23.12.10

La noche de los tiempos, o un libro para cada estado de ánimo (y II)

La noche de los tiempos, de Muñoz Molina. Ese narrador. Esa voz. Esa forma de mirar. Y de ver. Esa forma de contarnos lo que pasa, como una voz que llega del pasado para pedirnos que no cometamos los mismos errores. Llega el año maldito de 1936. La historia entre esos dos amantes furtivos se va consolidando, hasta que llega el momento de tomar una decisión. No tomarla también es tomarla, aunque uno tarde varios años en darse cuenta. Y ahí todo se mezcla, desocupado lector. Llega la sofocante segunda semana de julio de 1936 en Madrid. Se acerca el fin de semana. La radio habla de unos militares que se han sublevado en Marruecos. Él está en la sierra, con su mujer y los niños. Ella está en Madrid. Han quedado para verse el lunes. ¿Tomar ese tren?, ¿no tomarlo?. En Madrid se ha desatado la locura. La irracionalidad de una guerra. La muerte por doquier. Las relaciones familiares que se entrecruzan en estos momentos. Vivir en una ciudad asediada. Los delatores. Los delatados. Gente que muere y gente que mata. La desaparición del Estado. Cuando la diferencia entre la vida y la muerte no es más que el azar. Lo que debió ser el Beirut de mediados de los ochenta. Lo que ahora será una parte de la frontera entre Méjico y Guatemala. Cómo nuestra vida puede verse envuelta en un torbellino que uno no eligió ni para sí mismo ni para los suyos. Pero ya no le cuento mucho más, desocupada lectora. Los libros hay que leerlos, igual que el buen vino hay que beberlo.

El libro es bueno, aunque no supera el mejor que se ha escrito, en esta clave, sobre la maldita guerra de España: Las máscaras del héroe, el libro que ya no superará nunca Juanmanuel de Prada. Hay algo fascinante en la bohemia de la vida madrileña de la Restauración, que uno imagina paseando con Oscarnelo de la mano y devorando absenta en cualquier tugurio cercano al Puente Segovia mientras esperamos ansiosos los nuevos sonetos de Pedro Luis de Gálvez.

Aún así me sobran algunas cosas del libro, será que cada vez soy más maniático: supongo que el autor tiene un pasado progre que se marca en la piel indeleble, como los sacramentos. El protagonista es el ejemplar y esforzado hijo de un obrero. Su cuñado un vividor que se mete a falangista; el tío de su mujer, un cura gordo e idiota. Este ética de buenos frente a malos que late de fondo en el libro pese a que, ya digo, el autor acabe asumiendo, como algunos hicimos hace años, que en una guerra civil la bondad y la maldad se entremezcla con la lógica de un fractal entre ambos bandos. Porque en las guerras civiles los hijosdeputa están repartidos muy repartidos y las buenas personas suelen escasear por igual.
Un buen libro, para leer con la chimenea encendida.

PS: "Su punto de vista sobre la República […] será propio de un cambonista. Esta visión, exactamente: “La República fue una locura personalizada y frenética. Llegó un momento en que la densidad del odio fue tan grande que la única salida que podía tener era la de la guerra civil”.
Espada, Arcadi: Josep Pla. Ediciones Omega, Barcelona, 2004. Página 130.

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