24.7.06

Melancolía

Es fácil dejarse llevar por la melancolía. Mientras esperaba a unos amigos, paseaba la noche del sábado por el Mercado. Los mismos olores. Faltaba la gente en el futbito, pero los recuerdos se me acumulaban. Con ocho años, mi padre fijándonos la identidad a su pueblo, no al Mercado (fundado por gente de “una raza húngara” me decía mi abuela).

- Con diez años, llevando al cuartel los libros de gestión de la pólvora, mandado por mi abuelo.
- Las abejas. El pastor alemán.
- Con catorce, bañándonos en la peña o bajo el puente. Sigue oliendo igual el Mercado. Las noches, siempre frías, son una delicia para los sentidos.

Se me vinieron a la cabeza los versos finales de aquel poema de Juaristi, titulado “Las viejas amistades”.


A quien pedirás cuentas de tus años inútiles,
parte maldita que cediste al viento,
hoy, que empieza el verano,
y te faltan las viejas amistades.



La fuerza evocadora de los versos es brutal. Pero no, no fueron años inútiles. Me hicieron como soy.



4 comentarios:

Rome dijo...

Ves como hay muchas más cosas más allá de la epidermis, alma de cántaro!

Multiplicalas por ene y te saldrá un nacionalista...

:o)

Rome dijo...

Ves como hay muchas más cosas más allá de la epidermis, alma de cántaro!

Multiplicalas por ene y te saldrá un nacionalista...

:o)

Anónimo dijo...

Si quieres encontrarme ya sabes dónde estoy
Vivo en el número siete, calle Melancolía,
quiero mudarme hace años al barrio de la alegría,
pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía...
en la escalera me siento a silbar mi melodía

La melancolía, como la nostalgia, no deja de ser un mal necesario...

Anónimo dijo...

Cuando uno no reasume su historia, echa tierra sobre ella, la expulsa de sus recintos interiores o la declara dictatorialmente inexistente, está cavando las fosas de su propia aniquilación.

Nada de lo acontecido puede ser retrotraído al país de la nada, y no queda más remedio que echárselo todo a la espalda sin enterrarlo en el olvido y sin angustiarse con su presencia.