21.5.14

Cádiz, las esculturas

No es fácil patearse Cádiz. Son más de tres mil años de historia y eso exige mirar mucho y bien. Nos acercamos al museo del provincia. Una magnífica exposición de restos, como los dos sarcófagos fenicios de leyenda que ningún visitante debería perderse. En esta ciudad se confirma esa tesis que le leí a Racionero: la civilización es urbana: el resto es bruma, frío y miedo. La planta de arriba es, empero, más floja: glorias de la pintura local sin demasiado interés. Llegamos a la Casa del Obispo e iniciamos otro viaje en el tiempo. Salimos a la calle, ya en el siglo XX, y entramos en la Casa de Iberoamérica. La exposición permanente de Cornelis Zitman: un holandés errante al que desconocía. Hay una marca propia en cada una de sus figuras que llena de paz las salas. Hay algo mágico en la escultura como concepto; quizá nosotros no seamos más que mamíferos que crean con las manos. Quizá el primer hombre supo que lo era cuando dibujó con barro sus sueños. O cuando, como hubiera escrito César Vallejo, escribió con su dedo grande en el aire...

Es tarde ya cuando volvemos a casa. Por el camino, un  levante de cojones, a sí que aceleremos la salida hacia Castilla

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