16.5.11

Cena con sobremesa...

Hubo acto en la Zamorako Etxea y allí me acerqué. Fantástica conferencia del amigo John. Emotiva presentación del paisano Octavio. Luego llegó la cena. Pocas cosas enriquecen más que cenar con gente culta. Qué interesante conversación. Un mundo. El del exilio. Aquel drama. Aquella gente condenada a vivir lejos de su tierra. Méjico. Sus cafés. Sus leyendas. Octavio nos desgrana personas, y situaciones. Juan Larrea, el amigo de Vallejo, el mejor epistolario de España, nos cuenta. Los vascos que habían llegado a construir el metro y la ciudad universitaria. Vascos por leales a su Rey, cuando aquí aún había Rey. Chalecitos como en Guecho. Como había en Las Arenas. Aquellos hombres como Ramón de la Sota, sin el que el paleto de Sabino no hubiera podido ni comer a diario, que popularizaron luego durante la Gran Guerra lo que en toda España se llamaba el agua de Bilbao. La conversación nos lleva a los poetas. A Aleixandre, que vivía por allí y venía de aquel mundo. Y acabamos en Claudio Rodríguez. Claro. Con los que estábamos en la mesa, era difícil acabar en otro sitio. Y la conversación nos va dibujando la figura del poeta: generoso, hablador, bebedor… el hombre que no tenía reparos con nada ni con nadie. El hombre que fue capaz de escribir un poema al perro de Aleixandre, con el que jugaba cuando iba a ver al Nobel, ya enfermo. El hombre que fue capaz de sacarle vida a un ciruelo. A un cerro. El hombre al que no cambiaron los premios. Ni los honores. El hombre que nos explicó qué tiene la luz en Castilla y porqué es cómo es. La conversación va de un poeta a otro y pasa de vez en cuando, entre sonrisas que iluminan el alma, por Vallejo, el piscis del Perú. Así nos dan las tantas y llega la hora de irnos recogiendo. Nos emplazamos, eso sí, para el mes de junio y su lectura en el Ateneo. Nos hacemos personas cuando aprendemos a disfrutar de la cultura. Cuando asumimos, qué certero Gomá, que la vulgaridad es en nuestro tiempo un punto de partida, pero nunca puede ser una estación de llegada.

Y cuando estamos ya en la calle, cerca del parquin, miro en derredor y recuerdo aquella oda a la niñez con la que Claudio Rodríguez cerraba su libro Alianza y Condena, publicado en 1965: “Muchos hombres pasaron junto a nosotros, pero / no eran de nuestro pueblo. […] Miraron, y no vieron; ni verdad ni mentira / sino vacía bagatela / desearon, vivieron […]


PS: Arcadi Espada, al hilo de Montanelli, escribió: "Y confirma algunas verdades generales sobre el viejo periodismo, la primera y más inquietante, que la selección y escritura de los materiales de un periódico no siempre tenía al lector como destinatario. En ocasiones el articulista escribía sólo para uno […]"

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