Imaginemos. En España hay una banda terrorista de extrema derecha que se dedica a asesinar a izquierdistas y a nacionalistas, digamos, vascos. Los caza como a las ratas, les pone bombas, los extorsiona… Imaginemos que en un país de Iberoamérica, digamos Chile, hay un dictador derechista que se carga las instituciones democráticas y que pisotea a la disidencia. Imaginemos que un día, uno de estos terroristas es detenido y confiesa haber recibido entrenamiento en Chile.
Ya me imagino los llamados de la ser, de público, incluso del preescolar este, contra el gobierno fascista chileno, boicot a sus productos, conciertos, manifiestos…
Algo así ha ocurrido, pero como el dictador es bueno, porque es primo de todos estos lanas que sufrimos como una plaga, aquí no ha pasado nada. Pero nada de nada, oiga usted. Ni una sola voz. El dizque gobierno, callado. La dizque prensa, callada. Todos callados. ¡Socialistas de todos los partidos, silencio con el dictador, que es de los nuestros!
PS: "Pero, a pesar de la abrumadora evidencia, muchos se seguían resistiendo a creer o, por decirlo de manera más incisiva, seguían dispuestos a negar la veracidad de lo que aún estaba ocurriendo en la Unión Soviética. Jean-Paul Sartre fue uno de los intelectuales más brillantes que no creyeron a Kravchenko, apoyaron a los comunistas en Corea del Norte -“Todo anticomunista es un perro”- y justificaron el terrorismo de Estado como “la partera del humanismo”.
Tzouliadis, T.: Los olvidados. Una tragedia americana en la Rusia de Stalin. Debate, Barcelona, 2009. Página 304