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5.3.21

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (II)

Una de las cosas más interesantes del Jinete pálido es que se publicó coincidiendo con el centenario de la gripe, sin pensar lo que vendría después. 

Las oleadas fueron tres:

- Todo -parece que- comenzó el 4 de marzo de 1918 cuando un recluta de un campamento militar en Funston -Kansas- se acercó a la enfermería por lo que parecía ser una gripe. La pandemia viajó desde aquel día por todo el planeta; en España incluso enfermó el rey, pero a finales de junio -llevándose por delante a Julián Juderías, por cierto, pareció remitir, aunque no llegó a desparecer. Pero más de los soldados británicos enfermaron aquella primavera. 

- En agosto regresó transformada. La segunda oleada fue la más letal. A mitad de mes la gripe estaba en el triángulo formado Sierra Leona, Boston y Brest y se movió por el movimiento de las tropas. No es extraño que aquel otoño fuera el más terrible. 

- La última oleada, empero llegó en enero de 1919 y desapareció sin dejar rastro a los pocos meses. 


4.3.21

Vendrá la muerte y tendrás tus ojos (I)

Magnífico El Jinete Pálido, de Laura Spinney. De lo mejor de este año. Algunas cosas de interés, que luego se me olvidan. 

- El legendario trancazo, la a gran gripe rusa de 1889 mató al menos a un millón de personas al menos -entre ellos a nuestro Amadeo I-. Sin su influencia no se entiende, señala la autora, el clima de cinismo y hastío del final de siglo. 

- Nadie había visto un virus en 1918 y nadie sabía  bien lo que eran. La ciencia los conocía por sus efectos, pero faltaban décadas para que aún pudieran verse a un microscopio. Quizá por esto, para la cultura popular los virus seguían siendo, como pasó con el trancazo, un castigo de Dios. 

- Aquel era un mundo cercano al nuestro pero, a la vez, sensiblemente lejano. La población era muy poco saludable en todo el mundo, no solo en España. Interesante lo del "horrible ejemplo" que cuenta la autora: de los 3,7 millones de soldados sometidos a reconocimiento médico por los Estados Unidos, unos 550.000 fueron declarados no aptos, y la mitad del resto tenía alguna deformidad o problema físico. Aquello convivía, en todo el mundo, no solo con una formación muy deficiente de los médicos, sino con una legitimidad de todo tipo de supercherías y supersticiones paramédicas.