Las empresas inmobiliarias han estado ganando mucho dinero durante el boom de la vivienda en España. Me alegro por ellos. Y por sus accionistas. Había una oportunidad y algunos la aprovecharon. Se hicieron ricos. Sus aviones privados surcaban el cielo, iban a los palcos y daban lecciones. Nada que objetar.
Ahora han cambiado las tornas. Sus bienes se deprecian, tienen que vender los aviones y los pisos ya no se venden. Tampoco nada que objetar. Esto es el mercado.
Pero como somos un país sin cultura capitalista, ahora algunas empresas inmobiliarias se atreven a pedir que entre todos los contribuyentes hagamos frente a sus problemas. Es evidente cuál debería ser la respuesta que nos dejaría tranquilos a los contribuyentes: no, no y no. Y si tienen que cerrar grandes inmobiliarias, pues que cierren, será un ajuste sin duda necesario, ya que sólo el mercado es capaz de separar adecuadamente el grano de la paja. Y si algún banco se ha expuesto demasiado, pues es su problema y allá se las compongan sus accionistas.
Los que no tenemos nada que objetar cuando las empresas ganan mucho dinero, somos los que ahora podemos reclamar sin ningún rubor al Estado que no use nuestro dinero para salvar aventuras empresariales ruinosas o sueños de grandeza desbocados.
PS: “La perfección no es cosa de este mundo. Siempre habrá productos deficientes, charlatanes y timadores. Pero, en conjunto, la competencia del mercado, si se la deja funcionar, protege al consumidor mucho mejor que la alternativa ofrecida por los mecanismos gubernamentales que de forma creciente se han sobrepuesto al mercado”. Friedman Milton y Rose: Libertad de elegir (II). Folio, Barcelona, 1997. Página 308.
PD: Mañana, a la China.
Desocupado lector, ando un poco liado con temas de trabajo y no consigo actualizar la bitácora con la regularidad requerida. En cualquier caso, hay un tema que quería comentarle. Finalmente, este domingo me voy a la China, a la comunista, como diría josé luis.El viaje me llevará a Shanghái, Xian y Pequín.
Al igual que en otras ocasiones, y tal y como ocurrió en Rumanía o en los Estados Unidos, espero poder contarle de manera regular mis impresiones sobre aquella parte del mundo. Pero como una bitácora es un elemento participativo me gustaría saber si algún desocupado lector tiene alguna opinión sobre alguna de las tres ciudades, alguna recomendación sobre qué ver, dónde comer etc..
Esta vez, para mi pesar, Jimena no me acompaña en el viaje. Ya les contaré más detalles.
PS: Es difícil encontrar un ejemplo más claro de frivolidad imbricada en la ignorancia.
PD: Siendo ambas profundamente repugnantes, claro que hay diferencias entre las dictaduras de la izquierda y las de la derecha. Muchas más de las que les gustaría a la socialdemocracia. En esta línea, magnífico Arcadi Espada hoy en El Mundo: “El régimen cubano no encierra a la gente por motivos coyunturales o decisiones tácticas. El encierro forma parte de su naturaleza, que rebasa lo puramente dictatorial. Algunas dictaduras, como la española, la portuguesa o la chilena, nunca limitaron hasta los extremos comunistas los movimientos. [...] Los motivos por los que el comunismo encierra a la gente son algo más complejos y cuesta plantarles cara. No me estoy refiriendo, desde luego, a la cínica respuesta de los dirigentes de la República Democrática Alemana, cuando arguyeron que levantaban el muro para proteger a la república de los inminentes ataques imperialistas. Me refiero al motivo verdadero, que es el amor y el deseo de protección de sus súbditos: se impide la salida al exterior como se impediría la entrada en una zona de radioactividad. En el último pliegue del pensamiento comunista, milímetros antes de que se haga burocracia y delincuencia, está la altiva superioridad moral, nuestra vieja y olorosa conocida: dónde iban a estar mejor que aquí”.
Melancolía. Cuántos crímenes se cometen en tu nombre. Cuántos desatinos. Una se asoma tras el espejo de la modernidad y allí la encuentra. Fantasmas que hablan, viejas que pasan llorando. Nostalgia de cuando éramos más jóvenes. Nostalgia de un pasado que nunca fue como lo imaginamos y que, es más, nunca será como lo suponemos.
Es la melancolía la que nos dice que hay lenguas en peligro de extinción, como si las lenguas fueren seres vivos y no puras y simples herramientas de comunicación. La metáfora como obscenidad.
Es la nostalgia la que nos impele a recuperar los juegos de nuestros antepasados, como si un juego no fuera otra cosa que un divertimento. La que nos hace recuperar bailes sin sentido porque ahí el mundo era más puro, no había jornada laboral y todos éramos más felices.
Pero todo es mentira. La clave está en lo que diferencia a la melancolía del duelo. Si en este hay una pérdida objetiva, en la melancolía dicha pérdida no tiene porqué ser real.
Por eso, muchas noticias, como la que trae hoy la prensa, sólo pueden entenderse desde la melancolía. Sólo en un estado melancólico puede entenderse que una Administración, ese ogro a veces filantrópico que pagamos con el sudor de nuestra frente, se permita el lujo de multiplicar por doce el valor de conocer una herramienta de comunicación frente a lo que aporta la educación superior. Y en un ámbito como la medicina, nada menos. Por ejemplo: valorar cuatro veces más el hablar una lengua que no conocen ni la mitad de los potenciales pacientes antes que haber escrito una tesis que llevara por título: “Análisis morfológico y funcional de la capa de fibras nerviosas en glaucoma”. Y yo le pregunto, desocupado lector, aunque no sé si querrá constestarme; si usted padeciera glaucoma, qué preferiría, que le atendiera antes la persona que hizo esta tesis, aunque no hable la lengua minoritaria del país, o que le atendiera alguien cuyo mérito fuera hablar esa lengua minoritaria.
Yo lo tengo claro.
PS: “He aquí los espíritus a quienes he resucitado estas Pascuas, los espíritus de los muertos que nos han legado a los vivos sus esperanzas. Los espíritus son seres molestos para tener en casa o en la familia, ya lo sabíamos aun antes de que Ibsen nos lo enseñara. Sólo hay una manera de aplacar a un espíritu. Hay que hacer lo que nos pide. A veces los espíritus de la nación nos piden grandes cosas y hay que aplacarlos a cualquier precio”. Patrick Pearse, en la navidad de 1915.
PD: lecciones de ética al contado. Así es nuestra socialdemocracia.
Una última reflexión sanabresa habida cuenta del puente de mayo. El bar. El bar como espacio de socialización. No sé si también en los ambientes urbanos, pero desde luego en los rurales lo es. El momento de verse. El momento de contar, el momento de escuchar. Algunas horas fijas, la última de la mañana, antes de comer, para tomar el aperitivo. La primera hora de la tarde, para el café. Después de cenar, para la copa. No hay que quedar con nadie. Uno baja y ya sabe qué habrá gente con la que conversar.
El bar tiene sus reglas, y no siempre es fácil entenderlas. Por ejemplo a la hora de pagar. No es correcto pagar lo que uno ha tomado. No. Se paga al menos una ronda. Si bebes menos, pues te jodes. Tampoco es bueno hacer un derroche excesivo y pagar varias rondas. Hay que encontrar el punto justo. El problema es si uno se va antes de que el bar se disuelva.
A primera hora de la tarde hay más reglas. Porque llegan las cartas. Si uno baja con idea de jugar, al mus por ejemplo, lo mejor es que no muestre mucho interés. Está mal visto ir con prisa, llegar y sentarse en la mesa. Es bueno, incluso, fingir cierto desapego cuando a uno lo invitan a jugar. Los de fuera se quedan a cargo del tabaco. Los de dentro, se juegan los cafés.
PS: incluso los más listos cometen errores. Esa es una de las grandes ventajas del capitalismo
PD: Los padres del Perdíu han marchado a la españolísima Gerona, la ciudad que con tanto ahínco y tesón defendiera el granadino Álvarez de Castro en aquel sitio legendario en el que perecieron, fieles a su Rey a su patria, diez mil gerundenses. De momento, los Mozos de Escuadra no han comunicado al autor de esta bitácora que sus señores padres hayan causado ningún altercado, desmintiendo así las tesis más pesimistas, que auguraban conflictos en cuanto el avión tocara suelo catalán.
Lleva un par de números Actualidad Económica insistiendo entre algunas de las diferencias básicas entre las escuelas de negocio españolas y las universidades públicas de nuestro país. La clave está en el boe. Unas, las que no tienen que convocar plaza de profesor en el boletín, las que no reciben presupuesto público ni están gestionadas por políticos, han colocado a tres de ellas entre las veinticinco primeras del mundo. Algo absolutamente sorprendente si nos fiáramos de los tópicos. Pero ahí están, el Instituto de Empresa, ESADE y el IESE. Y no es un ranquin que haya hecho alguna dirección general, no. Es del Financial Times.
Las otras, las que contratan en función de “principios objetivos”, las que “son de todos”, las que “representan la dignidad de nuestra región o nacionalidad histórica”, las que sólo tienen en cuenta “el mérito y la capacidad” no son capaces de colocar a ninguna entre las cien mejores del mundo.
Brutal. ¿De verdad a ningún progre todo esto no le sugiere algo?
Esa es la diferencia entre jugar en un entorno libre, donde la competencia te hace mejorar, a hacerlo en un entorno cautivo, en la mejor tradición del estanco hispano, donde la competencia no existe y los puestos se retribuyen en función de los méritos de guerra. Y además son de por vida, que para eso has estado aguantando durante años con un salario de miseria.
No somos ni mejores ni peores que el resto de países. Cuando a los españoles se les obliga a jugar en un entorno competitivo, demuestran que, si son buenos, pueden estar en puestos notables, porque no hay ninguna tara genética que lo impida, pese a lo que escribía el lamentable doctor Robert. Cuando juegan con el resultado asegurado y en régimen de monopolio, los españoles, como cualquier otro ser humano, son tan catastróficos como cualquier otro en su lugar.
PS: No hay claustros universitarios; no hay más que una oficina, un "centro docente" (tal es el mote) en que nos reunimos al azar unos cuantos funcionarios, que vamos a despachar, desde nuestra plataforma -los que a ella se encaramen-, el expediente diario de nuestra lección. Antes de entrar en clase se echa el cigarro, charlando del suceso del día durante un cuarto de hora que de cortesía llaman. Luego se entra en clase, circunscriben algunos su cabeza en el borlado prisma hexagonal de seda negra -¡geométrico símbolo de la enseñanza oficial!-, se endilga la lección, y ya es domingo para el resto del día, como dice uno del oficio. Se han ganado los garbanzos".
Ps: Unamuno, Miguel de: “De la enseñanza superior en España”. Revista Nueva, agosto de 1899
Los espacios privados producen virtudes públicas. Déjeme, desocupado lector, que le hable hoy, desde Sanabria, del bar de un amigo. Que se lo recomiende incluso. Hace años, la estación de ferrocarril de la Puebla de Sanabria era un lugar oscuro. Decrépito. El bar, un espacio hecho de plásticos aderezados con cafés amargos a altas horas de la madrugada. Sin alma. Renfe, o el GIF, o ADIF, sacó a concurso por varios años el bar. Y allí fue Paco, a hacerse con él. Lo cambió de arriba abajo. La barra pasó de ser de contrachapado a ser de piedra. No forrada en piedra, no. De piedra. Pintó el local. Lo puso a su gusto. Y el resultado fue espectacular. Además, como Paco es inquieto, convirtió la estación en un punto de encuentro, un espacio para exponer y para conversar. Porque Paco, además de llevar el bar, es historiador. Y persona culta. Ha estudiado, durante años, el pachueco, esa forma arcaica en la que el latín, en plena descomposición, cristalizó en Sanabria y que hoy se considera una forma del leonés. Pero Paco no se limita a las lenguas. También sabe, y mucho, de las legendarias vistas de Remesal, que decidieron el futuro de un Imperio. Y de pinturas rupestres. Y del ciclo del agua en nuestra tierra. Por algo está detrás de muchas de las iniciativas más interesantes de la comarca.
Ahora, en la Estación hay, además de ordenadores para conectarse a Internet, un espacio wifi para poder trabajar mientras cae la tarde de primavera en Sanabria.
Un espacio de lujo para un lugar tan necesitado de lujos como la tierra sanabresa. Un espacio construido por esos sanabreses que no emigraron y que luchan, día a día, por la tierra que los vio nacer. Si pasan por la Puebla, no dejen de visitarlo.
PS: Las lenguas nacionales que conocemos hoy en día, aparentemente tan naturales, son en gran medida producto del pronto de desaparición de innumerables vestigios del Antiguo Régimen –piénsese en la diversidad de pesos, medidas, monedas, sistemas postales, etc–, nos encontramos en el ámbito lingüístico con un desarrollo paralelo. Sus artífices han sido las academias en algunos casos (España, Francia) […] o la labor conjunta de literatos, pensadores, políticos y puristas (Alemania); y en todos la tenacidad de unos filósofos afanados en encontrar el origen, la esencia y el orden de la propia lengua.
Sosa Wagner Francisco y Sosa Mayor, Igor: El Estado fragmentado. Modelo austro-húngaro y brote de naciones en España. Editorial Trotta, Madrid, 2007. Página 103.