30.3.11

Destinos ocultos ¿qué hacer cuando los vemos?

Fuimos a ver Destino oculto. El inexpresivo Damon, sobre un guión entretenido para echar la tarde que, de repente, va, te toca y te lo encuentras de frente. Unas vidas hechas para seguir su camino. Cada uno por su lado. Y de pronto, algo se cruza. Un cisne negro (ya saben, esos fenómenos raros, de impacto tremendo y a los que intentamos encontrar explicación a posteriori), según me está enseñando ahora Taleb. Ocurren cosas que no estaban previstas. Y una persona se ve de pronto, sin saber casi porqué, ante la tesitura de elegir; ante la disyuntiva de seguir sin mirar a los lados un camino que ya sabe falso, o atreverse a salirse del guión, con todo el riesgo y el vértigo que ello conlleva. Atreverse a ser uno mismo frente a lo que todos han diseñado para él. Atreverse, en fin, a aprovechar esa segunda oportunidad que el destino le ha ofrecido dejando entreabierta una puerta. Esa escena, en la isla de Ellis (precisamente allí, frente a Manhattan), sobre un cielo gris, de otoño neoyorquino, en la que ella debe optar por atravesar el quicio de la puerta, y saber que todo cambiará para siempre, o quedarse atrás, y volver a una vida que había sido diseñada y escrita sin contar con ella. La percepción, quizá tan errónea, de que puede que existan almas gemelas, que intentan estar juntas pese a que quizá el destino, escrito por dioses crueles en lejanas estrellas, se oponga a ello. Y esa sensación, cuando todo termina, de que lo que nos diferencia del resto de animales, simples bípedos implumes como somos, es la voluntad. La voluntad de rebelarnos, la voluntad de poder romper con el destino cuando no estamos de acuerdo con él. La voluntad, en fin, de vivir nuestras vidas de verdad, sabiendo que, ¡ay!, lo más sencillo siempre es vivirlas de mentira, escapando y escondiéndonos de nosotros mismos en cada refugio con el que nos tropezamos.


PS: A la peli sólo le falta acabar con esa enorme reflexión del profesor Juaristi, conocida ya por los desocupados lectores de esta bitácora y que el autor se da, cada mañana, en el cuello antes de salir de casa, como si fuera agua de colonia:

Creo que a Arteta, como a mí, no le mueve tanto la esperanza como un cierto sentido -trasnochado- del mejor individualismo. Es decir, de ese individualismo que ya se bate en retirada, pero, al menos, se bate. Como Auden, Arteta y yo creemos que la única tarea del pensamiento y la literatura consiste en la creación de una identidad individual frente a las presiones del medio, que solamente consiente identidades colectivas, las que vienen dadas por los determinismos culturales y sociológicos de origen. Es, por supuesto, una tarea destinada al fracaso. Freud, al que Auden profesaba auténtica devoción, observaba que el individuo va construyéndose a sí mismo con esfuerzo -poniendo yo donde antes sólo había ello-, para caer finalmente derrotado frente a la especie; uno se mira un día cualquiera en el espejo y ve el rostro de su padre. A partir de ese momento puede dar la batalla por perdida. Y ese momento nos llega a todos, inevitablemente. Pero sólo en la lucha por la propia identidad puede brotar la poesía, como quería Auden. O el pensamiento".

1 comentario:

Anónimo dijo...

"...lo más sencillo siempre es vivirlas de mentira, escapando y escondiéndonos de nosotros mismos en cada refugio con el que nos tropezamos..." Tantas conversaciones sobre esto y al final siempre terminamos en el mismo punto...hay gente que está dispuesta a enfrentarse a su destino (si es que existe el concepto de destino, con el prisma que le da la película), sus miedos, la incertidumbre y otra, a mi modesto entender la mayoría, que prefieren la comodidad de su vida a enfrentarse a nuevos retos y miedos...intentaré estar en el primer grupo, que ya sé dónde anda usted.

El Coronel