6.4.10

A (otro) Junín

Fuimos a Cervantes. A tomar café. A lo que fue la casa de Pedro Barrios, uno de los tres hijos del Perdíu. Restaurada ahora por uno de sus bisnietos, mantiene aún los elementos principales de la misma: lo que fue la fragua (como oro en paño guardo una de las planchas que allí forjó Pedro), la galería, y el despacho de trabajo en el que no llegué, no pude llegar, a verlo trabajando nunca. Hacía frío. Recordaba: otra vez en Junín. El poema que figurará, espero que dentro de muchos años, en mi lápida y que cuento aquí porque ella ya no estará para decirlo. Pedro no era de Cervantes (Zirvaantes decían en la Senabria de antaño) en realidad. Había nacido en la cercana Robleda en 1873, un año convulso en la historia de España cuyos estertores, estoy seguro, no llegaron a la Sanabria de la época. Su padre, Miguel de Barrio, El Perdíu, tuvo un total de tres hijos; Pedro, Josefa y otro varón del que ya no recuerdo el nombre. El Perdíu y su mujer, María, no eran en realidad de Robleda. Venían de más al este, al otro lado del sierro: él de Santiago de la Requejada y ella de Triufé. Murieron jóvenes, y probablemente en circunstancias dramáticas. No los enterraron en Sagrado. Tres huérfanos. Pedro marchó a Cervantes, con un herrero, que lo crió y del que aprendió el oficio que luego transmitió a sus tres hijos varones, uno de ellos mi abuelo; Josefa gastó sus días como ama de un cura y el otro hermano, al que no tengo localizado, marchó joven al País Vasco que empezaba a desarrollarse, a golpe de ferralla, a finales del XIX.

La historia se perdió. Nadie en la familia quiso comentarlo nunca. No quedan apenas documentos escritos. Quedó un apodo, eso sí, que mi abuela le repetía a mi abuelo como mi madre a mí cuando era pequeño: Perdíu, que eres como el perdíu.

Pedro. El bisabuelo. Cazador. A por perdices. En cierta medida un pionero, uno de los hombres que puso en marcha lo que luego sería el Mercado cuando llegaba el cambio de siglo. La historia de todos los hombres está llena de vivencias que el tiempo oscurece primero y orilla después. Quizá por eso es necesario que alguien se preocupe de escribirlas para que todos esos momentos no desaparezcan nunca. Para que así todos podamos volver, con Miguel Torga, a recibir órdenes a algún sitio.

PS: Roy Batty le dice, ya moribundo, a Rick Deckard: “He visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión...He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser...Todos esos momentos se perderán... en el tiempo, como lágrimas...en la lluvia...Es hora, de morir"

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