17.5.10

Sobre el sacrificio natural de la representación

Dar el paso de saltar a la arena pública para intentar representar a los conciudadanos es un paso valiente que algunas personas dan tras un periodo de reflexión. Es un paso valiente y difícil: nadie cree en España que alguien haga algo por los demás de manera desinteresada. Uno suscita enseguida la envidia, los celos y el rencor de los más miserables: “sí hombre, va a estar ahí por nada, no te jode”, dice Mr. Scratch mientras mueve con los dientes el palillo y frota con las manos las monedas que tintinean en el bolsillo, acodado en la barra de un bar.

Yo lo he sufrido varias veces, es verdad que entornos siempre menores, pero nunca ha dejado de molestarme: que un determinado perfil de público (el que se quedaría sentado en el porche de su casa mientras ve arder la casa del vecino) se atreva a juzgar las intenciones de uno es francamente molesto, pero es verdad que con esas cosas hay que vivir. Ya tengo contada por ahí la reacción del Ayuntamiento de mi pueblo cuando hace años le propusimos gestionarle una subvención para que contrataron a un técnico superior: “que a ver si es que os queréis colocar alguno de vosotros aquí” (¿?). Así, con dos cojones. Que la envidia es uno de los pecados capitales de los españoles es algo sabido desde hace años. La envidia del miserable frente al brillante, el odio a los mejores que teorizó el maestro Ortega explica muchas cosas de cómo va este país (especialmente desde 2004, pero esa es otra historia).

Tengo algunos amigos metidos en estas historias y, la verdad, siempre les he admirado. Yo creo que no sería capaz, aunque en fin, he faltado tantas veces a mis principios que una más no sería demasiado destacada. Muchos de ellos me recuerdan aquella brillante frase con la que un entonces desconocido John Kennedy Toole abrió la novela que le dio fama póstuma: “Cuanto más se eleva un hombre, más pequeño les parece a los que no saben volar”.

Ánimo, pues.


PS: Ángel Ganivet escribió en sus Cartas finlandesas: “La mayor parte de las revoluciones son engendros de la ambición o de la vanidad de los hombres, que, no contentos con seguir la evolución natural de las cosas, se precipitan a dirigirlas, para cargar con la gloria de haber salvado a la Humanidad. El verdadero revolucionario no es el hombre de acción: es el que tiene ideas más nobles y más justas que los otros, y las arroja en medio de la sociedad para que germinen y echen fruto, y las defiende, si el caso llega, no con la violencia, sino con el sacrificio”.

4 comentarios:

Ruy dijo...

Si la ocasión se brinda
de poner la buena y justa pica en
Flandes, vas a huir y abandonarla por falta de entereza ?

Higorca Gómez Carrasco dijo...

He tenido una gran oportunidad, leer y repasar este blog, me parece curioso, bien formado y alimenta la mente, fantástico, si me permites te sigo, gracias por acptarme.
Un saludo

El Perdíu dijo...

Higorca, bienvenido

Anónimo dijo...

José María Aznar no es presidente efectivo del principal partido de la oposición y hace más de seis años que dejó de ser presidente del Gobierno. Tampoco es miembro del Consejo de Estado, organismo en el que causó baja para dedicarse a ganar mucho más dinero por otras partes. Carece, pues, de sentido que esté todos los días en los medios nacionales e internacionales, enjuiciando negativamente al Gobierno y augurando las peores calamidades a su país.
Entre otras ocupaciones, el ex presidente trabaja para el señor Murdoch, magnate archiconservador de unos medios a los que hace poco el presidente Obama calificó de apéndices del Partido Republicano. Es decir, trabaja para alguien cuyo interés en el resurgir de España y Europa es inexistente. Por escasa que sea su sensibilidad, no puede ignorar que cada vez que cuestiona en el exterior la solvencia y el crédito de España está causándole un daño objetivo, torpedeando sus intereses, obstaculizando su recuperación y haciendo más difícil la vida a los cientos de miles de ciudadanos que padecen las consecuencias de la crisis.
Es obvio que el trabajo actual de Aznar se mueve en el terreno de las “influencias” y que dedica las suyas a deteriorar la imagen de España por razones que él conocerá y que probablemente le traen cuenta. Pero se trata de una actitud no sólo poco gallarda y patriótica, sino movida directamente por el rencor y el afán de venganza. En marzo de 2004 sufrió una amarga derrota electoral (ya que fue él el derrotado de hecho) por mentir a los españoles primero con las inexistentes armas de destrucción masiva para justificar la invasión del Irak y luego con la autoría del peor atentado terrorista en la historia de nuestro país. Y eso lo ha trastornado al extremo de convertirlo en un contumaz detractor de España en el exterior.
El señor Aznar debe irse de una vez y dejar que el sucesor a quien nombró ante sí y ante la historia pueda hacer una política de oposición autónoma, liberándolo de su asfixiante cuanto ominosa tutela. Debe seguir los pasos de otros ex presidentes más discretos, como Felipe González: abandonar la primera línea de la política y la pretensión de ser el gobernante en la sombra. Debe dejar de sembrar cizaña y socavar la recuperación del país para permitir que su partido se centre y no aparezca asociado a unas soflamas sistemáticamente antiespañolas.