12.4.11

Una de guerra

Se sienta uno a ver cine en casa. Legal, por supuesto. Una película que fue la sorpresa en los Oscar del pasado año. La guerra de Iraq, la maldita guerra de Iraq. Una guerra desarrollada en tierra hostil. Los estrategas norteamericanos que diseñaron la invasión no habían visto La batalla de Argel (aquella a la que llegué, como a tantos sitios, a través de una canción de Kortatu), de Pontecorvo. Ni conocían la historia de la Guerra de España. O, como decía el clásico, que con las bayonetas se puede hacer de todo, excepto sentarse encima de ellas. Porque invadir un país es una cosa, y ocuparlo y gestionarlo, otra muy distinta.

La peli es muy buena y refleja lo que debió de ser aquello. Guerras sucias, muy sucias. Bombas en los caminos. Niños suicidas. Terroristas vestidos de civiles. Una unidad de artificieros del ejército mayoritario de la Coalición. El olor de la guerra. El carácter embriagador de la violencia, tan adictiva para algunos perfiles. Cómo encontrar un sentido a la vida en la pura descarga de adrenalina. Un soldado con miedo. Claro, cómo no sentir miedo en una guerra. Otro soldado que entiende que la mejor misión es la que acaba con todos sus hombres de vuelta. Y un jefe que se enfrenta a cada misión como un reto personal. Y el calor. Y esos hombres que cuando no quieren entenderte sólo te hablan en árabe, las miradas esquivas. Un hombre con un móvil en la mano ya es sospechoso. La deshidratación. Las cabras. Perderte en el desierto. Los contratistas que buscan hacerse ricos con la guerra. Las carreteras destrozadas. La población civil, atrapada en la locura. Morir por su Dios. Matar por el tuyo.

Es una buena película, de las que te mantienen pegado a la silla, mirando fijamente los cables del detonador mientras esperas que esta misión salga bien y que llegue el día de rotación con todos ellos sanos y salvos.

Buen cine bélico.


PS: vuelve a dolerme la espalda, ¿por qué?

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