En este entorno es fácil leer. Devoro en pocos días un magnífico libro del Catedrático de Historia de la Ciencia del MIT Loren R. Graham. A estas alturas de la historia, hay todavía mucho lanas en la universidad, y en los ambientes, que defiende que lo que pasó en la Unión Soviética fue, en realidad, una desviación del comunismo. Nada más falso. En realidad, la Unión Soviética fue el resultado de aplicar de manera científica el socialismo. El fantasma de Peter Akimovich Palchansky, un ingeniero de sólida formación y acreditada experiencia, que había conocido el destierro en tiempos de zar por sus ideas izquierdistas, recorrió el proceso industrializador soviético desde el mismo momento de su asesinato, por supuesto sin juicio previo, en la primavera de 1928. En sus escritos, en sus revistas, el ingeniero ejecutado, denunciaba la excesiva especialización de los ingenieros, así como la tendencia a no considerar el entorno local y la salud de los trabajadores como consideraciones claves a la hora de realizar obras públicas.
Graham analiza las tres grandes obras del estalinismo: la mayor central hidroeléctrica del mundo, Dneprostroi, la mayor planta siderúrgica del mundo Magnistostroi, así como el canal del mar Blanco (Belomorstroi). Las tres fueron auténticas estupideces desde un punto de vista económico, y no digamos ambiental. La presa se construyó por una motivación puramente política. Los obreros (no se emplearon demasiados esclavos) vivían en condiciones espantosas y no se sabe aún cuanta gente murió. La dictadura utilizó la presa en la Exposición Universal de Chicago en 1939 y fue alabada por los perfectos idiotas occidentales como símbolo de “un nuevo orden socialista”.
La ciudad de la energía iba a ser el mayor centro siderúrgico del mundo, además de una ciudad jardín donde empezar a edificar el socialismo. Construida por esclavos, acabó convertida, según un visitante extranjero que se acercó a ella en los ochenta en una ciudad de “alcoholismo arraigado, escasez crónica de bienes de consumo, infraestructura urbana inexistente y una polución casi inconcebible”. Y qué contar del canal del Mar Blanco, construido íntegramente por esclavos y con una media de muertos en la obra de unos diez mil al mes.
Todos estos errores, estas ineficacias, que se repitieron de manera crónica en la dictadura comunista soviética eran realizadas en los años veinte y treinta por ingenieros que sabían que no debían plantear alternativas porque podían ser considerados saboteadores si se oponían a la línea oficial del partido: más adelante ni siquiera hizo falta. La especialización de los ingenieros soviéticos, su escaso conocimiento de economía, medio ambiente o cualquier disciplina humanística, los convirtió en esos seres grises que causaron gigantescos destrozos no sólo al país, sino a varias generaciones de seres humanos. Y los planes descabellados siguieron, no fueron sólo cosa de Koba, el temible: el proyecto de los Ríos del Norte, el ferrocarril Baikal-Amur, y si finalmente no se llevaron a cabo, fuero porque la maquinaria no daba más de sí. Manadas de obreros desmotivados, que apenas tenían que comer y ninguna esperanza de futuro, no eran desde luego los más idóneos para llevar a cabo grandes trabajo. No es de extrañar que cuando estallaran las huelgas del Don durante el gobierno de Gorbachov, la demanda más repetida de los obreros hacia el Estado obrero fue que querían jabón para lavarse al salir de la mina. Una petición tan humillante que no se había escuchado siquiera en tiempos del zar.
En este escenario hay que entender un accidente como el de Chernóbil, que no hubiera podido tener lugar en un país salvaje y decadentemente capitalista: un modelo de reactor, el RMBKs que había sido rechazado en occidente por inestable; fallos en el revestimento, uso inadecuado de materiales, técnicos escasamente formados. La causa del desastre, más allá de lo que sucedió en realidad al intentar obtener energía de un reactor que estaba parado para revisarlo fue la política industrial soviética. Ni más, ni menos.
Palchanski, socialista honrado al fin y al cabo, intuyó lo que acabaría pasando. Pagó con su vida la valentía de plantearlo en público. Lo que no fue capaz de intuir es que esos problemas no constituían desviaciones de un sistema, sino que eran la esencia pura del mismo.
Magnífico libro.
PD: “Una importante acusación contra Palchinsky y sus organizaciones consistía en haber insistido en publicar “detalladas estadísticas” sobre las industrias mineras y petroleras […] de modo que las autoridades soviéticas estaban adoptando frente a las estadísticas la misma actitud que adoptara el gobierno zarista. […]. El gobierno zarista lo castigó con el destierro a Siberia, el gobierno soviético optó por detenerlo y ejecutarlo”.
Graham, Loren R.: El fantasma de ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la industrialización soviética. Crítica, Barcelona, 2001. Página 79