Hay almuerzos que enriquecen.
No por el vino, que aquí llaman albariño a lo
que es verdejo más oloroso. No por la comida en sí; pulpo a la senabresa y algo de lacón. La compañía.
Siempre es la compañía. Dos militares. Ingenieros navales. Con muchas horas de
navegación y una curiosidad casi infinita. Se me va la comida escuchando,
aprendiendo. Pregunto. Soy muy preguntón. Los astilleros españoles, la proa, la
propulsión de un submarino, el concepto de periscopio, las bases navales, la
estrategia de defensa, el concepto de guerra naval moderna, el incidente
de Nutka, la exploración que la Real
Armada llevó a cabo al norte del Pacífico en diferentes momentos
al mando de valerosos
marinos de los que no queda ya ningún
recuerdo, los yates de recreo, el paso del Noroeste, la leyenda
de la última expedición de Franklin...
Nos da la hora y tenemos que
volver al trabajo. Y mientras me levanto me reafirmo en dos conclusiones: una
es que la curiosidad nos hizo humanos. La otra es que hay poca gente más
competente y más profesional en España que los militares.
PS: a la Senabria. Es la Sacramental.
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