Quizá todo sea un relato de Borges. Una narración que se centre en la vida de un hombre atrapado entre el pelo de Sherezade que cada noche le hablaba del mar; obligado también durante años a contar una historia para sobrevivir. Aquel
hombre pensó, un mañana también de marzo, que lo difícil no era contar. O
escribir. No. Lo difícil era callar. Abandonar. En otra vida, Bernando Atxaga hubiera empezado aquel libro así: El
hombre al que todos llamaban Gatsby sabía que el mar helado que contemplaba era
únicamente la imagen de un sueño, que poco a poco iba apagándose, y sabía
también —porque se lo recordaba una de las voces de su conciencia— que había jugado una partida que en
realidad nunca tuvo posibilidades de ganar. Las cartas estaban marcadas. Pero
aquel hombre; un hombre humilde, cada mañana, al sobrevivir a otra noche más,
sólo tenía un deseo. Escribir una vida ajena, y dejar de protagonizar su propio
relato.
Y aquí me ven. Citado de nuevo a Patrick Pearse,
cinco
años después, mientras sigue lloviendo en la mi tierra:
"He aquí los espíritus a quienes he
resucitado estas Pascuas, los espíritus de los muertos que nos han legado a los
vivos sus esperanzas. Los espíritus son seres molestos para tener en casa o en
la familia, ya lo sabíamos aun antes de que Ibsen nos lo enseñara. Sólo hay una
manera de aplacar a un espíritu. Hay que hacer lo que nos pide. A veces los
espíritus de la nación nos piden grandes cosas y hay que aplacarlos a cualquier
precio”
No hay comentarios:
Publicar un comentario