Un almuerzo el otro día. En cualquier lugar. De menú, el
pesimismo que nos corroe las entrañas. Mi amigo James, un emprendedor, un hombre de Babson cabalgando por la manchega llanura, sin peto y sin espaldar. Se nos va la
comida hablando de “este país”. Él quiere irse. En breve. Está harto de
políticos / funcionarios que no le dejan crecer. De una legislación laboral
decimonónica. De fondos de inversión dirigidos por analfabetos. De esa cultura
tan española de la sospecha ante el empresario, quizá la imagen más viva del
judío que queda entre nosotros.
Marchó Paco.
Marchará James. Y cuando llego a casa y me miro al espejo, tengo la sensación
de que la sombra de la emigración empieza a dejarse entrever, a lo lejos aún, por
el quicio de la puerta…
Menos mal que hoy estamos en Toro para
olvidar nuestras penas con
un buen caldo de la tinta más zamorana…
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