Estuvimos en Santander. Nunca podré odiar estos burgos de los que demora su partida el invierno. La Montaña. Una parte de mi infancia quedó allí, cogiendo navajas en la bajamar, cerca ya de Vizcaya. Pero Santander, la capital, se me resistía. Nos alojamos en el Santemar, frente al Sardinero. La ciudad, hermosa, huele a aristocracia de otoño. Un sistema de préstamo de bicis magnífico nos permitió recorrernos la ciudad. La Magdalena, regalo de un pueblo a sus reyes. El Hotel Real. Almuerzo en los Peñucas, por aquello del presente perico de Ivan de la Peña. Simplemente correcto, desde mi punto de vista. Pereda arriba y abajo, las playas. Un paseo por la bahía. Almuerzo también en Zacarías, recomendación expresa del amic Joao.
Durante el viaje y el fin de semana, un par de lecturas; el ensayo de Iwasaki: Republicanos, cuando dejamos de ser realistas. Creo que el tema da para más. La relación entre España y su Imperio. Pero creo que el autor lo despacha con demasiada prisa. Dos figuras interesantes, eso sí, San Martín y Juárez. Quizá la historia de Iberoamérica pudo haber sido de otra manera, pero esto es lo que hay. En cualquier caso, demasiado tópico y quizá demasiado poco análisis. Y eso, cuando el desconocimiento es grande, no aporta gran cosa. Esperaba más, sinceramente. Leo también, subiendo por Galdós, uno de Camilleri que me presta Nieves, La muerte de Amalia Sacerdote; la Italia de Saviano novelada. No acabo yo de cogerle el gusto a la novela negra.
Llegué a la ciudad a las siete de la mañana. Pereda desierto, todo para mí. Aún recuerdo esa canción de los Doors: Amanece Santander, alguien ha cambiado el dolor por el olor de una taza de café…. La ciudad vacía, entrando septiembre.
Por cierto que el viaje fue con Ryanair y, me da la sensación, para vuelos dentro de la península, que la diferencia con las compañías de verdad apenas se nota. Que se vayan atando los machos los de Iberia. Y encima te ofrecen lotería instantánea para que pases el rato durante el vuelo…
PS: […] el sistema polisinodial consolidado bajo Felipe II se mantuvo durante siglo y medio sin grandes cambios, gobernando unos territorios que, como se dijo, alcanzaron una extensión nunca hasta entonces conocida, con apenas unas doscientas personas para decidir sobre la multitud de problemas y asuntos que surgían de todos los rincones del Imperio. Según los datos que Quintín Aldea ha recogido para la década de 1630 a 1640, la polisinodia española estaba integrada, incluyendo a los secretarios de los consejos, por 144 personas […]. Como se ha escrito alguna vez, nunca se hizo tanto con tan poco.
Iglesias, Carmen: No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre historia de España. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2009. Página 138