18.2.07

Cine

Ayer vi una de esas películas que dejan un cierto poso. A veces pasa. No suelen ser muchas al año, quizá tres o cuatro, pero sólo por ellas merece la pena equivocarse otras veces cuando vas al cine a ver películas de las que nadie te ha contado nada. Se trata de La vida de los otros, una película alemana ambientada en la autodenominada Alemania Democrática en 1984. Cuando me senté en la butaca, la única referencia era el trailer, que gracias a Internet puedes ver sin tener que ir al cine.
Una pareja de artistas en Berlín. Un funcionario, el Capitán Wiesler (magníficamente interpretado por Ulrich Mühe), de la Stasi, la siniestra policía secreta comunista. Un ministro depravado, un mando intermedio cínico y descredio. Un director de teatro represaliado, una vecina con miedo, un sistema irreal, un auténtico 1984 que sucedía no en los años cuarenta ni cincuenta, sino cuando yo tenía unos diez años. El capitán Wiesler es encargado de espiar las veinticuatro horas del día a la pareja , formada por un director de éxito y una actriz emergente. Mientras empieza a vivir sus vidas, su forma de mirar el sistema en el que vive cambia poco a poco. No contaré mucho más. El guión está muy bien resuelto y el final, a mí al menos, pone la piel de gallina. Imagino que no durará mucho en cartel, así que me atrevo a animarle, desocupado lector, a que vaya a verla la cine.
Y algunos datos que se dan en la película y que no sé si serán reales.
  • En 1977 la República Democrática de Alemania dejó de publicar las Tasas de Suicidios entre sus habitantes, que eran los segundos más altos del mundo después de Hungría. ¿Hay alguna metáfora más evidente del fracaso de una ideología y de un sistema?.
  • El régimen comunista tenía un registro de todas las máquinas de escribir que se vendían en el país, para saber quien escribía el qué.
  • En fin, en un país de 16 millones de habitantes, los archivos de la Stasi conservan información de seis millones de espiados (Timothy Garton Ash ha contado la historia del espionaje que sufrió en el muy recomendable El expediente).
En fin, suicidios, registros de máquinas de escribir y espionaje sobre la vida privada de casi el 40% de la población. Esto fue el comunismo del siglo XX. ¿No les repugna, moralmente, que haya gente que siga proclamándose "comunista"?
A mí, sí.


PD: "Desde que cayó el muro de Berlín, todo va de mal en peor". Caballero Bonald. Una buena mezcla de maldad y estulticia a partes iguales.

9 comentarios:

Marta Salazar dijo...

Hola hola! Gracias! Después te pongo un link!

Anónimo dijo...

Mi padre, hace un siglo –años 60-, estuvo en la República Demócrata Alemana. Por razones que no vienen al caso vivió varios días con una familia, en ‘su’ casa.
Una noche el anfitrión, tras unos buenos tragos de un licor, no recuerdo cuál, dio rienda suelta a su desesperación.
Entre otras cosas le contó que su vida familiar era casi inexistente. Los horarios de trabajo y los del colegio y otras actividades de adoctrinamiento estaban organizados por el Estado, de tal manera que los padres y los hijos pudieran coincidieran en casa lo menos posible; salvo para dormir.
Aquel viaje le descorazonó tanto como otro, en los 90, a Cuba.

"¿No les repugna, moralmente, que haya gente que siga proclamándose "comunista"?"

A mí, también.
Goo

Baba O'Riley dijo...

Los países de Europa con un índice más alto de suicidios con datos del 95 eran las republicas bálticas, Rusia, Hungría, Finlandia, Bélgica y Austria. Achacarle al comunismo un problema tan complejo como el suicidio es tan indigno como falso.
Supongo que buscar razones más inteligentes y menos viscerales debe ser un ejercicio que requiera poner en marcha la maquinaria neuronal, y eso es un esfuerzo que no todos estamos dispuestos a hacer, ¿verdad? Es más fácil que cada uno odie las ideas del otro y nos persignemos si se nos conmina a escuchar las razones del contrario.
PS: Por cierto, La cifra de suicidios en China es de 17 por cada 100.000 habitantes y en Estados Unidos es de 20. Curioso.

Anónimo dijo...

No se trata de odiar ideas, se trata de desechar de una vez por todas aquellas que puestas en práctica solo generan corrupción, miseria y un enorme sufrimiento. Se trata de abandonar el dogmatismo y no juzgar las intenciones sino los resultados.

Anónimo dijo...

El otro día por la noche dijeron en la radio (no recuerdo si Intereconomía u Ondacero, larosadelosvientos) que Dolores Ibarruri, La Pasionaria, era colaboradora de la Stasi. Pasaba información de los españoles exiliados, si eran de fiar o no. Osea, controlaba y se lo contaba a los servicios secretos Democráticos alemanes.

No sé cuánto de verdad tiene esta info, al parecer ha salido con la desclasificación hace poco de papeles de la Stasi.

Creo fue en un programa de madrugada pero no recuerdo qué cadena porque suelo zapear bastante.

Un saludo.

El Perdíu dijo...

Baba, ¿De verdad que el único comentario que se le ocurre es sobre la anécdota y no sobre la cateogoría?

Rome dijo...

TRIBUNA: JORDI BORJA
El fantasma desaparecido

"El comunismo terminó pero el anticomunismo continúa, no como razonamiento sino como insulto, no como investigación sino como agresión". En 2002 el veterano sindicalista, socialista de izquierda, Vittorio Foa, iniciaba un intercambio de cartas con dos dirigentes históricos del PCI, Miriam Mafai y Alfredo Reichlin, que luego ha sido publicado como libro, El silencio de los comunistas.

La desaparición de hecho de un fantasma que a mediados del siglo XIX anunció que recorría Europa y que, para mal o para bien, ha marcado la historia del siglo XX llama la atención. Algunas consecuencias debe tener el vacío en la vida política y cultural resultante de esta desaparición. Y es curioso que persista el anticomunismo cuando ya no hay comunismo.

Algunos líderes de la derecha, o extrema derecha más exactamente, como Bush, Aznar y otros, utilizan el fantasma del anticomunismo para denunciar los opositores a la globalización actual o a la guerra de Irak. Es menos frecuente entre demócratas liberales o socialdemócratas pero también ocurre. Recientemente la consellera ("ministra" de Justicia del Gobierno catalán) se despachó con unas poco afortunadas declaraciones criticando que se atribuyera la cartera de "Interior" al ecosocialista Saura. A la consellera le preocupaba que se dejara en manos del presidente de un partido heredero del PSUC (eurocomunista) el departamento del que dependen la policía y de los servicios de información, los "secretos". Lo que fue inmediatamente interpretado por portavoces reaccionarios en clave de anacrónico anticomunismo, propio de la guerra fría, cuando los Partidos Comunistas tenían relaciones privilegiadas con el adversario de Occidente, la URSS. Hoy ni existe la URSS, ni los partidos más o menos herederos del PCE o del PSUC como IU o IC pueden asimilarse a sus antecesores ni el Departamento de Interior de una Comunidad Autónoma tiene grandes secretos de Estado que guardar. El fantasma del comunismo se utiliza como un componente de la política del miedo irracional que practica la derecha a escala mundial.

Pero la realidad es lo que es y los partidos comunistas europeos son lo que son, inexistentes, o en trance de serlo. Su cuasi desaparición puede vincularse al derrumbe de los países del Este. La relación privilegiada y una cierta dependencia respecto a la URSS generó una crisis interna de identidad y una crisis externa de credibilidad en los PCs occidentales. Éstos sin embargo se habían separado progresivamente de la URSS y en algunos casos importantes, como el PC italiano y el español, se habían manifestado totalmente contrarios al modelo soviético, y optaron por la democracia, lo que se llamó "eurocomunismo". Los PCs occidentales fueron, desde la Segunda Guerra Mundial hasta su más o menos disolución a partir de 1989, partidos defensores de la legalidad democrática cuando había democracia y resistentes ejemplares cuando se enfrentaban a las dictaduras u ocupaciones por parte de potencias extranjeras. Su vinculación principal con el estalinismo correspondía a un tiempo pasado y era de carácter ideológico o propagandístico, y también se expresaba mediante silencios culpables y aceptación de ayudas materiales. No es posible hacer comparaciones pero no hay duda que otras instituciones u organizaciones, como la Iglesia o los partidos liberales o socialdemócratas tienen a su vez enormes páginas negras en su historia y no se hicieron el harakiri. En el caso de los PCs occidentales su vinculación con un Estado y un modelo de sociedad impresentables en Europa parece haber sido un factor decisivo de su suicidio. Es una explicación, pero no parece suficiente.

Recientemente han aparecido en Italia dos libros de memorias de dos personajes que fueron dirigentes emblemáticos del comunismo italiano: Rossana Rossanda y Pietro Ingrao. Y referentes intelectuales de una parte importante de la intelligentsia europea desde los años 60 hasta los 90, la primera como responsable cultural del PCI y luego fundadora de Il Manifesto, y el segundo como la gran esperanza de la izquierda comunista y democrática, alternativa a la socialdemocracia. A pesar de su aroma nostálgico son dos libros que reconcilian con el mundo de la política, por su rigor intelectual y su altura moral, por su sinceridad y su desinterés, por el denso sustrato cultural que expresan o se adivina. Dos joyas comparables a otras memorias anteriores, como las de Amendola (La scelta de vita y la Isola) o de Bobbio (Autobiografía), para no movernos de Italia. Son dos libros crepusculares, y si la Rossanda lo titula Una muchacha del siglo pasado y lo resume en una frase: "la política como educación sentimental", algo así como historia o una ética de convicciones, Ingrao parece decirnos con su título, Quería la luna, que ellos, "responsables políticos" persiguieron una utopía inalcanzable. Al leerlos uno percibe que el derrumbamiento del sistema comunista autoritario del Este no fue la causa de su sentimiento de derrota, sino la confirmación "objetiva" de ésta. Como dijo Garcilaso "el caballero que muere en la batalla ya iba herido antes de librarla". Se apunta otra explicación: el inevitable fracaso, o peligro, cuando se asume un rol mesiánico y se quiere convertir en política. Y las contradicciones que conlleva cuando se intenta conciliar el redentorismo con la democracia. Y de esta dificultad nacen los silencios, los excesivos silencios.

Somos dueños de nuestros silencios pero esclavos de nuestras palabras. Cierto, pero sobre la muerte anunciada de los partidos comunistas europeos los silencios han pesado más que las palabras, el doble discurso más que los hechos (es decir la generosa práctica de sus organizaciones). Y la frustración por no haber alcanzado la luna en el cielo ha sido más fuerte que el arraigo conquistado en la tierra. Foa interpela a los comunistas no por lo que han hecho sino por lo que no han dicho, o no pensaron a tiempo. Y en el fondo les recrimina su autodisolución. Silencio o insuficiente crítica sobre los ogros filantrópicos del Este como diría Octavio Paz. Silencio o negación del desarrollo de los capitalismos porque conllevaban la injusticia en su seno. Silencio sobre los valores emergentes, de la juventud, de la demanda de creciente autonomía de las personas. Silencio sobre el valor de la democracia política aunque se respetaba y hasta se moría por ella. Silencio sobre los peligros de identificarse con una utopía mesiánica que se vinculaba al heroísmo cotidiano. Silencio comprensible y a la vez culpable. Silencio que ha conducido al suicidio a la fuerza que encarnaba la esperanza de que otro mundo es posible. Silencio de cementerio. No busquen al fantasma, se fue. Pero se explica el temor miserable de los privilegiados: hacen anticomunismo para que no se ocupe el vacío dejado por los comunistas.

Y sin embargo este vacío que dejaron nos llama, no como el precipicio que según Balzac atrae a los caballeros polacos (y a los obispos), sino como el deseo de no desesperar del mundo actual. Un vacío que ocupan fundamentalismos totalitarios religiosos, políticos y económicos derivados de la arrogancia, de las incertidumbres, de los miedos y de las injusticias. Necesitamos pensar en otro mundo más justo para caminar por éste, no iremos a ninguna parte si no sabemos primero a dónde queremos ir. Otro fantasma con una propuesta generosa de futuro un día u otro puede volver. Y como diría un argentino "entonces seremos millones".

Jordi Borja es urbanista.

Anónimo dijo...

"La arquitectura de la ciudad global" Zaida Muxí. - Prólogo do Jodi Borja.

Introducción.- pag.8:
"(...) Para ello me baso en las premisas de la tradición marxista: el efecto de las infraestructuras productivas y económicas sobre las formas de ciudad y territorio, tesis de Karl Marx y Friedrich Engels, que se han ido actulizando hasta las teorías de , entre otros, Aldo Rosi o Dadvid Harvey."

Anónimo dijo...

Buena recomendación.

Una excelente muestra de lo que puede hacer un Estado con demasiado poder contra aquellos que osan tener ideas "disidentes".

Imagínese que no harán con la tecnología de hoy en día.