25.6.08

Libros de guarda (V).

El final del libro de Tony Judt se adentra en el proceso de construcción del enemigo de la izquierda francesa: el liberalismo, convertido en la actualidad en “neoliberalismo”. La libertad no lo tenía fácil: el espacio público francés raramente ha estado ocupado por el pensamiento liberal. La concepción de la libertad negativa de Berlin no cuajó en Francia. Los derechos no defendían a los ciudadanos frente al poder, sino que legitimaban las actuaciones de éste poder frente a los administrados. A ello se sumó el bodrio de los derechos más allá de los individuos (vg. derechos de los trabajadores), que con tanta fortuna se han visto aquí reflejados en esa cosa que no aprobaron ni la mitad de los catalanes. El Estado debía convertirse en el arma de la que se dotaba la sociedad para conseguir los objetivos últimos. El modelo liberal, que considera el conflicto como consustancial a la sociedad y no como un problema a superar, quedó atrás. Y es que para Sartre, el pluralismo era fuente de alienación. Por ello, lo mejor de la producción de Aron y de otros liberales se movió en el marco conceptual de la izquierda. Se escribía para responderles, no para proponer otras alternativas. Llovía, en casa estaba la izquierda y nadie quería dejar entrar a los liberales…

Es cierto que, como recuerda Judt, esta situación no fue exclusiva del mundo francés. Gentuza como
Bernard Shaw aseguró que el proletariado soviético amaba a sus camaradas estajanovistas. O aquel Sweezy, que realizó un estudio sobre la violencia en las sociedades socialistas frente a las capitalistas, en las que lógicamente, aquellas eran las que salían bien paradas frente a estas…

Pero en Francia todo esto se generalizó en el discurso de las élites. Unas élites, además, extraordinariamente despreocupadas por el conocimiento empírico. Por no hablar de su absoluto desconocimiento de la economía. A ellos se le suma un chauvinismo nacionalista brutal. Francia no sólo tenía una visión desinteresada del mundo (
Mauriac dixit), sino que Francia era y siempre sería “la vanguardia del progreso humano” (Le Monde dixit). Francia era la nación elegida y su lengua la más perfecta. A fin de cuentas, “sólo un francés sabe lo que es la prosa” (Jacques Chardonne dixit). Y ahí da Judt una clave. “Al defender a la URSS, el intelectual burgués francés superó su propia irrelevancia provinciana y volvió a hablar por la historia y con la historia”.
Muchos europeos creyeron todo esto. Para otros, en especial para los de la Europa central y del este, todo se vivió como un drama. Durante años Francia había representado la tierra de asilo y de promisión para los refugiados de medio continente. Es cierto que muchos de los intelectuales del este callaron, pero es que ellos sí se estaban jugando la vida. Los que debieron hablar, en París, miraron para otro lado. Y todavía la socialdemocracia europea se pregunta el motivo del desaforado atlantismo de checos, rumanos o albaneses. No te jode.


Todo aquello empezó a cambiar en el 56. La masacre de Hungría fue demasiado evidente para todo. Así que la izquierda francesa desplazó su punto de mira. Asumir lo ocurrido en Hungría exigía demasiadas preguntas y demasiadas respuestas dolorosas. Así que la atención se fijó en la descolonización, como una forma de combatir el capitalismo y el imperialismo europeo. Ello permitió a los intelectuales abandonar sin mácula sus posturas primigenias. Algunos serían idiotas hasta el final, como ese patético Sartre proclamándose maoísta a finales de los sesenta. Pero las cosas habían cambiado. Francia no era ya el mismo país a finales de los sesenta que en los cuarenta. Un mundo urbano se abría paso a toda velocidad. Los intelectuales, poco a poco, fueron perdiendo su espacio público. La educación superior y la lectura se generalizaron en una sociedad de clases medias. En realidad, Sartre y su tropa ya llegaron tarde. Su mundo había terminado cuando ellos estaban en pleno apogeo. No supieron verlo. Nuestra intelectualidad, la española me refiero, obviamente tampoco. Sartre y
Brasillach tenían más en común de lo que nunca hubieran reconocido. Y aquel era su mundo. En este sentido, son pocos lo que como Aron o Camus, estuvieron, el concepto es de Ortega, a la altura de los tiempos.

Queda poco de todo aquello. Y queda más fuera de Francia que en el hexágono. En este sentido, el caso español no es único: una gran parte de la élite intelectual absolutamente fascinada por Francia y lo francés. No es que los intelectuales ya no sean importantes, es que terminó la época de las certezas absolutas. Y es falso que aquella época fuera la época de oro de la responsabilidad; al contrario, dice Judt, nunca los intelectuales fueron más irresponsables; escribieron sin ningún fundamento sobre lo que les vino en gana, sabiendo que nunca tendrían que confrontarse con sus palabras.


PS: En 1977
Mary McCarthy escribía: “El socialismo de rostro humano sigue siendo mi ideal. Vivir en un sistema así sin duda exigiría un reajuste, pero sería emocionante. Espero que uno esté deseoso de sacrificar las comodidades de una vida a la que se halla acostumbrado en extremo. Creo que esa emoción constituiría una drástica diferencia”. Citado por Judt, Tony: Pasado imperfecto. Los intelectuales franceses, 1944-1956. Taurus, Madrid, 2007. Página 281

PD:
en mi tierra también habitan aquellos pájaros de los que hablaba Borges en su libro sobre los seres imaginarios. Unos pájaros que volaban siempre de espaldas, porque lo que les interesaba no era saber a dónde iban, sino de dónde venían.

PS:
algo de cordura queda en el gobierno. Menos mal

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