21.5.08

Lunes 12, descubriendo Shanghái (I)

Cogemos el Maglev, el tren de levitación magnética, para llegar a Shanghái. Alcanza, en su tramo punta, la velocidad de 431 quilómetros por hora. En siete minutos estamos en la ciudad. Shanghái son, en realidad, varias ciudades. Dos de ellas son fascinantes.
Por un lado Pudong, el distrito financiero. Un cierto deja vu de lo que debió de ser el crecimiento de Nueva York a finales del XIX. Los edificios se levantan sin tregua. Hay varios en obra. “En 1992 todo esto era un páramo”, nos cuenta el guía en un español confuso. Todos los rascacielos, en quince años. A ojo de buen cubero, como medimos las cosas los españoles, que para algo somos católicos y no luteranos, calculo que la extensión ha de ser en torno cinco o diez veces Manhattan. Pienso en Madrid. Para hacer las cuatro torres de la ciudad deportiva hubo que esperar a que el presidente de la entidad fuera un constructor bien relacionado con el poder político.

Enfrente, más allá allá de
Huang Pu está el Bund, el decadente Bund. El barrio de las concesiones extranjeras, cuando en el XIX las potencias occidentales consiguieron arrancarle a China el permiso para establecer factorías comerciales. El compromiso abarcaba incluso la extraterritorialidad de las leyes, de manera que los ciudadanos franceses eran juzgados por franceses y conforme a las leyes galas. El Bund tiene ese aire decadente que, a los que estamos enamorados de finales del siglo XIX, nos deja sin habla. La arquitectura podría ser, perfectamente, la de cualquier ciudad portuaria europea.

Llegamos al hotel. Nos alojamos en el espectacular
Pudong Shangri-La Hotel, con una habitación que da, de frente, con la Torre de la Perla Oriental, de manera que vemos, al fondo, el río. La tos se convierte en certeza desde la planta 18 del hotel, mientras miramos por el enorme ventanal. La ciudad está extraordinariamente contaminada. No digo contaminada, digo increiblemente contaminada. No hay nubes, el día es claro y, sin embargo, apenas se divisa el Bund. Una densa nube blanca cubre el cielo. Brutal.

Almorzamos en el “
Yi Café”, un restaurante ubicado en el hotel. Una delicia reencontrarse con el sushi, el sashimi, los makis y las tempuras. Imagino a Jimena, o a Joxete, poniéndose ciegos con esta comida. Luego Te, porque aquí el café es exótico y caro. Primeras excursiones más allá del hotel. Un par de centros comerciales. Absolutamente occidentales, en cuanto a marcas y precios, una vuelta a la manzana. Lost in translation, la verdad. Como el cuerpo está molido y hay un rato hasta salir a navegar por el río, aprovecho la magnífica piscina cubierta del hotel para dar unos largos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Fotos!¡Fotos! Pon alguna.

Anónimo dijo...

HUM !!! muy interesante las fotografías del hotel y de sus servicios

jejeje

(Que te vaya bien y cuidado con esas toses)