Alfonso J Ussía, el otro día en ABC, sobre la Goyanes que murió, y esas cosas que pasan en la vida: "Ella era un poco mayor que yo. Su hermana, de mi quinta, fue parte de mi paisaje años atrás. Luego la vida te va poniendo sobre otros suelos y no se pueden abrir todas las puertas por las que te gustaría pasar."
2.9.24
19.3.19
Ausencias e intimidades
15.8.12
Mihail Sebastian. Las relaciones, las esposas y las novias...
14.8.10
Teoría del espejo (¿y II?)
7.8.10
Teoría del espejo (I)
En 1965 Claudio Rodríguez, un joven de apenas treinta años que trabaja como lector de español en la Universidad de Cambridge, publica el poemario Alianza y Condena. Uno de los poemas del libro, “Gestos”, principia así: “Una mirada, un gesto, / cambiarán nuestra vida. […]". Hay una hermosa reflexión que hacer al hilo de las miradas y de los gestos. Uno sueña a veces que tiene una persona amada. Y sueña que al irse, cuando todo está perdido, cruza furtivamente la mirada con esa persona, mientras da dos besos, por ejemplo en la cocina, y esa mirada de la otra persona, ese gesto, es tan definitivo, tan puro, hay tanta claridad en él; hay tanta luz en sus ojos, tanta inocencia en las facciones que uno piensa que ha de volver a creer. Que hay miradas que no pueden mentir. Que hay que gestos que, definitivamente, no se pueden fingir…
Y sin embargo, ya ven. Uno despierta. Y puede que no haya nada al despertar. Y uno piensa entonces que para qué creer en lo que ve si puede que todo, en realidad, sea ficción. ¿No dejó escrito Baudrillard aquello tan certero de "moriremos, si es que hemos nacido". Quizá la realidad no sea líquida, como quería Bauman, sino simplemente aplastante.
Hace calor y es casi domingo.
Otro día, lector, le explico qué tiene esto que ve con un espejo. No sea impaciente.
PS: "La eventualidad de que nadie quiera coger el teléfono implica una decepción de significado trascendente, como si por lo que de verdad se estuviera apostando en este juego de número fuese la muerte o la vida".
Sebald, WG: Vértigo; Debate, Madrid, 2001
20.7.10
El señor Manuel
El año que viene hará veinticinco años de su muerte. Y sin embargo, me lo sigo encontrando por la Sanabria de vez en cuando. Es verdad que cada vez más, muy de vez en cuando, pero me lo sigo encontrando. Una o dos veces al año, no más, pero reconforta. Hace un par de veranos fue el señor Romá el que me habló de él. De su primer reloj, comprado en su casa, que luego fue la mía, con su primer sueldo, apenas con quince años. Me gusta que me hablen de él porque a mí se me fue pronto, con apenas doce años, y no me dio tiempo ni a escucharlo ni a conocerlo algo mejor. Su perfil se me va volviendo cada vez más borroso y apenas soy capaz ya de recordar su voz. Hace año y medio Romá también me dijo, tras acabar un acto público: “qué contento estaría el ti Manuel si viera ahora a uno de sus nietos y a la nieta del ti Francisco compartiendo escenario y Junta tantos años después en Madrid”. Y yo sonreí, claro.
Este domingo fue D. Jesús quien me habló de él. A Jesús hay que tratarlo de don porque así hace todo el mundo en mi pueblo y yo soy un hombre de derechas que respeta las tradiciones. D. Jesús me abrió las puertas de su casa y me enseñó documentos. A una rata de biblioteca indolente como yo no se necesita mucho más para ganárselo. Causas civiles y criminales de la Sanabria del XIX y principios del XX. La historia de varias de las familias más renombradas de la tierra. Algunas pistas nuevas, “la casa de Torres”, abajo, de camino al Campo. Quizá un misterio como el de “la casa de la tía Ysabelilla” que tal vez nunca resuelva. El padre de D. Jesús fue médico en el Mercado varios años y allí se hizo amigo de mi abuelo. Su mujer, la madre de D. Jesús, se hizo asimismo muy amiga de Encarnación. A veces iban a cazar juntos, también con los hermanos de mi abuelo. Los tres hijos de aquel Pedro del que ya les hablé. Estábamos abajo, en lo que fueron las cuadras y yo me iba ya; D. Jesús me miró y me dijo: “no ha habido un comerciante igual en Sanabria, un hombre bueno, alegre, siempre dispuesto a ayudar.”. Nos damos la mano y nos despedimos, y mientras abandono su imponente casa sonrío, claro.
Me gusta que me hablen de él. Al fin y al cabo, a él debo mi nombre, y desde que conocí a Aresti ya sé que, “Pensatzen dut nire izena / nire izana dela, / eta eznaizela ezer espada / nire izena”. Es decir, si Mi General no me corrige: “Pienso que mi nombre es mi ser, / y que no soy / sino mi nombre”.
PS: parecidos razonables, Heriberto Cairo, nuevo rector de mi Facultad, y Karl Marx.
16.5.10
La vieja Prospe
Crecí, es un decir, en un sitio al que dicen la Prospe. Es y será mi barrio siempre, me vaya o vuelva, esté donde esté. Conforme han ido pasando los años, han ido desapareciendo la pequeñas casitas bajas que poblaban sus calles, sustituidas por modernos bloques de apartamentos. Sé que es el curso de la historia y que así debe ser, pero permítanme que hoy, una mañana melancólica de primavera, recuerde.
Recuerde cuando de niño, aún había fábricas en el barrio. Enormes estructuras de metal, como la de Danone, que marcaban los límites de mi mundo imaginario. Todo aquello fue desapareciendo y, desde hace años, apenas quedan algunas casitas bajas como muestra de lo que la Prospe fue en su día. Una de ellas estaba en mi calle. La recuerdo como una peluquería, con una madre y una niña poco más o menos de mi edad. Una de mis primeras amigas del barrio, aunque a estas alturas no soy capaz ni de ponerle nombre. Era la única casita baja que quedaba en la calle, es verdad que aún hay otra vieja, justo enfrente de casa, pero esta casi sin ningún encanto.
El otro día, de camino, a casa de mis padres, me fijé. Ya la han tirado. En realidad, ya hay otro apartamento casi terminado donde antes estuvo la peluquería. No me había dado cuenta hasta ahora. Poco a poco mi calle se va dejando de parecer a la que aún recuerdo de cuando allí vivía. Ni mi cabina, en la esquina con Clara del Rey, es ya la misma. Cerró también la galería comercial y todo se ha ido poblando de groseras oficinas bancarias. La fugacidad de las cosas, incluso las más estables, es un aviso para todos, para nuestras vidas. Hasta aquellas de las que hablaba Borges son fugaces.
Si la fugacidad es la clave de la modernidad, si hasta la infancia de uno cambia con los años, entonces es aún más importante cuidar a las personas que tenemos cerca. A las personas de verdad. A quien nos quiere por lo que somos y no por quienes somos. A quienes nos conocen y, pese a todo, nos estiman. Porque la vida es una carrera de fondo, una carrera larga, larga de cojones. Y es necesario transitarla en buena compañía.
¿No le parece, desocupado lector?
PS: Txarrena cantaba, siempre en 1992: "Sólo aparezco desnudo ante ti / si me permites llorar también alguna vez; / encadenado a fingir la segunda piel, / el personaje que veo se parece a mí."