6.11.08

Cultura, esnobismo y un lejano Holocausto

Tuvimos un finde cultureta. El sábado tocó cine. Fuimos a ver Transsiberian. Al empezar la película uno se queda asustado de la cantidad de instituciones públicas que ponen nuestro dinero al servicio de la supuesta “industria” del cine. Esta vez hay guión (se nota que no es una película sólo española) y una buena historia que contar. Aunque el final es algo forzado, ello no resta interés a la película. En cualquier caso, un thriller correcto para ver en el cine, en pantalla grande. Los planos del tren recorriendo la estepa son magníficos. A los amigos Albert y Joao, exigentes degustadores de cine, la película también los entretuvo. Por el lado femenino, hubo división de opiniones, como en los toros: apoyo de Jimena, algún matiz por parte de Teneca, y ciertas reservas por parte de Laura.

El domingo decidí sorprender a Jimena (cuando era joven, Hornuez hacía interesantes reflexiones muy interesantes sobre la vida en pareja y la capacidad de sorprender), así que nos fuimos al Matadero del Español. Una obra magnífica y que supone reconvertir con acierto unos espacios industriales para uso cultural. Lástima que sea público, pero en fin, menos da una piedra. Programaban, en el marco del Festival de Otoño, una obra llamada “The Dybbuk”, puesta en escena por la compañía polaca Tr Warszawa. La obra triunfó este verano en el Festival de Edimburgo y llevaba unos meses siguiéndole la pista, a ver cuándo llegaban a Madrid. Es una experiencia ver teatro sobretitulado (la obra es en polaco).. Es verdad que, sin el sobretítulo, muchas obras no llegarían nunca a España, pero no es la forma más cómoda de verla. Pero más allá de la logística, la obra es muy buena. En realidad deberíamos hablar de las obras, ya que son tres historias unidad por el Dybbuk; un espíritu de un muerto que según la tradición judía se apodera del cuerpo de un hombre cuando su salida de la vida ha sido trágica. La primera historia son un conjunto de relatos, ambientados en esa Europa que un día fue central y que la idiotez del nacionalismo arrumbó al basurero de la historia en el siglo XX. La segunda, acaso la más compleja, narra la llegada de un Dybbuk al cuerpo de una novia poco antes de la vida. La última escalofriante, la relación de un ciudadano norteamericano, hijo de judíos polacos emigrados tras el holocausto, que tiene alojado el Dybbuk de su hermanastro, muerto en una cámara de gas.

A nosotros la experiencia del holocausto nos queda lejos. Tan lejos, que frivolizamos con las palabras llamando genocidio a una guerra civil, o incluso adjetivamos la palabra (genocidio cultural) para hablar de la natural extinción de lenguas orilladas por la modernidad. Nada de eso es un genocidio. Genocidio es llevar a personas de manera ordenada y sistemática a una cámara donde se las asesina, por el mero hecho de que su identidad sea judía. O incluso, si quieren, hacerlo de manera más desordenada como hizo Stalin con los ucranianos en los años treinta. Genocidio es esclavizar a una parte de la población para verla morir con rapidez bajo la excusa de construir una ideología. Hay muchas heridas aún en aquella parte de Europa. Generaciones enteras que desparecieron, generaciones enteras que perdieron a alguien en aquella tragedia.

Interesante reflexión, la de los cientos de miles de Dybbuk que recorren Europa desde mediados del siglo XX y que en este rincón del continente apenas somos capaces de ver o de entender..

PS: "En la construcción del Canal del Mar Blanco casi todos los trabajadores, desde los ingenieros supervisores hasta los ínfimos peones manuales, todos eran prisioneros, detenidos por razones ideológicas más bien que convictos de verdaderos delitos. Operaban bajo condiciones de inimaginable crueldad; aproximadamente doscientos mil de ellos murieron en menos de los dos primeros años de obras, a una media de diez mil al mes".

Graham, Loren R.: El fantasma de ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la industrialización soviética. Crítica, Barcelona, 2001. Página 100

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo lo que paso en la Segunda Guerra Mundial queda lejos y es más un recuerdo desvanecido que una lección. En Alemania hay monumentos interesantes que recuerdan los hechos para que recordemos que todo esto paso.

Unknown dijo...

De su interesante post me ha llamado la atención su comentario sobre el Matadero:

"Una obra magnífica y que supone reconvertir con acierto unos espacios industriales para uso cultural. Lástima que sea público, pero en fin, menos da una piedra."

Si las instalaciones son buenas, la programación cultural adecuada, la obra interesante, los actores buenos, ¿lo invalida o minusvalora el carácter público de la institución?. No entiendo esa animadversión a priori.

Ya quisiéramos en otros lares tener la opción de acceder a esa oferta, aunque fuera "pública".

Un saludo