17.3.12

Un rally

Empezaba a finales de la semana pasada el rally del cumpleaños y me doy cuenta que hay regalos que le tocan a uno la fibra. Y lo hacen darse cuenta de los estúpidos que son los prejuicios. Yo los colecciono, demostrando que no soy tan listo como la gente cree. Uno de ellos está relacionado con los musicales. Siempre los he despreciado. Quizá porque soy más castellano de lo que pienso. De esa Castilla que “envuelta en sus harapos / desprecia cuanto ignora” como cantó Machado y un día, paseábamos bajo los buitres, me enseñó Hornuez. Así que, como regalo de cumple, me llevaron a ver uno. El de Sabina. Joder, y me emocioné y todo. Casi hasta lloro. Me di cuenta, además, de que hay cosas que van ligadas a nuestro ethos generacional; hay canciones que forman parte de nuestra vida y que no olvidaremos ya nunca. Canciones de una época que recitamos de memoria aunque haga años que no las oímos. Canciones que nos traen al recuerdo personas, momentos y olores. Ventanas a vidas que ya no comprendemos porque las vemos como si fueran una película de cine mudo. La historia del musical es interesante, aunque previsible, y está muy bien interpretada. Pero sobre todo, qué delicia oír las canciones. Qué delicia ver que no he olvidado ninguna, aunque hace años que ya me da pereza oír la bardo de Úbeda, ahora que se ha vuelto el rey de la corrección política. Qué viaje a los catorce años, con aquel hotel dulce hotel. Qué viaje a los veinte. Qué viaje a los veinticinco. Que viaje a la vida que me hizo ser quien soy. Un jugador honrado en este mundo de tahúres que nunca recurre al engaño para conquistar el objetivo, ya sea este una Dama o cualquier otra cosa. Quizá por eso pierde. Siempre. O no.

Qué gran regalo, vive Dios.

PS: en la Sanabria. En casa

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