10.5.11

De ruta por el oeste (III)

Amanecemos en la ciudad de los iscariotes. La villa de Oscarnelo. Nos acercamos a ver el Castillo. Aquí hubo árabes, que nombraron la ciudad. Y luego hubo señores y luego reyes. Como en tantos otros lugares de Castilla, hasta aquí llegó también la traición. Sitio de realengo, tras la guerra que libraron Pedro I el Justiciero contra su hermano bastardo Enrique, éste regaló el señorío a uno de los traidores que lo acompañó en el desafío que acometió contra su legítimo rey. Ahora ya nadie lo recuerda, pero aquí hubo un mundo, y un momento, en el que las cosas pudieron haber sido diferentes. De un lado, las ciudades, los judíos, los mercaderes, la gente más brillante y más activa de su tiempo, arremolinados en torno a la figura de su Rey y Señor, Pedro I de Castilla. De otro, los nobles, los señoritos, los resentidos, agrupados en torno a un bastardo ambicioso y cruel, un tal Enrique. La guerra, como tantas otras veces, la ganaron los malos. Y sellaron quizá para siempre ya la historia de Castilla, la que face los omes e los gasta.

El castillo iscariote estuvo caído, nos cuenta Osquitar, que pasó aquí una parte de su infancia. Aquí venían de niños a jugar. Y a holgar. La guía nos ve interesados y se viene arriba. El castillo fue comprado hace unos años por el Ayuntamiento a los Alba, la Casa que lo acabó poseyendo después de varios cambios de dueño. Pero está mal asentado, sobre tierra arcillosa, y casi todo el dinero de la restauración se va en inyectar hormigón para fijarlo. Era un castillo defensivo, construido para que, en caso de asedio, las posibilidades de asalto fueran escasas. Rehabilitado poco a poco y año tras años, permite hacerse una imagen de lo que aquí hubo. A lo alto de la almena jugamos a disfrazarnos de señores, de reyes y de reinas. Jugar como niños. Pensar como niños. Nos lanzamos a soñar con aquel mundo, las ideas de los castillos que Ortega me metió en la cabeza hace años, cuando la Edad Media era un mundo de libertades en la que el ogro filantrópico aún no se había comido al ser humano por completo.

Paseamos por los adarves y vemos el mar de pinos que cubre estas tierras. Autóctonos varios de ellos, y no de repoblación, como yo falsamente imaginaba. Aquí hubo mucha riqueza, me dice nuestro Oskar Matzerath en un aparte. La madera dejó mucho dinero, en forma de tablas, de muebles y de resina. Pero todo eso ha ido pasando ya, como ha pasado el tiempo de Castilla, tierra periférica condenada a tractores silenciosos y tierras ya sin roturar, no por barbecho, sino por desidia.

El viajero monta en el coche. Es hora de partir. Dejando a su espalda la villa iscariota, la geografía de esta tierra de pinares le trae recuerdos de su infancia, aquella que pasó en la Peña más Fiel de Castilla. Esas Pedrajas de San Esteban, ¿do estará Risi ahora?, esa Cabezuela, ¿Qué habrá sido de Gartxi?, ese Campo Áspero, con el padre Eusebio partiendo para Panamá, ¿qué habrá sido de él?. La infancia nos marca, es cierto; pero sus recuerdos no pueden esclavizarnos de por vida. Uno se hace adulto, también, porque es capaz de pasar por encima de su infancia


PS: Antonio Machado dejó escrito: “La madre en otro tiempo fecunda en capitanes / madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Perdíu:

Ha pasado usted de puntillas por la noche Iscariota...divertida aunque venida a menos por la reducción de ingresos de sus vecinos, aunque tal y como nos contaba Oscarnelo, aquí el paro no ha incidido tanto.
La visita al castillo muy interesante, se nota quién disfurta con su trabajo, pocas veces he entendido tanto la utilizadad de un castillo en todos sus sentidos, planta, alzado, historia, valor estratégico...

El coronel