Empieza
la conferencia. Los chicos de las ediciones irreverentes han publicado
la
niña de los tirabuzones rubios, una nueva novela del burreiro Antonio López.
Uno de los presentadores hace hincapié en el carácter humanista de Antonio, un
médico que es no sólo una persona inteligente, sino también un hombre culto. Una
de esas personas que son cada vez más excepcionales entre nosotros; hombres de
ciencias abiertos a las humanidades (y al revés, hombres de las humanidades
abiertos a las ciencias). Un hombre sabio, en el sentido
que Taleb da a la palabra.
La obra no es una obra cómoda de leer. Ni es una obra fácil. La novela, desgrana el autor, reivindica el derecho de los niños a ser escuchados en caso de enfermedad.
Y mientras
lo escucho, reflexiono: la enfermedad de un niño: uno de los motivos más
poderosos para dudar de manera definitiva de la existencia de Dios.
Termina la presentación con un coloquio. La escritura como una forma de liberación, asegura Antonio. Qué familiar me resulta ese pensamiento. Llegan unos vinos: el setenta de Fariña, cortesía de ese bodeguero generoso tan zamorano que no parece español. Unos abrazos. Un mundo, este, que
se va terminando. Pero como dijo una vez Tito Livio: al fin y al cabo, el fin
del mundo no va a suceder mañana.
Y
menos hoy, que es Navidad.
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