Vidas.
Que se
apagan. De manera injusta. Cuando uno está empezando apenas a despertar, aunque tenga ya más de setenta años.
En mi caso, apenas unos recuerdos. Siempre dulces. Siempre sonrientes. Una vida
dura. Difícil. Ser mujer en aquella España. En la que una no elegía. Nada.
Casarse con un mal tipo. Sufrirlo. Abandonar a la familia.
Esas
historias, lejanas en cuanto una generación transcurre, y que se ocultan a todos
los demás, por miedo o por vergüenza.
Aún
recuerdo su regalo de comunión. Como recuerdo a su hija, mi prima, una niña que
nunca creció y a la que siempre saludo con afecto cuando nos vemos algún día en
el Mercao.
Descansa
en paz, tía. Con todo el afecto que quizá nunca te demostré en vida, ahora te lo digo.
Y que la tierra te de la tranquilidad que la (mala) suerte te negó.
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