19.2.14

Tocado

Hace un rato. Salgo aprisa de la oficina. Llego, para variar, tarde a un almuerzo. Aún no he doblado la esquina cuando me fijo. Un hombre en el suelo, una silla de ruedas detrás, un par de personas que se acercan. Me acerco con ellos. Lo levantamos entre los tres.  Mi espalda hace crack. Lo dejamos en su silla. Lleva traje, no tiene más de cuarenta años. Me da las gracias, me disculpo como puedo porque no tengo tiempo para más y allí quedan las dos personas interesándose, supongo, por su estado y por los motivos de la caída. Imagino que un bordillo en mal estado, un puto coche de mierda que ha aparcado encima del paso de cebra, yo que sé.

Creo que empecé a dudar de la existencia de Dios, ya lo conté alguna vez, la primera vez que oí hablar de la leucemia de un niño. Y, será casualidad o no, pero mientras me alejaba, con ganas de llorar, pensaba en la cita de Benito de Espinosa, que nos recuerda, desde hace más de tres siglos que "ningún ser divino, ni nadie que no sea un envidioso, puede deleitarse con mi impotencia y mi desgracia, ni tener por virtuosas las lágrimas, los sollozos, el miedo y otras cosas por el estilo."

No hay ninguna virtud en el sufrimiento y creo, sincera y respetuosamente, que hay que estar mal de la cabeza para pensar en lo contrario.

Pues eso.

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