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1.12.19

El Mundo que se fue

Rememoraba el otro día Luis Uría en La Vanguardia la monarquía del Danubio a cuenta de un artículo en NYT. Aquel mundo que supuso el último intento de articular identidades imperiales por encima de las nacionales. Aquel mundo, derribado por la pulsión nacional...



25.8.12

Mihail Sebastian. El final del viaje, un hombre del danubio


Hay, en mi vida intelectual, una línea de pensamiento que recorre el Danubio, desde Donaueschingen, hasta su desembocadura. A mí, que nací en la periferia de un país periférico; a mí, que tengo a los míos enterrados en una frontera pobre, plagada de heterónimos y de silencios; a mí, digo, la vida me reservó un destino intelectual que me llevó por un río en el que he navegado varias veces, y siempre de las mejores manos: el viaje empezó hace años con Magris,  siguió con Kaplan, abordó a Canetti y llega ahora hasta Sebastian. No se puede viajar en mejor compañía un verano tan  confuso como este.

Un saludo, desocupado lector.


PS: “Pero tampoco dejaré de ser nunca un hombre del Danubio. Y eso también es un hecho. Que me lo reconozcan o me lo nieguen, no cuenta. Es cosa exclusiva de quien lo haga”.
Sebastian, M.: Desde hace dos mil años. Aleteia, Valencia, 2011. Página 247. 

31.8.06

Viernes, 11 de agosto

Sigue lloviendo. Al igual que hace un par de años, cuando fuimos en busca de las fuentes del Danubio siguiendo a Magris, hemos vuelto a hacer el pardillo con la ropa. El viaje hasta Bucarest dura casi seis seis horas, pero el paisaje lo compensa, ya que atravesamos varios desfiladeros del Olt. Paramos a ver el Monasterio ortodoxo de Cozia, de origen serbio. En Pitesti encontramos, antes de tomar la autovía que nos llevará a la capital, un complejo petroquímico pegado a la ciudad y con varias centrales nucleares y térmicas. ¿Habrá ya ecologetas por aquí?
Bucarest, como muchas de las ciudades soviéticas, presenta extensas periferias con las colmenas para obreros edificadas durante la dictadura. Nos cuesta encontrar el hotel, ubicado cerca de la Estación del Norte. Cuando por fin llegamos, el mozo que nos acompaña a la habitación derrocha simpatía. Como estamos cansados de conducir y las historias de los perros callejeros nos han dejado intranquilos, cogemos un taxi hasta la calle Victoria. Aquí vivía Mihail Sebastián hasta que el gobierno militar de Antonescu prohibió en 1941 a los judíos alquilar casas. Llegamos a la Plaza de la Revolución. El Palatul Senatului, desde donde el dictador huyó en helicóptero. Frente a él, y como desagravio, una preciosa estatua dedicada a Iuliu Maniu, un líder del partido campesino que nunca se doblegó al comunismo y que murió, tras varios años de prisión y tortura, en las cárceles del régimen.


En la Plaza de la Revolución hay también un monumento a los muertos durante la revolución de 1989. La antigua sede de la policía secreta, la Securitate, fue asaltada y ahora el edificio alberga un café, mezclando los restos del viejo caserón junto con una estructura moderna de vidrio. Vemos también el Edificio de la Biblioteca Centralâ Universitarå. El régimen comunista desalojó a los estudiantes que pedían democracia con bombas incendiarias. Ardieron más de dos millones de volúmenes. Haría algún comentario al respecto, pero como ya se sabe que la cultura es patrimonio de la izquierda, paso de puntillas sobre el asunto.
Nos acercamos a la Biserica Cretsulescu, frente a la cual hay un busto de Corneliu Coposu, otro líder liberal ejecutado por la dictadura. Antes de abandonar un espacio tan lleno de historia, el Bucarest de finales del XIX, con una arquitectura tan francesa, entramos al Athenée Palace, en homenaje a Kaplan, que empieza en él su capítulo dedicado a Rumanía. Tomamos un café a su salud. Al fin y al cabo, fue él que el que, al menos a mí, me despertó la curiosidad por este país. Vuelve a llover así que, tras comprar en un mercado algo de fruta, volvemos al hotel, donde cenamos.