Sin capital social, no hay sociedad posible. Sin confianza en la palabra dada, sin presunción de inocencia para el vecino, las relaciones humanas son demasiado ariscas. Sólo el cobarde o el mezquino va por la vida pensando que el resto de los ciudadanos son iguales que él. No, no estoy haciendo un canto al buenismo, claro que hay personas que son malas, pero son, pese a lo que digan los infantiles medios de comunicación que padecemos, una minoría, una exigua minoría.
Viene esta amarga reflexión a cuenta de algunas de las cosas que me han pasado últimamente. Que una empresa trate a un cliente, o a un potencial cliente, como un presunto delincuente demuestra el nivel de muchas de nuestras empresas y de muchos de nuestros empresarios. Cuando además esa empresa pertenece al sector inmobiliario, el esperpento ya no tiene fin. Por algo dice el refrán que cree el ladrón que todos son de su condición.
En fin, a ver si puedo terminar de mudarme el martes, porque no me apetece nada seguir así, con todo embalado y sin poderme mover.
Y a estos capitalistillos de tres al cuarto que no han entendido nada de cómo funciona un sistema como el capitalista, basado en la confianza, la única reflexión que me queda por hacerles es que no me extraña que se peguen la hostia que se han pegado. Cuando el valor añadido que uno aporta al mercado se aproxima a cero, es fácilmente prescindible en cuanto llega una crisis.
PS: mañana, cena maridaje con los Lurton en Casa Pías, en Getafe, organizado por Arbucala. La cosa promete. Ya les contaré