20.5.20

De Calomarde y Del Molino

Me puse con el Calomarde, de Sergio del Molino. Al autor lo tengo por interesante, pero irregular: me gustó mucho el de La mirada de los peces y me aburrió un poco el tono de arbitrismo que exhuma La España vacía

Este libro -me temo- confirma mi diagnóstico. Escribe bien, y eso siempre es de agradecer, pero el autor respira un aire -intelectualmente- viciado. Me explico: toda la biografía de Calomarde respira el aire rancio de los fracasólogos españoles. Todo estaba mal. Da igual lo que diga la historia. Todo estaba mal, y punto. La España de la segunda mitad del XVIII, un Imperio ultramarino y de escala mundial que pagaba funcionarios en Florida, Tierra de Fuego, Manila y Cádiz era un mundo en el que "casi no había ni Estado" (página 16), así, con dos cojones. No es una imagen aislada. La Administración a la que entra Calomarde en el último tercio del siglo es la de un Estado que, para el autor "no sabía ni por donde empezar a organizarse", con una "red densísima de instituciones medievales dirigidas por nobles seniles" (¿?). 

El autor le atiza a todo. También la Universidad de Zaragoza era en aquella época "una institución decadente y escolástica donde catedráticos somnolientos recitaban latines". Las tasas de analfabetismo en nuestro país son para el autor "infames hasta bien entrado el siglo XX" (página 74), pero son infamemente parecidas en la época a las de Francia o muchos de los principados alemanes. Sin contexto la información no sirve, cosa que a muchos fracasólogos les da igual..  

En fin, y por no ser muy exhaustivo: ni la revuelta de los agraviados fue una revuelta independentista (como afirmar sin rubor en la página 81) ni los malcontents querían iniciar un procés estelada en mano. Tampoco Madrid era un "poblachón triste y acomplejado", por más que el autor lo haya leído por ahí. No era París, claro que no lo era, pero por cierto que el París de la segunda década del siglo XX, el París previo a las reformas de Haussmann a mediados de siglo era también un poblachón de cojones: sucio y lleno de recovecos, por cierto. 

Quizá uno de los problemas estructurales del libro es que el autor ha leído, como le ha pasado a tantos, a Galdós como si fuera un historiador. No, no lo era. No era su intención. Galdós era un novelista liberal y sus maravillosos Episodios son un resumen de la cosmosvisión que que los liberales tenían a finales del siglo de la historia de esa centuria. Nada menos. Pero nada más. 

Lo más positivo del libro, un libro que insisto que se lee bien, es la visión de Calomarde como un outisder, como un hombre entre dos mundos que no fue aceptado del todo por ninguno de ellos. El hombre del campo que llega a la ciudad y al que la ciudad nunca deja de recordarle su origen. Interesante también la historia que nos cuenta de Ángel exterminador, tan desconocida hoy en nuestro país. Me quedo, en fin, con un regusto agridulce al terminar estas líneas. No quiero desanimarle a leer el libro, lector. Está bien escrito y se lee con gusto. Aunque discrepo del fondo de su tesis, no quiero dejar de reconocer el esfuerzo de síntesis del autor.  

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