Es difícil ser más cínico. El final del editorial del fancine de prisa de hoy es un buen resumen de la fatal arrogancia de la izquierda: “La impunidad no ha prevalecido, pero queda pendiente saber por qué los acusados actuaron como lo hicieron”.
Ellos deberían saberlo mejor que nadie.
Era la primavera del 2003. Pese a todo el ruido hecho con el prestige, el pepé había salido bien parado de las municipales y autonómicas. Para la izquierda aquello era demasiado, Aznar gobernaba con mayoría absoluta y nada hacia pensar que fuera a perder las elecciones del año siguiente. Para la izquierda española, un gobierno en democracia de la derecha es una anomalía que ha de ser corregida de inmediato. Se lanzaron a por ellos, literalmente. No voy a recodar ahora la mayor campaña de deslegitimación sufrida por un gobierno en España a cuenta de políticas públicas aprobadas por el parlamento: el plan hidrológico, la reforma educativa, la reforma del mercado de trabajo, el apoyo político a la invasión de Irac. Y de camino se cruzó el fatídico accidente del Yak.
Yo sí me acuerdo. El País se lanzó a por él. Como los buitres a la carroña. Recuerdo aquellas portadas, aquellos artículos: insinuaciones que no probaban nada, pero que enmierdaban, en la mejor tradición de la prensa progre española; ¿ya no lo recuerdan?: que si el avión había sido contratado de manera irregular, que si el piloto no había descansado, que si el aeropuerto no era seguro, que si todo había sido por ahorrar un dinerillo (putos neoliberales) que si no sé qué, que si no sé cuantos. Una lluvia de medias verdades e insinuaciones que quedaron en nada, por supuesto, pero de las que el fancine, tan por encima de todos nosotros, nunca se retractó.
A los del pepé, tan beatos ellos, les entró miedo, supongo. Nada les aterra más que no ser reconocido por los otros como miembros del club de “socialistas de todos los partidos” y al final, a base de correr para acabar con el asunto, metieron la pata y se fumaron la identificación. Bien condenados están si son culpables. No podemos tener funcionarios que no hagan su trabajo correctamente y que, encima, no paguen por ello. Pero que el grupo más desestabilizador de la prensa española, capaz de todo con tal de detentar el poder, se haga preguntas retóricas sobre lo que pasó tras el accidente, preguntas cuya respuesta pasa, indefectiblemente por ellos mismos, es tomarnos a todos por idiotas.
PS: "Además de una serie de ideas mal digeridas y peor asimiladas, existía un modo de conducta para quienes no se iban a tomar la molestia de pensar. Era casi obligatoria una zafiedad elaborada, así como un inconformismo conformista que se manifestó en el cabello largo, en las lentes, en el desaliño en el vestir".
Burleigh, Michael: Sangre y Rabia. Una historia cultural de terrorismo. Madrid, Taurus, 2008. Página 59.