Andaba recogiendo la habitación antes de volver y tropecé con un recorte de periódico del verano pasado. Esa habitación con un pegote verde montado desde la indiferencia que da el saber que te estás yendo de un sitio y que asusta cuando estás llegando. Lo debí de apartar para leer y ahí se quedo, mudo y silencioso a lo largo del año. Lo recojo y salgo a la pradera, a sentarme un minuto y leerlo. Lo recuerdo bien. Los recuerdo bien. Dos exiliados en Inglaterra. Aquella tercera España. De Chaves Nogales ya he escrito aquí y acabé leyendo muchos artículos en un regalo misterioso del cumple de 2010 que permanece aún a la espera de firma en mi estantería. De Barea he de decir que sólo he leído la fantástica forja de un rebelde, que me ayudó a terminar de hacerme un mapa de la terrible guerra de España. Ellos dos, junto con Salazar Chapela, otro exiliado, forman parte de esa España que sufrió el exilio por parte de todos, por parte de los hunos y por parte de los hotros. Y que lo siguen sufriendo tantos años después, en forma de olvido, por parte de todos nosotros.
Dos autores. Gente honrada. Aquella España que no pudo ser.
Esa España de la que me siento ciudadano y de la única de la que permito, en los días de nostalgia, con una segrams en la mano, enorgulleceme. Todos tenemos nuestras debilidades.
PS: mañana a celebrar, ahora que andan con lo de cargarse las provincias, lo zamorano en nuestras vidas. Cómo entró de repente, quizá para quedarse. No se lo pierdan.
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