Llega uno a la reunión tan trajeado, con tantos móviles, tan deprimido por la realidad laboral, tan moderno, tan postmoderno, tan urbano…
Llega uno a la reunión y se encuentra de repente trasportado al Antiguo Régimen. A la Comunidad. Al mundo premoderno. Y hablan y escucho sin parar. Y encontramos gente conocida. Y anécdotas. Y personas a la que uno identifica sólo por el apodo. Y pueblos. Y abuelos. Y escritores, como ese Torga de leyenda al que algún día iremos a presentar nuestros respetos. Y judíos, muchos judíos. Y creencias. Y casamientos inesperados. Y miradas que atrapan, sacadas de hace dos siglos, como en un relato de Borges. Y ves a un amigo con una kipá encima. Y pueblos que aparecieron de la nada. Y motes. Y tareas. Y el amor a una tierra dura. Ingrata. Una tierra, esta, que no nos recodará cuando nos hayamos ido. Una tierra, una identidad, como una cárcel, como una maldición, es cierto, pero también como una bendición. Un mástil al que atarse cuando las sirenas canten. Un lugar al que volver. Un lugar sin el que nadie sería capaz de explicarme. O de explicarnos. Porque sigue la conversación y me doy cuenta de qué parecidos somos todos: los mismos sueños. Las mismas ilusiones. En nuestras utopías no salen grandes chalés adosados, ni aparece por ningún lado la periferia de Madrid, ni siquiera la playa. No. En nuestros sueños aparece un salón con una mesa. Y a la mesa sentada, apurando un café, gente que aún no conocemos, o gente que acabamos de conocer, o gente que conocemos desde hace mucho tiempo, aunque nunca los hayamos visto. Aparece también una escañeta. Quizá en La Casa de Llanos, la misma casa que tengo delante mientras escribo estas líneas y la luz pura del otoño recién llegado cae sobre la Sanabria. O quizá La Casa del Barrio, quien sabe.
¿Es bonito soñar, verdad?
PS: Este es un falso dilema. Se puede ser cosmopolita y a la vez localista, -como Dalí, que era profundamente ampurdanés-. Es más, creo que uno necesita enraizarse con su patria chica para navegar sensatamente en las aguas del “internet” cosmopolita. Provinciano es el que siendo de Madrid quiere parecer neoyorquino. Decía Oscar Wilde que nadie puede interesar a los demás si no es genuino […]
Racionero, Luis: El progreso decadente. Repaso al siglo XX. Espasa, Madrid, 2000. Págs. 114-115
1 comentario:
Y uno va, no sabe demasiado a qué, pero el barrunto le lleva... Y llega y espera y sube y mira, y se suelta a hablar con esa sensación del "¡contrólate!"...pero observa, siente y descubre que vienen otros detrás con el mismo síndrome: que las propiedades no se tienen con un título de registro; sólo se posee de verdad lo que se ama profundamente, y tampoco es posesión, es otra cosa...
Lo hablado, aun de verdad, es un pequeño juego de olas en la superficie. Lo callado, lo inconfesable, las miles de horas de "rebusca",la trascendencia de lo que nos salva o nos condena,y, sobre todo, el saberse portadores de secretos que nos alargan la vida, eso, eso si es esencial.
En el fondo, "Perdíu", y no tan en el fondo, seguimos siendo unos verdaderos EMBOSCADOS. Lo demás, amigo no tan perdíu, es muerte y sólo muerte.
(Juan de la Cuesta, Impresor de halcón en puño y primo del escritor).
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